Días aciagos si los hay. Un virus del que se sabe menos de lo que se ignora sitió al planeta y jaqueó economías centrales y periféricas, en un movimiento de pinza entre salud y recursos del que aún no se conoce el horizonte. Grave como la crisis del ‘30, inédita entre los patógenos, las consecuencias del Covid 19 no se metabolizan fácilmente. Más, para algunos hasta fungen de vectores de las peores cerrazones de mente y de corazón: odio y violencia. De la irracionalidad de esa matriz surgieron hechos como el banderazo contra la libertad del pasado 9 de julio y las agresiones a periodistas que lo cubrían.

¿Cómo se llega a esto? “Tenemos que tomar tres cosas”, dice el antropólogo social que integra el Consejo de Asesores del Presidente, Alejandro Grimson, al prologar el análisis. “En primer lugar, la Argentina tiene una larga historia donde se intentó hacer política a través del odio y eso generó mucho daño en el país. La historia es larga pero tiene episodios muy significativos, como cuando se celebraba el cáncer de Evita con la frase «viva el cáncer» u otros momentos similares cuando se pedían golpes de Estado y fusilamiento, o cuando se hacen amenazas como vimos en el banderazo”, explicó. Además, dijo que hay “un sector minoritario, pero que tiene mucha capacidad de hacer daño, que tiene esa característica”.

Para Grimson, también es necesario diferenciar el odio de la antipatía. “Puede caerme antipático o no resultarme simpático un dirigente de un partido político, pero cuando odio es distinto, porque quiere decir que le deseo el mal a esa persona. Eso es odio: desear el mal a otro”, explicó. Y aclaró que desde hace varios años es un fenómeno que se está expandiendo en el mundo. A modo de ejemplo, citó “fenómenos políticos que lograron triunfos electorales en sus países, en otros casos estos fenómenos avanzaron mucho en otros países en términos parlamentarios”.

“A veces los argentinos tenemos la tendencia a creer que la grieta sólo existe acá, pero hay que entender que hay un proceso global donde hay cada vez más polarización y donde hay sectores que promueven el odio en términos de persecución política, de racismo, xenofobia, misoginia, de homofobia, entre otras”, señaló. Y dijo que hay que tener en cuenta que el mayor triunfo que pueden tener los odiadores es generar odio en las víctimas.

“Si quienes somos objeto de odio terminamos odiando a los odiadores, ellos triunfan, logran establecer el tipo de relación que ellos buscan establecer”, enuncia el antropólogo social. Y plantea que el desafío es cómo desarmar el odio y no responderle en sus propios términos, sino con una “épica de la templanza, con un coraje colectivo que apunte a la construcción democrática y colectiva”.

¿Cómo? “Es una disputa cultural y política que oriente todas las energías de la sociedad a lograr acuerdos que involucren a las inmensas mayorías. No tienen que ser acuerdos unánimes, pero sí es necesario que las mayorías puedan ser parte de eso, lo que va más allá de procesos electorales y partidarios. Es decir, que debe trascenderlos, como cuando se defiende la democracia, que no la defiende sólo un partido político, sino que debe haber más que uno”, explica.

El intentar se complementa con salir de cualquier tipo de binarismo que plantean los protagonistas del odio. A modo de ejemplo, “si soy perseguido por cualquier razón, por creencias políticas o religiosas, o por tener tal o cual característica, no necesariamente estoy obligado a responder en los mismos términos. Si los blancos odian a los negros, estos no tienen porqué odiar a los blancos, allí hay un desafío enorme. Si somos objeto de odio, no replicar la lógica del odio”.

El virus es el mensaje

Construyendo sentido

Claro que el odio tiene su génesis. Allí están los medios de comunicación hegemónicos, oficiando de vasos comunicantes, emparejando la información en todos los niveles sociales para lograr que se asuma la defensa simbólica y fáctica de los intereses que representan.

“Más allá de los intereses comerciales, empresariales, particulares de cada sector, es muy impresionante, es muy fuerte, la concepción de que la noticia es la que genera daño, lo que genera división o estigmatiza, lo que reproduce algo que se pretendía sabido”, analiza. A modo de ejemplo, si se había instalado en la sociedad que tal persona era x, b o z, todo lo que retroalimente ese estigma es lo que se considera bienvenido. Y lo que lo desmienta, no.

Según Grimson, por un lado “es necesario promover una genuina libertad de expresión para que haya procesos donde puedan escucharse todas las voces, donde se fortalezcan otros medios de comunicación, y también los medios públicos como medios plurales. Y que también pueda desarrollarse una manera de consumo crítico de los medios de comunicación, porque si la ciudadanía tiene otra capacidad de lectura e interpretación, de poder establecer una crítica de lo que puede decir cualquiera, entonces eso puede contribuir mucho a estructurar otra lógica comunicacional”.

¿Qué implica una escucha crítica? Una actitud interrogante frente a lo escuchado o leído, cuando hay atajos que hacen sospechar que se está utilizando el formato informativo para alojar mensajes que perforan la vigilancia epistemológica y se instalan como verdades. Uno de estos recursos es el habitual advierten que, en los titulares. “También el uso del condicional, cuando se dice que fulana o fulano sería corrupta o corrupto, obviamente no hay un entrenamiento de la sociedad que puede leer ese condicional que hace que se pueda decir cualquier disparate, siempre y cuando se use sería, porque no se está afirmando. Un periodista en realidad no puede afirmar cualquier cosa, entonces pone condicional”, detalla Grimson.

“Son recursos que sirven para confundir y que por eso es fundamental desplegar toda la capacidad crítica en la sociedad. Muchas veces, esa capacidad crítica tiene que ver con que los líderes sociales, culturales y políticos expresen esas críticas. Por eso hay una reacción tan virulenta cuando una autoridad política critica un medio de comunicación”, enfatizó.

Para el antropólogo, autor de libros como Qué es el Peronismo y Mitomanías Argentinas, “la libertad de expresión no es para los medios de comunicación, es para los ciudadanos y las ciudadanas. Hay medios de comunicación que creen que si les hago una crítica y soy funcionario coarto su libertad de expresión. De ninguna manera, ellos no pueden coartar mi libertad de expresión”.

“Es muy importante el rol que los líderes sociales, culturales y políticos tengan en cuenta desarrollar críticas hacia cómo los medios desarrollan las noticias, porque sino parece que los medios son objetivos y dicen la verdad, y eso puede a veces terminar en estas situaciones que estamos tratando. Ahí estamos hablando de otra situación, cuando hablamos del odio estamos hablando de algo muy riesgoso que puede generar daños casi irreversibles en la vida democrática”.

Para Grimson, el desafío es “tener una sociedad con una conciencia democrática donde pueda haber importantes diferencias que puedan ser debatidas públicamente, y que circulen ideas y no personas. Que puedan discutirse proyectos para que quede claro cuáles pueden ser más potentes y relevantes para el desarrollo integral de la sociedad, y no discutir sobre estigmas y personas, que eso tiene que discurrir por otro carril”.

“Construir estrategias de grandes mayorías es el desafío”, sintetizó. Y en su carácter de asesor presidencial, explicó que funcionarios y funcionarias están trabajando todo lo posible porque es un momento crítico y decisivo, en un contexto global único que requiere del esfuerzo que está haciendo el Gobierno nacional y las distintas autoridades.

Los usos del odio

 

Fuente: El Eslabón

 

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