La oposición política, empresaria y mediática, con eco en mucha gente de a pie, hace causa común con la resistencia ultramillonaria al proyecto de ley de impuesto a las grandes fortunas destinado a paliar la emergencia económica, social y sanitaria.

Si bien la mayoría de la población argentina, según un sondeo de opinión del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag), respalda el proyecto oficial de gravar las grandes riquezas para ayudar a morigerar los efectos de la pandemia, el lobby del poder económico, como el amor al vil metal, es más fuerte. Sin pudor, una campaña de comunicación/confusión se abroqueló enseguida detrás de los intereses de los ultramillonarios que se resisten a repartir la torta.

La iniciativa busca darle progresividad (paga más el que más tiene) al regresivo sistema impositivo argentino, aunque sea por única vez y en un contexto excepcional y por demás de complicado. El debate, que los amasadores de fortunas buscan enfriar, no es exclusivo de la Argentina. En América latina y en diferentes lugares del planeta se discuten medidas de emergencia frente a la gran recesión por el Covid-19, crisis económica y sanitaria que, por lo general, empeora donde gobierna o gobernó hasta hace poco la derecha y golpea con fuerza en sectores más humildes.  

El proyecto de aporte extraordinario de las grandes fortunas aguarda ser debatido en la Comisión de Presupuesto de la Cámara de Diputados del Congreso. La coyuntura apremia, se acrecienta el número de contagios y fallecidos por coronavirus, se suceden intentonas desestabilizadoras, mientras el rechazo de sectores VIP de la sociedad a hacer una pequeña contribución, con acompañamiento entusiasta de la oposición política, empresaria y mediática, se fortalece.

Afortunados

El proyecto propone un aporte extraordinario de personas (no empresas) que acumulan una fortuna mayor a 200 millones de pesos según la declaración jurada de fines del año pasado (unos dos millones y medio de dólares), con alícuotas que van del 2 al 3,5 por ciento. Para aquellos con fortunas declaradas en el exterior, se adiciona un 50 por ciento más a lo que le corresponde según la escala. Se calcula que el tributo especial alcanzaría a unos 12 mil súper ricos, el 0,03 por ciento de la población argentina.

La potencial recaudación de recursos por parte del Estado se estima en 300 mil millones de pesos, más que indispensables para financiar el aumento del gasto público, el derrumbe de los ingresos fiscales y la contracción económica en tiempos pandémicos. De acuerdo a la propuesta, el dinero recaudado, con distribución federal, se utilizará para fines sociales, sanitarios y económicos.

Como se indicó más arriba, en Argentina, como en varios países, en algunos lugares promovido por oficialismo y en otros por oposición, comenzó a discutirse un aporte extraordinario por parte de las personas poseedoras de grandes riquezas. El Centro de Economía Política Argentina (Cepa) realizó un relevamiento al respecto, donde repasa las propuestas en danza y alista a los principales afortunados de la Argentina.

¿Demasiada presión?

Desde usinas de pensamiento conservador y neoliberal se instala la falsa idea de que el Estado les pone el pie encima a los que “invierten y producen”. Los que tienen voz machacan con que en el país hay una alta presión impositiva hacia los sectores más concentrados. En la Argentina, el patrimonio está gravado por Bienes Personales, con un impacto relativamente bajo en la recaudación. Pero igual insisten en que son acosados por “impuestos confiscatorios”.

La iniciativa que impulsa el gobierno de Alberto Fernández es por demás de moderada: el que tenga 200 millones de pesos de patrimonio va a pagar 4 millones por única vez. Incluso, mientras el mundo se cae a pedazos, muchos de los grandes empresarios alcanzados por el tributo hicieron negocios en medio de la gran crisis.

En un artículo de opinión, el diputado nacional por el Frente de Todos Itai Hagman señaló que en la Argentina hay cerca de 30 mil personas cuyo patrimonio supera el millón de dólares. Es decir, escribió Hagman, que el impuesto a las grandes fortunas no toca a la clase media ni la clase media alta, ni siquiera a todos los ricos del país.

En el mismo sentido, el economista recordó que el sistema tributario nacional recibe hoy más aportes del consumo, como el IVA, que de grandes patrimonios o altos ingresos.

El argumento más escuchado de parte de los aduladores de la high society es que cobrar este impuesto es contraproducente para el efecto derrame, aunque el 70 por ciento de los activos de los más ricos se acumulen en guaridas fiscales, típico mecanismo de fuga y evasión impositiva. Los Tío Rico, muchos de ellos herederos, argumentan que sus riquezas, derivadas más que nada de la renta e inversiones financieras, son resultado del esfuerzo individual de muchos años, la renombrada “meritocracia”.   

La pandemia echó luz sobre las desigualdades sociales y económicas imperantes en el país, ensanchadas, según datos oficiales, durante la gestión Cambiemos. En Argentina, la peste agravó una economía hecha añicos tras cuatro años de neoliberalismo macrista, con endeudamiento externo récord, recesión económica, derrumbe de la producción, caída del empleo, recorte en los ingresos, altísima inflación, pobreza e indigencia en alza.  

En un mundo en pandemia, con medidas de aislamiento y cataclismos, la activa intervención del Estado en la economía orientada a impulsar el bienestar general de la población no debería generar rechazos tan duros, pero…

Es inquietante, asombroso e increíble ver y escuchar a comunicador@s, cuyos discursos luego son replicados en redes sociales por el medio pelo virtual, defender a capa y espada a los amasadores de grandes fortunas, mientras piden mano dura para los que se dejan caer en un pedazo de tierra y levantan una casilla de chapa y cartón para zafar del agobio.

El odio a los pobres y el amor a los ricos expresado por una parte de la clase media argentina son sentimientos que quedan otra vez expuestos, en un país todavía lejos de alcanzar igualdad de oportunidades para todes. Hace poquito fue la cerealera Vicentín y la propiedad privada. Ahora, los más adinerados. Si bien el poder económico sacó provecho de la crisis pandémica, reduciendo salarios, recortando derechos, aumentando precios, agitando la devaluación, nada de eso importa.

En clave antipolítica, much@s gritan que l@s políticos se bajen los sueldos, en lugar de que la pongan los ricos. Adhieren a marchas anticuarentena, protagonizada en buena medida por sectores pudientes que se pasean en autos de alta gama.  ¿Extrañarán al Hood Robin amarillo?

Fuente: El Eslabón

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