En el año de la pandemia, uno de los peores que se recuerden, tenían que dar la noticia de la muerte del Diego. Pero la causa sería otra, se fue de tanto ser Diego nomás.

Muchas personas que lo amábamos estábamos convencidas de que iba a morir a lo Diego, a lo Maradona (no nos vengan con la gilada de que había muchos Diegos, era uno con todo adentro). Aunque tal vez lo imaginamos de un modo diferente: pegado a la línea de cal, puteando a un árbitro con la voz quebrada de la impotencia (como la que le vimos en la tele cuando los tanos nos chiflaron el himno) por un gol anulado a Gimnasia o algo por el estilo.

El deterioro que venía mostrando nos hacía pensar que el corazón baqueteado –de las mil vidas con las que conquistó los nuestros–, como lo tenía el Diego, le iba a estallar en medio de un partido, agitado por la bronca de cualquier injusticia que lo haría saltar de su sillón de DT, inyectado de sangre y adrenalina, por la pura pasión con la que encaraba cada cosa. Pero de algún modo todo lo Diego que un cuerpo humano podía aguantar, aguantó.

Ha sido difícil transitar esta semana para quienes, como en esta redacción, amamos al Diego como a un hermano, como al hermano mayor, el más genio y loco de todos. Ese con el que querés estar siempre. ¿Cuántos seguiremos soñando compartir un picado con asado y vino hasta la madrugada con el Diego?

No había dudas de que un grupo de La Masa, la cooperativa que produce El Eslabón y redaccionrosario.com, tenía que ir hasta Buenos Aires, dejarle nuestra ofrenda y traerse una cobertura de la misa popular. No había dudas que teníamos que dedicarle una tapa y todas las notas que haya que hacer, retratar el amor del pueblo, expresar la alegría y el dolor que una vez más nos generaba este dios argento; como en el 86 cuando nos vengó ante los ingleses y fuimos campeones, como en el 94 cuando nos cortaron las piernas en yanquilandia, como cada vez que escupió la jeta de los oligarcas.

Cuesta aceptar la noticia aún cuando se redacta esta columna. Ante las imágenes del velorio que transmitía la tele, en un momento tuve el flash de que la monada enloquecida que no podía entrar a La Rosada se iba a meter de prepo e iba a sacar al Diego de fiesta por la noche porteña, como en esa novela de Jorge Amado, en que los amigos re escabio del difunto Quincas Berro D´água, en un descuido de la familia, se lo llevan de joda y en medio de un carnaval delirante, para los borrachines el chabón muere por segunda vez. Acá los protagonistas hubieran sido una banda de hinchas, también recontra puestos, pero con camisetas de todos los clubes argentinos que llevarían al Diez de gira por bares, potreros, estadios y villas.

“¿Estás bien?”, consulta Pedrito al sorprender a su viejo sollozando desconsolado frente a la pantalla, una vez más esta semana, mientras tipea estas líneas. El enano tiene 9 años, los mismos que el padre cuando el Diego llevó a la Argentina a la gloria en el 86. Un cagatinta acababa de decir que Maradona estaba completamente solo en el momento en que se detuvo su corazón.

Si no hubiera estado la maldita pandemia seguro que palmaba en una cancha, rodeado de hinchas, como Dios manda.

 

Fuente: El Eslabón

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