La inflación del 3.079 por ciento del último año de Alfonsín y la recesión de De la Rúa en la crisis final de la convertibilidad, comparadas con la actualidad. Bullrich, de la libertad al orden. Y a Milei se le ven las patillas.

Una máxima gorila afirma que “al peronismo no le hacen saqueos”. Las experiencias históricas de profundas crisis económico-financieras de 1989 –acelerada suba de precios hasta llegar a una hiperinflación– y de 2001 –agotamiento del modelo de convertibilidad cambiaria con larga recesión y desempleo extendido– se produjeron durante gobiernos radicales. El de Raúl Alfonsín, que resistió como pudo el comienzo de la segunda experiencia neoliberal en Argentina; y el de Fernando de la Rúa, que resistió como pudo la finalización de aquella aventura financiera de endeudamiento externo y ajuste local bajo la fantasía del Primer Mundo. Aunque, en el segundo caso, la resistencia fue para evitar la salida del corsé. Sin embargo, tras los resultados de las Paso que dejaron como el candidato más votado a la presidencia a Javier Milei, al presunto “antisistema” que sólo quiere profundizarlo hasta sus límites más inhumanos –al menos en el plano discursivo, porque ya comienza retroceder en chancletas–, se inició una operación psicológica combinada con hechos reales, que fundamentalmente revelan la diferencia tecnológica entre aquellos episodios y el contexto actual. Si las operaciones políticas para generar “caos” social a fines de los 90 y principios de este siglo requerían del boca en boca y la presencialidad de quien las motivaba, ahora sólo basta con un mensaje de Whatsapp con un texto alarmista o una foto antigua o de otro lugar del mundo y un posteo en las redes sociales para multiplicar en pocos minutos la sensación de inestabilidad. Lo que queda del albertismo apuntó a La Libertad (de empresa) Avanza como atizador del fuego, por ahora sin pruebas contundentes. El gobernador de Buenos Aires, Axel Kicillof, señaló la sincronización de los hechos, la preparación del terreno con noticias falsas sobre saqueos y su posterior materialización, que calificó como profecía autocumplida. ¿A quién beneficia que se siembre la sensación de caos después de las Paso?, se preguntó el mandatario de la provincia más poblada del país. Hay varias respuestas posibles. A quién perjudica, en cambio, está más claro.

Contextos

La inflación anual de 1989 fue de 3.079,5 por ciento, según la serie histórica del Indec. En junio de aquel año, el mes previo a que Alfonsín adelantara el traspaso de la presidencia a Carlos Menem, que había ganado las elecciones del 14 de mayo, el índice de precios al consumidor llegó al 114 por ciento. En julio trepó 196,6 por ciento.

El líder radical que se había convertido en el primer presidente de la recuperación democrática no pudo resolver los problemas económicos y lo tapó la ola neoliberal que cubrió a varios países de Latinoamérica, empujada por la política exterior de Estados Unidos para esta parte del mundo.

El 120 por ciento de inflación interanual actual no se corresponde con aquel contexto. Ni siquiera con el 444 por ciento que la última dictadura registró en su primer año, 1976, como efecto de la devaluación del año anterior, conocida como “El Rodrigazo”, por el apellido del entonces ministro de Economía, Celestino Rodrigo.

Tampoco el contexto actual es homologable a la salida de la convertibilidad de 2001, cuando se arrastraban cuatro años de recesión, altos niveles de desempleo y de endeudamiento externo. Este último factor sí se repite en los tres procesos, junto con la restricción externa y la histórica fiebre vernácula por el dólar.

Aun en contextos diferentes, tras las Paso se alentaron robos en algunas ciudades del conurbano bonaerense y en distintas provincias del país. Hubo hechos reales, de ataques en manada a comercios, y mucha acción psicológica a través de las redes. Lógicamente, cuando el pasto está seco prende más rápido el fuego.

Hasta el cierre de esta nota, no estaba claro que hubiese un instigador puntual de los intentos de saqueo, que evidentemente también se le pueden “hacer” al peronismo en el poder.

Sí existía profusa evidencia sobre las acciones de desestabilización por vía de las redes sociales y el servicio de mensajería Whatsapp, que corre más rápido que la verdad, cuyo precio se devalúa junto al de la moneda nacional.

En ese universo paralelo se difundieron fotos de otros países, imágenes antiguas y videos reales de ataques a comercios. De hecho, el gobierno bonaerense informó el martes a la noche la detención de 94 personas.

En la mayoría de los casos se trataba de varones jóvenes de barrios populares, esa materia ubicada al borde del sistema que alimenta tanto la mano de obra del narcomenudeo, las movilizaciones o el pandillaje a comercios, ante la ausencia de otras perspectivas. De allí también salió buena parte de los votos que entronaron a Milei en las Paso. Los analistas hablan de bronca y enojo como motores de esos disparos dirigidos al propio pie.

Los que la vieron

El candidato a diputado nacional de La Libertad (de empresa) Avanza por la provincia de Buenos Aires, Agustín Romo, realizó un posteo el miércoles de la semana anterior en Twitter: “Saqueos en José C Paz: reventaron un local de artículos del hogar y otro de ropa deportiva. Todos los comerciantes están cerrando. Se le prende fuego el país al peronismo”. Al día siguiente fue robado un supermercado Día de esa localidad.

También agitó videos de “comerciantes de Once bajando las persianas ante rumores de saqueo”, como los que él instalaba. En el barrio de Once, de la ciudad de Buenos Aires, no gobierna el kirchnerismo, vale aclarar. Pero ahí el miedo no es zonzo.

El ex intendente de la localidad de Morón y ex esposo de María Eugenia Vidal, Ramiro Tagliaferro, también publicó en sus redes imágenes de comercios con sus persianas bajas.

“Los comercios de Morón bajan las persianas ante rumores de saqueos. Una imagen que no se veía hace años. Después de la vida, la libertad es lo más preciado que tenemos. Hoy el kirchnerismo nos obliga a encerrarnos otra vez”, posteó.

Esas fueron sólo algunas de las publicaciones en redes en la que se basó la portavoz presidencial, Gabriela Cerutti, para endilgar la operación política de los saqueos a personas cercanas a Milei.

En ese juego de agitar un tema para que ocurra, la candidata presidencial de Juntos por el Cambio (JxC), Patricia Bullrich, comenzó a responder la pregunta de Kicillof sobre a quién beneficia una situación de estallido social.

Bullrich planteó el miércoles que “si se pierde el control y tiene que hacerlo, el Gobierno tiene que pedir el estado de sitio”. La misma persona que comparaba el aislamiento social preventivo y obligatorio durante la pandemia de coronavirus (es decir, una medida de cuidado sanitario) con el estado de sitio, ahora lo reclama ante hechos de vandalismo.

La propia Bullrich y otros dirigentes de JxC, como el economista Martín Tetaz, pusieron en evidencia la estrategia electoral. Tras el resultado de las Paso, los seguidores de Mauricio Macri entendieron que la idea de cambio se la apropió Milei, el más cambista de los cambiadores.

Perdida esa batalla, el equipo de Bullrich definió que de cara a las elecciones generales de octubre la ex ministra de Trabajo de la Alianza debe buscar votos instalándose como representante exclusiva de la idea de orden.

Por eso salió a pedir estado de sitio. De libertaria fronteriza a sheriff del país.

Patilludo

Los robos a comercios y, sobre todo, las acciones psicológicas generadas alrededor de los mismos se dan en un contexto que sólo recuerda a 1989 por la llegada de Carlos Menem al poder.

Los principales asesores económicos y financieros de Milei son ex funcionarios del gobierno de Menem, como el ex ministro de Economía Roque Fernández y su ex vice, Carlos Rodríguez, quienes participaron en nombre de LLA en la charla poselectoral con funcionarios del Fondo Monetario Internacional.

El propio Milei ha dicho que Menem fue el mejor presidente argentino y Domingo Cavallo, el padre de la convertibilidad (para los jóvenes, era un esquema en el que 1 peso era equivalente a 1 dólar) fue el mejor ministro de Economía argentino.

Los autopercibidos como “libertarios” no son más que neoliberales aderezados con la escuela económica austríaca, lo que supone no ya un retroceso a los años 90 sino al siglo XIX.

Se trata de la libertad de mercado y el individualismo llevado a límites extremos, como si sólo existieran personas y no comunidades. La disminución del Estado a su expresión invisible, pero garantizando los negocios de los privados. La competencia individual sobre la solidaridad colectiva. Por eso Milei alucina comunistas por todas partes.

Aun así, desde el triunfo en las Paso, el candidato presidencial de la-libertad-de-empresa-a-cualquier-costo comenzó a confrontar su discurso con lo real.

Así pasó de decir que iba a cerrar el Conicet a plantear que le interesa la investigación en ciencias duras y con participación de la inversión privada.

Trocó los dos millones de despidos en el sector público a una reubicación de los empleados y empleadas estatales para mejorar el funcionamiento del aparato estatal.

La dolarización como sinónimo mágico de la resolución de los problemas económicos y financieros devino en un plan a mediano plazo que hay que estudiar.

Nada nuevo trae el modelo de Milei, que ya fue aplicado en los años 90 del siglo pasado en la mayoría de los países emergentes y dependientes de Latinoamérica con los resultados por todos conocidos. Desde lejos se le ven las patillas.

Lo novedoso, en todo caso, es que a diferencia de Menem, el novio de Fátima Florez no tiene que prometer revolución productiva ni salariazo para luego hacer lo contrario. Consigue votos entre las potenciales víctimas directas de las políticas que dice que va a aplicar en caso de llegar a la cima del poder público.

En un mundo donde cada vez más triunfa la idea del individualismo y la autoexigencia y la autoexplotación como formas de vida, el culpable de los fracasos y las frustraciones es el propio individuo y no el sistema. También Menem explotó esa idea, hace 30 años, cuando comenzó a culpabilizarse a los desocupados –cesanteados de las empresas estatales entonces privatizadas para que ingresaran los dólares que sustentaran la convertibilidad– de su propio destino, por no haberse capacitado o actualizado para ingresar con el rol de ganadores a la nueva Argentina, que se pavoneaba en el primer mundo. Entonces no fue la revolución lo que alumbró, sino la depresión. La primera requiere de acciones colectivas, la segunda es individual y culpabilizante.

Sin embargo, a la década neoliberal de Menem-De la Rúa y el estallido de la convertibilidad en 2001, con su tremendo costo social, le siguió la recuperación con Néstor Kirchner a partir de 2003.

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 26/08/23

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