Yo no sé, no. “Pensar que por acá hubo un viñedo”, dijo José, antes de cruzar el primer puente de la Vía Honda cuando veníamos de barrio Triángulo. “Me parece que llegamos tarde al barrio”, agregó Manuel, mientras estiraba el cogote para ver sobre un tapial dos árboles cargaditos de higos pese a que no era común que hubiera dos higueras juntas, y agregó: “Aquí no tenemos que llegar tarde. Por lo que se ve habrá higos y brevas a rolete y, como a mí los dueños me junan, si le mangueamos nos van a dar a todos”. De allí, algunos arrancamos para el monte Bertoloto en busca de moras (blancas y negras) que en casi todo el año había y que a fin de agosto eran más que abundantes. Otro grupo fue por la ruta de las mandarinas y algunos seguimos derecho hacia Lagos seguros de que en el camino encontraríamos con nísperos, membrillos y los últimos ciruelos que estaban siempre bien custodiados. Cuando pasamos los ligustros, José se paró para hacerse de un par de ramitas de zarzaparrilla y, mientras se pitaba un tronquito, señaló: “Aquí bien podrían haber plantado árboles que den manzanas”. Pedro, mirando una calle que se preparaba para prolongarse atravesando un campito y una cancha, le respondió: “Pronto aquí habrá manzanas”. Mientras el Pelu y Carlitos trataban de hacer bien las cuentas para la repartija de unos veintipico huevitos de gallo, Tiguín le dijo a Manuel que el de arriba tenía un gran manzano y que en cualquier momento, desde atrás de la Santa Isabel de Hungría, caerían suavemente tanto verdes como deliciosas. Manuel, limpiándose la trompa manchada con mora, le contestó: “Yo me conformo con que el de arriba nos endulce los membrillos, que siempre están amargos”. 

Pasaron los años y al final, donde hubo campo, canchas, nísperos y zarzaparrilla (para pitar), llegaron unas manzanas de 100 metros por 100 de lado. Una noche, cerca de lo de Francisco (Cafferata y Doctor Riva), Pedro le dice al Chino (el hermano de Cheneo): “Ahí, en ese lugar donde estuvo la mitad de la cancha de Cilindro, tendría que haber un centro de manzana que resguarde el pasado. Ahí mismo, donde una tarde en un partido que parecía que terminaba en cero, el Ratón, en la última pelota y con ayuda de un defensor cabeza de mora (siempre rodeado de moscas), la peinó y metió un gol de media cancha. Y no por una simple nostalgia, sino para que se sepa que aquí hubo historias, hubo raíces que dieron sus frutos y otras raíces que estuvimos deseando que apareciera. El otro día, sobre las 12, cuando los de la mañana se cruzan con los de la tarde que van a la Santa Isabel de Hungría, Pedro, mientras desenvolvía un alfajor de membrillo, me dice: “Sentí, escuchá el griterío. ¿Viste?, a pesar de todo la manzana está rodeada de alegría, está rodeada de futuro.

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 26/08/23

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