Para quienes transitamos parte del sistema educativo en el período más oscuro de la historia de nuestro país, sabemos la importancia de recordar, valorar, defender y transmitir a las nuevas generaciones la importancia de vivir en democracia. Un tiempo en donde nuestro pasaje por la escuela estuvo marcado por una aparente neutralidad en la transmisión de saberes, se enmarcó en una fuerte presencia de contenidos para el control ideológico y discursos y prácticas autoritarias.

Una de las conquistas más importantes en educación iniciado el Siglo XXI fue la sanción de la Ley de Educación Sexual Integral N° 26.150 en octubre de 2006, recordemos que en ese mismo año también se sanciona la Ley de Educación Nacional N° 26.206, impactando de esa manera cambios sustanciales y significativos en todo el sistema educativo. En especial y en concordancia con todo el plexo normativo, la materialización de la Ley de ESI permite reconocerla como un derecho humano fundamental. En este sentido afirmamos que la democracia es el escenario por el cual todos los derechos humanos deben ser los ejes políticos y éticos que vertebren la vida de todas las personas.

Recuerdo mi pasaje en la escuela primaria católica y en la secundaria pública a finales de la década del 70 y principio de los 80 respectivamente, cuando el contenido de “familia” era uno de los temas recurrentes en la clase escolar junto a la del ciudadano obediente y subordinado. En las carpetas escribíamos que las funciones de una familia se enmarcaban en los preceptos cristianos y morales, además de los mensajes ocultos que se transmitían a través de  imágenes y carteles colgados en las paredes de la institución donde se hacía foco en una concepción de familia bajo el modelo de matrimonio heterosexual donde el varón era el proveedor, vigilaba a sus hijxs y las mujeres quedábamos bajo el mandato del marido con una fuerte presencia en las tareas de cuidado.

Mi infancia y adolescencia estuvieron marcadas por la muerte de mi mamá, en cada Día de la Madre y de la Familia, la escuela me hacía sentir una tremenda frustración anclada en la orfandad, mis hermanxs y yo sufríamos cada vez que teníamos que hacer una actividad práctica y dedicarle una tarjeta alusiva en los días festivos a una familia que no coincidía con esa imagen cristiana y de “buenos valores”, éramos lxs “pobrecitxs”, “lxs huérfanos”.

Entiendo que la ESI viene a romper con los mandatos de una escuela patriarcal y sexista, que no clasifica en estereotipos de familias ni de personas y que potencia los derechos de todxs a vivir una sexualidad entendida integralmente desde aspectos políticos, éticos, afectivos, subjetivos, sociales y biológicos. Sabemos además que esto implica cambios culturales y que, sin una normativa que aborde la ESI como obligatoria sería un gran problema. Es cierto que aún falta mucho en cuanto a su implementación, es el día a día en la escuela que discutimos, reflexionamos y elaboramos propuestas para que la ESI llegue a todxs. En el mismo sentido, la inclusión de contenidos curriculares sobre ESI en los planes de estudios es un hecho que marca un gran avance en la política educativa y curricular. Al respecto preocupa que en este 2023 y en el escenario político de elecciones nacionales, provinciales y municipales aparezcan dirigentxs políticxs que cuestionan los fundamentos de la ESI instalando un discurso conservador y negando el enfoque de derechos y perspectiva de género que se sustenta en la Ley de ESI, como así también la posibilidad de plebiscitar la Ley de IVE (Interrupción Voluntaria del Embarazo), derecho que las mujeres conquistamos con una lucha incansable durante muchos años.

De la misma manera, estxs mismxs candidatxs vuelven a poner en duda no sólo el valor de la educación y la salud pública y la función del Estado como garante de derechos, sino el ataque sistemático a la democracia a través de discursos donde reivindican la defensa de quienes han sido nuestros verdugos y asesinos de una generación que luchó por un país con justicia social. Queda claro que los derechos que supimos conquistar como pueblo no pueden ser quitados y vulnerados, es nuestra responsabilidad como docentes mostrar las contradicciones que están presentes en los discursos de los sectores políticos, eclesiásticos y económicos más conservadores y autoritarios. Es cierto además, que somos nosotrxs, trabajadorxs docentes y estudiantes quienes estaremos dando pelea en el aula y en la calle como lo hicieron hace más de cuarenta años lxs compañerxs que sentaron las bases para una democracia donde todxs formemos parte.

*Profesora en ciencias de la educación (UNR), especialista en políticas públicas y justicia de género

 

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