Yo no sé, no. Las tardes de octubre se ponían fresquitas, a veces demasiado. Un jueves Pedro vino con la novedad que en una tienda que estaba por Biedma vio una de jean (una vaquera o de lona) y que el precio era más barato que las que vendían en el centro. Era la gran solución para dejar de usar esos pullovers que picaban apenas caminaba dos cuadras. Igual, había que juntar la moneda para comprarla.

José, que ya fumaba, decía que le faltaba un par de bolsillos. Él ya trabajaba como peón de albañil y siempre tenía para los fasos, entonces quería un bolsillo grande como para los Imparciales o los Benson que fumaba los fin de semana para hacerse el lindo con las pibas. Tiguín, que estaba en eso de arreglar motos, quería una campera con un bolsillo de cuero como para guardar alguna tuerca o bujía. Raúl quería una con flecos como la de Chayanne; Carlos una con cierre adelante; Manuel con una que sea de su talle se conformaba porque estaba usando una que dejó su tío Cachota desde hacía dos años y le quedaba bastante grande, a veces hasta dormía con esa campera que, en él, era un camperón.

La tarde del viernes encaramos para el lado de la Vía Honda. Un grupo se quedó en una canchita aceptando un desafío de 5 contra 5 mientras que Tiguín, Pií y su hermano siguieron para el lado de las quintas, pero antes se quedaron en el primer puente de la vía para ver pasar el tren. El hermano de Pií, que tenía una campera negra de cuero, decía que era igual a la que llevaba puesta el tipo que iba en el último vagón, en el furgón de cola, e hizo una apuesta: que el tren que pasaría a eso de las 7 sería de pasajeros y no de carga. Tiguín aceptó la apuesta.

Mientras tanto, al partido que pintó en la canchita llegó uno que vivía por Felipe Moré casi Biedma, con una campera azul y jugó para nosotros. Manuel no dejaba de verle la campera que el pibe no se sacó en 20 minutos. Y eso que corría de lo lindo. Ya en la segunda pelota que toca le empezamos a decir “tocala, Camperita”, “ahí va, Camperita”. La verdad fue que gracias a él sacamos una buena diferencia, con tres goles arriba. En el segundo tiempo bajó el ritmo del pibe, quizás porque se la pasaba relojeando su campera que había dejado detrás del arco. Cuidamos el resultado como pudimos y cuando terminó el partido Manuel le dijo “vos, Camperita, jugás bien con la campera puesta”.

Pasaron un par de semanas y en lo de una piba que vivía por Quintana casi Suipacha nos fuimos a un asalto (un baile) que pintó ahí. Manuel cayó con una campera a su medida, nosotros con alguna que teníamos, y sólo José se puso una nueva como la que vimos en la tienda Casa Marcelo. Ellos esa noche pasaron a ganadores, José porque era como una percha el lomo que tenía y Manuel porque le dio a la cumbia como loco sin sacarse la campera. Cuando terminó el baile a eso de las 3 de la madrugada le dijimos a Manuel “Camperita, qué bien bailás la cumbia cruzada con la campera puesta”.

A la semana vimos unas pibas esperando el 203, el que iba rumbo al sur, con unas cañas de pescar y una de ellas tenía una campera de lona azul, de la que sacó del bolsillo un atado de L&M, se prendió uno, le pegó un par de pitadas y antes de subir al bondi se guardó el pucho, sin apagar, en la campera. Desde la última ventanilla nos miró, soltó el humo, y mientras sonreía nos guiñaba un ojo. “Es la piba perfecta”, pensamos todos.

Pasaron los años y Raúl tuvo su Chayanne, Carlos una con cierre, Tiguín arreglaba motos con una campera con bolsillos reforzados, Pedro iba al Superior a la noche con una de corderoy color crudo (un blanco pálido) y el hermano de Pií, que ya para ese entonces era chofer de colectivos, iba con una campera negra de cuero.

Una noche de octubre, mientras pasaba por Cafferata y Biedma, Pedro creyó ver en la vidriera de la tienda aquella campera azul, a Manuel con el camperón durmiendo, a José bailando cumbia, a Raúl, a Tiguín y a Carlos colgándose de aquel 203. Cuando iba rumbo a su casa por Iriondo, mientras fumaba el último Particulares, se acordó de lo que le había dicho una compañera hacía un rato en la esquina de Balcarce y Tres de Febrero, subiéndose a un colectivo y sonriendo: “En octubre a ustedes les quedan lindas las camperas”.

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