Yo no sé, no. Esa tarde había un desafío en la cortada donde vivían Carlos, Raúl y Juancalito. Un partido de 7 contra 7, a 12 goles, contra la barra del Corcho (de Riva y Crespo). Manuel nos dijo: “Aguantenmé un toque que tengo que ir a lo de Viborita (el verdulero) y en un pique estoy de vuelta. Nosotros sabíamos que sería más de un pique porque el Manu era un especialista en los piques cortos de negocio en negocio. Además, camino a la verdulería se iba a topar con la calesita que estaba en ese terreno al que se podía entrar tanto por Biedma como por Iriondo, y no se iba a perder de pegarse un par de vueltas. Una la pagaba en efectivo y a la otra se la fiaban. Manuel siempre decía “Anotame una vuelta que en un pique vuelvo y te la pago”. Fue un partido de piques cortos de esos en los que el que tenía más precisión en los pases seguro tenía muchas chances de ganar. El encuentro arrancó sin Manuel.

Unos días antes, yendo por Biedma una cuadra antes de Lagos, cuando un grupo íbamos hacia el 203 alguien gritó: “Un pique y los dos últimos se pagan una Coca”. Esa vez, en el Puente Gallego, la gaseosa la pagaron Juanchila y el Juancalito, no tanto por lentos sino por distraídos, ya que a la hora de “un pique por algo”, como hacía calor, a pesar de que estábamos a mediados de octubre, algunos aprovechamos y nos dimos un chapuzón en el lado de los sauces donde el arroyo era más ancho y profundo. Eso sí, nos tiramos desde la barranca después de una carrera corta, un pique digamos, para caer en el lugar donde no había rocas peligrosas. En el segundo pique y zambullida, José se fue para el lado de las mojarras, cerca del puente, con un par de líneas. Los “piques por algo” también eran cuando íbamos a tomar el 15 en la parada de San Nicolás y Biedma. “Un pique y el último se paga un helado”, ahí por San Nicolás donde había una heladería en la que casi nunca ningún perdedor de algún pique pagó un helado porque siempre llegábamos cuando el bondi estaba arrancando y teníamos que hacer un pique extra para alcanzarlo.

Al tiempo, muchos del barrio llegaban con lo justo a laburar en la fundición del Pelado, que estaba por Lagos, después de pegarse un pique en los últimos 50 metros. No se sabía si era un pique por algo o estaban atrasados en el horario, o las dos cosas. Mientras tanto, a la salida de la Anastasio, siempre pintaba “un pique por algo” desde la salida hasta la parada del 53. Cuando participaban las pibas, siempre ganaban ellas, especialmente una que vivía por Acevedo y a la que no se le veían las patas cuando el pique era por un par de alfajores. 

Cuando Pedro y Carlos iban al Superior de noche, a la salida daban ganas de pegarse un pique hasta 3 de Febrero, aunque sea por un cortado en el bar de la esquina. Pero nunca lo hicimos. Una noche, pasando por la escuela, Pedro creyó ver a la Flaca Analía entrando al bar y se pegó un pique pero no, no era ella, era una parecida. 

Hace unos días, por la cortada, Pedro sentía que todavía no había terminado aquel partido de piques cortos y rápidos en el que Manuel no llegó por culpa de la calesita. Le habían agregado un avioncito y el Manu siempre había querido viajar en avión y manejarlo. Decía que el avión sería el más veloz en los piques aéreos. Esa noche, a pocos días de las elecciones nacionales, Pedro se acordó de todas y todos, y se acordó lo que le decía la Flaca Analía: “Falta poco, en un par de piques llegamos”.

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 21/10/23

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