Yo no sé, no. A unos días del 8 de diciembre Manuel insistía en saber el pronóstico del tiempo. Le interesaba saber si el cielo en esos días iba a estar despejado, sobre todo por la noche. Cuando le preguntamos el porqué nos dijo que era por las estrellas fugaces. “No quiero que se me escape ninguna”, dijo. Carlos, mientras combinaba tres juegos de luces para el arbolito, lo increpó: “¿Vos no sos creyente en la virgen, en el niño y todas esas cosas? ¿Cómo le vas a pedir a una estrella?” Manuel le contestó que todo suma y ahí mismo nos preguntó cuál sería el punto más alto y piola para ver el cielo de noche. Raúl le dijo que en el tobogán de la plaza Galicia. Para José era el tercer puente de la Vía Honda, el de Uriburu. Juan Carlitos le dijo que el punto piola es en Crespo y Quintana: por esos días todavía estaba el parquecito y si te animás de noche, le dijo, te subís a uno de los botes y mientras te hamacás, mirá atento al cielo. Para Tiguín, el punto más copado era el que estaba por Biedma cerca de Constitución porque a la madrugada se siente olor a pan y a bizcocho de la panadería de Manolo.
Pedro pensó en el tanque que está en el medio del barrio Acindar. Aunque él nunca subió, pensaba que desde ahí se podría ver tanto a aquellas pibas que vivían cerca de Fragata Sarmiento como a las de este lado del barrio. También pensó en ese tapialito tan especial que estaba por Iriondo a metros de Biedma y una noche vio fugazmente una sonrisa de una que estaba ahí y le pareció una estrella. Para Juanchila, por Ovidio Lagos a la altura donde pasa el tren para ir a Buenos Aires, era un lugar especial. Él decía que ahí y más a la madrugada el tren que salía de Rosario tomaba velocidad y más de una vez soñó que se elevaba y se transformaba en un tren aéreo.
Pasaron unos años y a principios de los 70 se comentaba que el punto más alto de Rosario estaba en Córdoba y Laprida en la Bola de Nieve. Por ese entonces nosotros nos aferrábamos a unos sueños colectivos que nos parecían muy posibles de realizar. Algunos nos tomaban de ingenuos. Esos años serían como las estrellas fugaces a cuyos deseos, los nuestros, era imposible de cumplir. Hace unos días con Pedro pensábamos cuál sería el lugar más piola en el barrio para pasar la noche esperando alguna señal o alguna estrella fugaz, porque aunque no somos muy creyentes, si pasa alguna para pedirle algo, todo suma. Pedro se despertó una madrugada viendo o creyendo haber visto un par de estrellas que de arranque parecían fugaces y se detenían para pasar por el barrio, una de ellas parecía transformarse en una pelota, la otra se dividía y aparecía con muchas caras, algunas caras de los pibes del barrio, otras con las caras de los compañeros y compañeras de los 70 con una expresión que reafirmaba y que viene para estos tiempos: lejos estamos de rendirnos. Pedro se despertó sabiendo que más allá de los malos resultados la lucha continúa.
Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 09/12/23
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