Yo no sé, no. En la anteúltima mano de un truco a 30, después de un envido envido, José tiró la falta y Manuel respondió: “Quiero”. Ganó con 27. Cuando le preguntamos si se tiró a la pileta o siempre le tuvo fe al 27, nos dijo que era su número preferido, y más en febrero: “Miren esas 4 vacas de Tito, esas que son las últimas en irse para el establo, esas dan por lo menos 27 litros de leche por día”. También le gustaba el 27 de febrero porque para él en ese día se terminaban las vacaciones. “El 28 hay que estar preparando todo para el marzo escolar, el 28 ya es parte de marzo”, sostenía. También el 27 es el peine en la quiniela, y si bien no jugaba, decía que “un 27 nuevo” era más que un aliado, un compañero a la hora de ir con el jopo bien sostenido, para causar una buena impresión a la seño y hacerse el lindo con las pibas en el recreo en la Anastasio. “Además –prosiguió–, acuérdense cuando salimos entre los tres primeros en aquel torneo que jugamos en una cancha cerca del Mercado, por 27 de Febrero casi Iriondo, cuando José hizo un gol peinándola después de un tiro de esquina y Raúl metió otro pegándole de lleno con el empeine a un rincón”.

Esa buena actuación fuera de nuestra cancha, para Manuel fue por la influencia del 27. Carlos, que era y es bostero, agregó: “Manuel capaz que tiene razón. Por lo menos ustedes, cada vez que se subieron en 27 y Lagos al camión que venía del tanque de Tablada rumbo a Arroyito, volvieron con la sonrisa de un triunfo”. Tiguín se metió en la conversación diciendo que él encontraba la felicidad cuando llegaba a la zona de 27 y San Martín, porque por ahí él encontraba todo o casi todo para su Vespa.

Pií y Juancalito dijeron que para ellos en 27 y Oroño comenzaba lo mejor de la ciudad, y más en febrero porque ahí arrancaban los corsos. Ese febrero del 68 aparecía con un 29 como último día. En Europa, la cuestión política y social se empezaba a mover de lo lindo mientras que por acá en Argentina se producía una huelga de trabajadores petroleros de casi dos meses en contra de las medidas de ajuste y extranjerización por parte de Onganía, y ponía nerviosos a los que siempre la tuvieron atada.

Esa tarde, mientras pitábamos los últimos rubios y las cuatro vacas de Tito se perdían tras una montaña de fardos de pasto amarillento y nos íbamos rumbo a un mate cocido con leche, Manuel dijo, después de acomodarse el jopo con su “pantera negra” nuevo: “Capaz que Belgrano pasó por acá, por donde están estas vacas y luego agarró por 27 para llegar a donde izó la bandera”.

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 02/03/24

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