Yo no sé, no. Manuel llegó esa tarde de marzo hasta la esquina de Riva y Crespo a decirnos que tanto su limonero como los dos que estaban frente a la Santa Isabel estaban cargados de limones. Para él eso era un buen augurio. Manuel siempre se llevaba un gajo de limón a la bocha diciendo: “Un día de estos voy a encontrar uno dulce”.. Raúl, con un cañito de soda en la mano, dijo que los árboles que estaban por Iriondo frente a la cancha a pesar de la poda seguían cargados de municiones (venenitos) y eso lo dejaba tranquilo. Carlos agregó que los ciruelos que estaban cerca del callejón estaban cargados hasta las manos y que esos ciruelos ya no estaban cercados. Tiguín se enganchó diciendo que los membrillos que había frente a la casa estaban que se doblaban de lo cargados. Eso sí, de pensar en hacer dulce tendríamos que buscar la forma de hacernos de unas cuantas monedas para el azúcar. Juancalito tenía el dato que en el cañaveral del segundo puente de la vía honda había dos nísperos que nadie hasta ahora había tocado y estaban recontra cargados.

Pedro, otro día caminando por Acevedo rumbo a la Anastasio, vio que un árbol de mandarinas tenía un par de ramas recargadas y que para el fin de otoño ya tendríamos a mano unas dulces mandarinas. Al mediodía, cuando por Francia acompañó a la Susi hasta su casa a la altura de las hamacas, notaron que una parra que hacía unos 4 años que amagaba secarse de pronto estaba recargada de uvas chinches. José llegó con los bolsillos cargados de japonesas, y dijo que vio un árbol de Mora que aparte de estar cargado presentaba una curiosidad: la mitad de las moras eran blancas y las otras negras. El jueves de esa semana de marzo amaneció cargado. Durante 5 días amagó con una lluvia salvaje.

Para eso de las 6 de la tarde volvíamos por Biedma con azúcar suficiente como para hacer unos cuantos kilos de dulce de membrillo. En Iriondo el 52 iba cargado con unas pibas que tenían todas unas dulces sonrisas.

Era una tarde de marzo del 70. El gobierno de facto (dictadura de Onganía) empezaba a agotarse; el pueblo se cargaba de memoria y en las escuelas, universidades, los sindicatos, la resistencia aumentaba día a día y nos pareció que casi todos los árboles del barrio se estaban cargando de un dulce futuro.

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 16/03/24

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