Hairesis maxima est opera maleficarum non credere. La lista de las condenas papales continúa engrosándose y parece seguir a pie juntillas el Manual del Buen Ultraconservador Católico: homosexuales, aborto, profilácticos, y ahora brujería y superstición. Condenar estas prácticas en África conlleva un rechazo al sincretismo que ha caracterizado a las culturas de ese castigado continente, y augura la continuidad de un derrotero que se parece a un túnel del tiempo hacia la Edad Media. La bruja, además, según documenta la historiografía, es una construcción al servicio del ataque a la mujer.

Esta vez, Benedicto XVI dio una muestra más de eurocentrismo católico y de su profundo desprecio por otros credos y culturas, al lanzar este sábado una campaña contra la brujería y el espiritismo. Lo hizo desde Luanda, África, donde pidió a la Iglesia que combata “el problema de la superstición y de los malos espíritus” y ofrezca el Evangelio a esas gentes "desorientadas, que viven en el terror".

"Os toca ofrecer el Evangelio a vuestros compatriotas. Muchos de ellos viven con miedo a los espíritus y a los poderes ocultos de los que se sienten amenazados. Desorientados, llegan al punto de condenar a niños de la calle e incluso a los más ancianos, ya que dicen que son brujos", afirmó el Papa durante una misa en la iglesia de San Pablo con los obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas angoleños y miles de fieles, en el marco de su gira para conmemorar el 500 aniversario de su evangelización.

Ratzinger lanzó así, literalmente, una “caza de brujas”. La operación simbólica que esto conlleva no es menor: desmetaforiza la expresión, la hace literal, con todas las connotaciones que históricamente ha tenido la persecución a las brujas como excusa para atacar y perseguir a todo grupo social marginal y molesto en alguna circunstancia histórica concreta. Y hace honor además, a su pertenencia como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, originalmente llamada Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición, fundada por Pablo III en 1542 con la Constitución "Licet ab initio", para defender a la Iglesia de las herejías. Es la más antigua de las nueve Congregaciones de la Curia. Y queda claro que más allá del bonito nombre eufemístico que la Iglesia le ha dado a lo que fuera el Santo Oficio, las funciones de la Inquisición, la poderosa organización dedicada a perseguir brujas, hechiceros, criptojudíos y musulmanes, y por extensión a todos los individuos o grupos sociales que resultasen molestos al poder de turno, siguen en pie durante el reinado de Joseph.

Con sólo repasar la historia de la caza de brujas en el mundo, queda constatado, y la documentación sobre este punto es abrumadora, que esta práctica represiva incluye y legitima la delación como práctica social, el desprecio y la sospecha por el otro y las formas más perversas de discriminación. Ha resultado históricamente un eficiente mecanismo de control social utilizado contra las culturas populares y marginales y especialmente contra la mujer: la construcción de la imagen de la bruja como malvada, perversa, lujuriosa, que practica sexo anal con los demonios y vuela montada en una escoba-falo apunta a esto.

¿Cuántos años atrasa Ratzinger?

La condena figura ya en el Antiguo Testamento: "No practiquen la adivinación ni pretendan predecir el futuro" (Levítico, 19-26). "Que nadie practique la adivinación, ni pretenda predecir el futuro, ni se dediquen a la hechicería ni a los encantamientos, ni consulte a los adivinos y a los que invocan a los espíritus, ni consulten a los muertos. Porque al Señor le repugnan los que hacen estas cosas. Y si el Señor su Dios arroja de la presencia de ustedes a estas naciones, es precisamente porque tienen estas horribles costumbres" (Deuteronomio 18, 10-12). Y estas palabras resonaron en boca de Ratzinger, pero en otro contexto histórico y con otros objetivos.

El historiador Bartolomé Bennassar, especialista en la Inquisición española, describe el accionar de estos oscuros poderes en nombre del espíritu: “Durante el siglo XVI Europa se ve infectada de denuncias sobre brujería. Miles de personas sospechadas de esta práctica eran detenidas y sometidas a interrogatorios, tanto por las autoridades civiles como por la temible Inquisición. La simple probabilidad de caer en sus manos llenaba de terror. El uso de tortura, tanto para lograr la confesión o simplemente para la confirmación de ésta, era lo habitual. Y las penas podían ir desde la abjuración pública y el uso del sanbenito –un hábito amarillo con una cruz roja, cada vez que salía de su casa– muestra pública de vergüenza y humillación, hasta la condena a muerte en la hoguera”.

Y a juzgar por los dichos del Papa, el fuego está encendido. Abjuro te, spiritus nequissime, per Deum omnipotentem…
 

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