La embajadora argentina en Venezuela, Alicia Castro, sumó este jueves su grano de arena a los entredichos en torno a la nacionalización de empresas del grupo Techint resuelta por Hugo Chávez. “El gobierno sabía que esto iba a suceder”, dijo Castro.
Pasto para las fieras que vienen mostrando las garras en defensa de las “empresas nacionales” y pugnando, con la fuerza de sus tanques mediáticos, por imponer como sentido común el interés de la clase dominante por sostener sus privilegios y sus prácticas monopólicas. Que Techint es la patria es la cantinela, pese a que tal afirmación no resiste el menor análisis. Y ojalá sea cierto que el gobierno argentino sabía de las nacionalizaciones en Venezuela. Y ojalá en la Argentina se generen cada vez mejores condiciones para tomar medidas similares, como por ejemplo la vuelta al Estado de la ex Somisa, entregada a Techint durante el menemismo con María Julia Alsogaray como gestora.
Es patético el modo en que el establishment local nada contra la corriente que empuja por la intervención cada vez mayor del Estado en la economía incluso en los países que esos mismos sectores del poder económico quisieron imponer como modelo para la Argentina durante tantos años, como Estados Unidos.
Y es una lástima que el gobierno argentino haya sobreactuado su despegue de las nacionalizaciones impulsadas por Chávez, suponiendo que respaldarlas hará mella en la cosecha electoral del próximo 28 de junio.
Encima, ahora Castro dijo, en declaraciones a radio Mitre realizadas este jueves, que no es cierto que Cristina y Néstor no sabían de las estatizaciones de las empresas del grupo Techint. Y aseguró que el tema “se habló en El Calafate”, donde Chávez estuvo como invitado de la presidenta en su reciente visita a la Argentina, unos días antes del anuncio de las nacionalizaciones bolivarianas.
Por supuesto, la contradicción ya comenzó a ser usada por el club de defensores de Techint y cía. para insistir en imponer que los intereses del grupo de la italianísima familia Rocca son convergentes con los de la Argentina toda, donde son mayoría las víctimas y no los socios del emporio empresarial en cuestión.
Claro que la ingenuidad del exceso de idealismo no es buena consejera para afrontar una coyuntura como la actual, con las elecciones legislativas a un paso en un marco de derechización del discurso circulante en vastos sectores de votantes.
Pero la duda es si la coherencia resta más que los barquinazos derivados de la sobreactuación para despegarse del amigo bolivariano, y si los asesores electorales y de imagen del gobierno no sobrestiman el caudal electoral a conquistar limitándose a remarcar lo que, afortunadamente, desde la Rosada no dejó de decirse en estos últimos días: que Venezuela tiene un gobierno democrático con derecho a estatizar las empresas que le parezca conveniente estatizar.
Y que está bien estatizar, como se hizo, por ejemplo, con el Correo, con Aerolíneas, con los fondos de las AFJP. Y que sigan las firmas.
