Pobreza en Johannesburgo.
Pobreza en Johannesburgo.

En la novela El retrato de Dorian Grey, una pintura envejece y se afea en lugar de la persona retratada, que permanece lozana a través del tiempo, e incólume ante las maldades que comete, que sí dejan marcas en el cuadro. África cumple esa función respecto de Europa. Detrás del encantador desarrollo de la cultura europea se esconden los sanguinarios horrores del colonialismo perpetrados en África por las naciones “civilizadas”. Los campos de concentración fueron un invento británico durante la caranchesca guerra contra los holandeses para disputarse el sur del continente. Los alemanes empezaron a experimentar con humanos vivos también en África. Y los belgas asesinaron entre cinco y diez millones de personas en el Congo.

Como sucede con ciertos inventos, no resulta fácil señalar al autor, y muchas veces los que retoman y desarrollan una idea pasan a la historia como sus creadores. “No debemos olvidar que los campos de concentración fueron una invención de la Inglaterra ‘liberal’ que data de la guerra de los Bóers”, afirma Slavoj Zizek en El sublime objeto de la ideología con referencia a los conflictos armados que entre 1880 y 1902 enfrentaron al Imperio Británico con los colonos de origen holandés (llamados bóer, afrikáners o voortrekkers) por el dominio de lo que hoy es Sudáfrica.

Estas guerras entre colonialistas representan apenas un capítulo de sangrienta historia de la rapiña europea en el continente africano. En el reverso de las bellas capitales europeas, con sus magníficos palacios, sus avenidas y sus plazas diseñadas por los más talentosos artistas del mundo, se huele la sangre de los pueblos arrasados en África.

África es hoy el continente más pobre y subdesarrollado. Las cifras que arrojan las estadísticas resultan devastadoras: analfabetismo, mortalidad infantil, y falta de servicios básicos contrastan con la enorme potencialidad de recursos naturales que la convirtió en un apreciado botín para las potencias. Las naciones europeas se beneficiaron durante años con el tráfico de esclavos provenientes de África, y con el saqueo de todos sus recursos naturales. Al igual que América, el continente africano ocupó un papel importante en el desarrollo del capitalismo. A partir del saqueo de esos dos continentes se produjo la acumulación originaria de capital que está en el origen del sistema capitalista mundial.

En África no sólo los ingleses crearon los campos de concentración. También en África, los alemanes colonialistas ensayaron, más precisamente en Namibia, a principio del siglo XX, sus primeros experimentos con seres humanos vivos.

El periodista y cineasta de Costa de Marfil Serge Bilé señala en su libro Negros en los campos nazis que en 1904 se llevó a cabo en Namibia el exterminio de los Hereros (pueblo originario de esa región), que fueron confinados en campos de concentración, reprimidos y masacrados. Heinrich Goering, padre del que fue posteriormente brazo derecho de Hitler, participó del exterminio, señala Bilé. Y el médico que realizó crueles experimentos con los seres humanos hacinados en los campos de Namibia, Hoegen Fisher, tuvo como asistente, al regresar a Berlín, a un joven Joseph Mengele. La rapiña y el genocidio de los belgas en el Congo están documentados en el clásico de Josep Conrad (1857-1924), El corazón de las tinieblas, aunque desde una mirada eurocéntrica. En el Estado Libre del Congo o Estado Independiente del Congo, que fue administrado privadamente por el rey Leopoldo II de Bélgica entre 1885 y 1908, tuvo lugar una explotación feroz y sistemática de los recursos naturales (marfil y el caucho). Allí se utilizó exclusivamente la mano de obra de los habitantes aborígenes, en condiciones de esclavitud. Aquel “Estado libre” era, en realidad, un enorme campo de concentración donde la administración colonial instauró un régimen de terror basado en asesinatos en masa y mutilaciones. Entre cinco y diez millones de personas fueron masacradas por el colonialismo belga en el Congo.

Cuervos que tironean jirones de carne podrida

Entre noviembre de 1884 y febrero de 1885 las potencias coloniales europeas se dividieron el continente africano, como elegantes y civilizadas aves de rapiña. “Alguien me preguntó cuál era la diferencia entre un buitre y yo. Le respondí que yo no me vomito encima”, aseguró un especulador financiero en la última película de Michael Moore, Capitalism: A love store, que describe las calamidades de la más reciente etapa del sistema, la financiera. Es imaginable que a fines del siglo XIX, en otra etapa del capitalismo, alguno de los elegantes caballeros que concurrieron a las Conferencias de Berlín pudiera suscribir la cínica afirmación. Las clases dominantes de las naciones que concurrieron a esa reunión son responsables directas de la miseria de África. Inglaterra, Portugal, Francia, Bélgica, Alemania e Italia tenían por entonces grandes intereses en el continente. El Imperio Austrohúngaro, Dinamarca, Holanda, España, Rusia, Suecia, Turquía y Estados Unidos también asistieron, como para no quedarse fuera del reparto.

Lo que dejaron los europeos

Las estadísticas referentes al continente africano son muy relativas. La falta de infraestructura, comunicaciones y desarrollo dificulta su elaboración, por lo que es posible inferir que la realidad sea todavía peor que la que dibujan las cifras. El continente tiene una población de entre 1.000 y 1.200 millones de habitantes. Más de la mitad sobrevive con menos de un dólar por día. Hay 30 millones de menores de 5 años desnutridos. El 43 por ciento de la población carece de agua potable. El Banco Mundial señaló que entre 1981 y 2001 los pobres se duplicaron en el continente: de 164 millones a más de 300 millones. La esperanza de vida es cada vez menor: de 49 años bajó a 46. El sida es uno de sus mayores flagelos: el 70 por ciento de los enfermos del planeta son de África. De los 48 países más pobres del mundo, 34 pertenecen a ese continente.

El país del mundial

Los números que describen la realidad social de Sudáfrica no son más alentadores. Más del 50 por ciento de su población (que asciende a 49 millones) es pobre; y un 25 por ciento vive con menos de un dólar por día. Sudáfrica está segunda en el ranking mundial de asaltos. Más del 10 por ciento de su población está infectada con VIH y hay más de 1.200.000 huérfanos por esta causa. En 2006, el 30 por ciento de las mujeres embarazadas padecía este mal. La distribución de la riqueza es muy desigual. El 40 por ciento más pobre apenas recibe el 6 por ciento del ingreso nacional total. Y el 10 por ciento más rico se lleva más del 50 por ciento.

Y más allá de los esfuerzos que vienen realizando los gobiernos post apartheid, los problemas estructurales heredados, y la actual dominación imperialista de las potencias europeas, ahora a través de la deuda externa, mantienen al continente en la postración. Las profundas consecuencias sociales de siglos de saqueos no se revierten en una pocas décadas. “La dominación y las desigualdades de riqueza y poder son hechos permanentes de las sociedades humanas. Pero en el escenario global de la actualidad estos hechos son también interpretables por lo que tienen que ver con el imperialismo, su nueva forma y su nueva historia. Las naciones de Asia, América latina y África contemporáneas, hoy políticamente independientes, son también de muchas maneras tan dependientes y están tan dominadas como cuando eran directamente gobernadas por los poderes europeos”, señala el crítico literario y activista palestino Edward Said (1935-2003) en Cultura e imperialismo, un texto fundamental dentro de la corriente de estudios postcoloniales. Said rechaza las miradas eurocéntricas e imperialistas que señalan que los males de África son el resultado de “heridas autoinfligidas” por los “wogs” (personas de etnia africana), minimizando así el impacto del saqueo colonial perpetrado por las potencias europeas. Pero al mismo tiempo, Said advierte que quedarse en la denuncia dramática y horrorizada de aquellos horrores pasados no constituye en sí una propuesta alternativa viable con vistas al futuro.

La Europa actual no luce como Dorian Gray, el protagonista de la novela de Oscar Wilde que no envejecía y que cometía iniquidades que dejaban marcas en un cuadro. Europa, en medio de la crisis actual del euro y los ajustazos, luce ajada, caduca y sobre todo, muy injusta.

Las atrocidades colonialistas de las clases dominantes europeas tienen el tamaño de un continente de más de un millón de kilómetros cuadrados. Los estados europeos producen confiscaciones y estatizaciones por estos días. Y además, otorgan suculentos subsidios. Pero mientras en Venezuela y Bolivia, por ejemplo, se confiscan tierras y empresas improductivas para entregárselas a los trabajadores y los pobres, en Europa se confiscan sueldos y jubilaciones para beneficiar a los más poderosos especuladores, que reciben, además, los subsidios que se les quitan, por decreto, a los más débiles.

Y allí está África, una suerte de espejo que le devuelve a Europa su rostro más atroz.

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