La impúdica exhibición del cadáver masacrado de Khadafi es el resultado de otra ejecución sumaria extrajudicial de la OTAN y responde a una lógica mafiosa: el líder sabía demasiado, había que callarlo para siempre. El cuerpo exhibido funciona además como pantalla que oculta otros cuerpos que no conviene mostrar: los miles de cadáveres de ciudadanos libios que se pudren al sol y que, según dispuso la resolución 1973 de la ONU, debían ser protegidos por la OTAN. Tampoco son visibles los cuerpos, todavía con vida, del millón de desplazados libios que huyeron hacia Egipto y Túnez y padecen condiciones infrahumanas. Más ocultos aún siguen los accionistas de las petroleras europeas, beneficiarios de tanta barbarie.

Las tapas de los diarios del mundo muestran el resultado de la última cacería humana de los imperios. Como en la antigüedad, cuando a la entrada de las ciudades podían verse los cuerpos putrefactos de los condenados a muerte, colgados como hediondas reses vencidas, exhibidos para meter miedo a la población y advertirle qué les espera a los que osen desafiar el poder. Hoy esta repugnante forma de disciplinamiento social se percibe en todo el mundo, en forma global, a través de los medios de comunicación masiva. Pero el mensaje es el mismo.

El 17 de marzo, un mes después del comienzo de las protestas en Libia, la ONU aprobó la Resolución 1973, que disponía “tomar todas las medidas necesarias para proteger a la población civil”. Dos días más tarde comenzó la intervención militar de la OTAN, y luego lo que se dio en llamar, con una expresión cínica y eufemística que engrosa la Historia universal de la infamia, “bombardeos humanitarios”.

Las decenas de miles de ciudadanos libios que perdieron la vida durante los ocho meses de guerra civil no están en el centro del escenario. Yacen ocultos, se pudren entre las bambalinas de la gran puesta en escena de los medios hegemónicos al servicio de las corporaciones.

Sí está en el centro de la escena, en el proscenio del gran escenario virtual globalizado, el cuerpo ensangrentado de Khadafi, rodeado de personas, algunas con gesto torvo, otras de expresión distraída, otras exhibiendo sonrisas ofensivas. Y todas registrando la muerte con las cámaras de sus teléfonos celulares. Gracias a la presencia de tan modernos adminículos se aleja la horrenda sensación de estar contemplando un cuadro de El Bosco.

Khadafi primero fue enemigo de Occidente, pero más tarde se reconvirtió, “abrió su país al mundo” como les gusta decir a los neoliberales para referirse a los mandatarios que malvenden las riquezas de su país a las corporaciones, y entonces pasó a ser amigo de Occidente, sobre todo de los líderes europeos, que hicieron grandes negocios con el ahora masacrado y callado.

Armas europeas para el dictador

Poco antes del comienzo de las protestas, las potencias europeas cerraron millonarios contratos con Khadafi, quien por entonces ya había cometido los crímenes que se le asignan y que ahora han motivado su ejecución sumaria extrajudicial a manos de un ejército invasor. De hecho, las armas con que el líder cometió esos crímenes de lesa humanidad, y las que utilizó para reprimir las protestas que comenzaron el 15 de febrero, fueron vendidas por Italia, Francia, Inglaterra, Alemania, Malta, Portugal y España.

Los informes de la UE sobre exportación de armamento son contundentes a la hora de demostrar que las mismas potencias europeas que cazaron a Khadafi, en nombre de la democracia, antes le vendieron armas. Entre 2008 y 2009 el conjunto de países europeos le vendió armas a Libia por 595 millones de euros.

El Estado europeo más armas vendió a Libia es Italia: unos 205 millones de euros, la mayor parte aeronaves de combate y helicópteros. Malta vendió a Gadafi cerca de 80 millones de euros en armas pequeñas y municiones, probablemente de empresas de armamento italianas situadas en su territorio. Francia vendió a Khadafi armamentos por valor de 143 millones de euros, Alemania 57 millones, Reino Unido 53 millones, Portugal 21 millones, Bélgica 5 millones, y España 4 millones.

Caranchos sedientos de petróleo

Libia es el cuarto productor de petróleo de África y provee el 28 por ciento del que consume Italia. El devastado país del norte de África es uno de los primeros proveedores de petróleo de la UE, que compra el 90 por ciento del crudo libio. Libia posee además las octavas reservas de petróleo y gas del mundo, y su petróleo es de gran calidad y fácil extracción, por lo que el país es muy atractivo para las grandes petroleras europeas como Shell y BP.

Empresas francesas, alemanas e italianas actúan por estas horas como caranchos cebados con la exquisita carne podrida de los que yacen. Los gigantes internacionales del petróleo hace meses que empezaron a hacer las cuentas, y miran con indisimulado interés el crudo del devastado país, cuyas reservas (no su producción actual) son superiores a las de cualquier otro Estado del norte africano.

Libia es el cuarto productor africano de crudo, detrás de Nigeria, Argelia y Angola, con una producción de casi 1,8 millones de barriles por día. Además sus reservas son impactantes: unos 44 mil millones de barriles.

Khadafi había hecho de Roma el primer socio en el campo de los hidrocarburos. Desde hace décadas, los gobiernos italianos, al margen de su color político, se esmeraron por mantener las mejores relaciones con Libia, país del que recibe el 28 por ciento del total de crudo que consume, equivalente al 32 por ciento de las exportaciones libias.

El ente petrolero italiano ENI opera en el país desde 1959, cuando comenzó a extraer crudo en una región del desierto del Sahara sudoriental. Después de Italia, los otros países que compran el petróleo libio son Francia, China y Alemania. Además de ENI, las otras grandes sociedades del sector presentes en el país son la francesa Total, la alemana Wintershall –la filial de extracción de gas y petróleo de BASF– y la tríada de colosos anglosajones: BP, Shell y Exxon Mobil.

ENI, la más grande de Italia, tiene proyectos de inversión por 25 mil millones de dólares en Libia, país del que procede el 13 por ciento de su total de producción. La mayor constructora italiana, Impregilo, se ha hecho con gran parte del proyecto de gran autopista en Libia por valor de 5.000 millones de euros.

El dinero del dictador libio salvó de la bancarrota al banco Unicredit, uno de los más grandes de Italia. Lo mismo ocurrió con el club Juventus. Mediante la sociedad maltesa Lafi Trade, controlada por el fondo Lia (Lybian Investment Authority: Autoridad Libia de Inversiones), Khadafi compró el 10 por ciento de Quinta Comunications, sociedad en la que Fininvest de Silvio Berlusconi tiene el 22 por ciento a través de la compañía luxemburguesa Trefinance, S.A.

La Autoridad Libia de Inversiones tiene una participación del 7,6 por ciento en el grupo bancario italiano Unicredit. El banco central libio también tiene participación en ese banco. En 1977, Libia acudió al rescate de la Fiat y compró un 15 por ciento de sus acciones, lo que produjo airadas críticas. La participación de capital libio en la Fiat es hoy inferior al 2 por ciento.

Libia adquirió acciones en la empresa mixta italiana Finmeccanica, gigantesco conglomerado que produce armas, helicópteros, sistemas de defensa, sistemas para la producción de energía.

El capital libio tiene el 7,5 por ciento de las acciones de la Juventus. Un hijo del ahora Demonio muerto jugó y hasta participó de la dirección de ese club. Libia ha puesto dinero también en el club Triestina. En 2004, Berlusconi y Khadafi inauguraron el gasoducto submarino que une Libia y la isla de Sicilia construido por las empresas petroleras de los dos países, el ENI italiano y la Western Lybian Gas Projet, y que sirve para distribuir el gas libio a toda Europa. Entre 2008 y 2010, unos cuarenta mil millones de euros circularon entre ambos países.

Todo esto permanecerá oculto, detrás del espectáculo grotesco de la cacería humana imperial. Se alzará voces que hablarán de democracia en nombre del pueblo libio. Se pondrá sordina a las voces que cuestionen la autoridad moral de las potencias europeas y la ONU para hablar de democracia y denostar al dictador muerto, un ex amigo que hubo que callar. Y la gran pregunta, en realidad una entre las tantas que quedan abiertas, apunta a determinar la verdadera naturaleza del cambio que se viene en Libia.

La famosa novela El gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1896-1957), resulta de gran utilidad en estos casos: "Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi", afirma uno de los personajes. "Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie".

 

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