Los ataques de la OTAN profundizan el vaciamiento de la democracia.
Los ataques de la OTAN profundizan el vaciamiento de la democracia.

Los atropellos imperiales de la OTAN profundizan el proceso de vaciamiento de contenido de la “democracia”, en cuyo nombre se cometen crímenes de lesa humanidad y se cambian tiranos por nuevas formas de tiranía. Sólo en América latina asoma un proceso distinto.

Todo comenzó en Atenas, en el siglo V antes de Cristo, cuando una elite de sabios buscó una alternativa superadora de los cultos agrarios y la teocracia. La idea era descalificar y reemplazar los mitos y colocar en su lugar la racionalidad del logos. La democracia ateniense nació con exclusiones. Dejaba afuera a las mujeres, los esclavos, los extranjeros, y a todos aquellos que no poseían el linaje necesario para ser ciudadanos. Ya desde su origen, la democracia marcó claramente una frontera y necesitó siempre de un Otro excluido. Su devenir histórico es la historia de esas exclusiones, basadas en criterios sociales, étnicos, y de género, entre muchos otros.

Desde aquel origen remoto, caracterizado por el elitismo y la manipulable ambigüedad del concepto, se ha venido operando un continuo proceso de vaciamiento de contenido de la democracia. Esta situación hizo crisis por estos días en el denominado Primer Mundo, donde millones de ciudadanos se lanzan a las calles porque no se sienten representados por sus dirigentes. Sólo en América latina se verifica un proceso distinto, de retorno a la política y recuperación de contenido de la democracia.

En países de América latina se ha superado ya el paradigma neoliberal que dispara protestas en todo el mundo. En Argentina, Bolivia, Brasil, Venezuela y Ecuador se recuperó la política, y se intenta profundizar un camino distinto, de crecimiento económico con inclusión social, con democracia real y tangible, justicia social, ampliación de derechos y participación ciudadana.

Contrastando violentamente con esta realidad, en el denominado Primer Mundo se procede a una repugnante forma de necrofilia. Allí se perpetran vejámenes contra el cadáver putrefacto y vaciado de la democracia, hoy devenida un despojo que justifica nuevas cruzadas imperiales, como lo fue la religión durante la Edad Media. La “democracia sin política” que intentan vender los medios de comunicación al servicio de las corporaciones es una trampa cazabobos que los pueblos del mundo parecen cada vez menos dispuestos a pisar.

Un nuevo, insaciable Moloch recorre y arrasa el mundo. La OTAN, máscara sangrienta de los imperios, bombardea países, realiza alevosas cacerías humanas y ejecuciones sumarias en nombre de la “democracia” y la “libertad”, dos conceptos manipulados hasta el hartazgo.

“Hoy en día la democracia disfruta de una popularidad mundial sin precedentes en la historia, pero nunca ha sido más conceptualmente imprecisa y sustancialmente hueca”, señala en su artículo “Hoy en día somos todos demócratas” la profesora de ciencias políticas de Berkeley, Universidad de California, Wendy Brown, que considera al capitalismo como “el mellizo de la democracia moderna” y “desde siempre el más robusto y astuto” de esos hermanitos tan importantes en la historia de Occidente.

Brown asegura que la “democracia” se ha reducido a una marca comercial, y sugiere que sería algo así como la versión más avanzada del fetichismo de la mercancía, una perversa versión “que separa por completo la imagen del producto a vender de su contenido real”. Determinadas palabras, como sucede con algunos productos disponibles en el mercado, despiertan sentimientos, sensaciones e imaginarios que nadan tienen que ver con el contenido profundo de la palabra o el producto, que poseen un gran poder evocador pero un contenido ambiguo y confuso.

La especialista en ciencias políticas analiza la constelación de fuerzas y los procesos que vaciaron la esencia de la democracia hasta alcanzar la vacía forma que hoy languidece en medio de los embates del capitalismo tardío: “Si bien hace mucho tiempo que el poder de las grandes corporaciones erosiona las esperanzas y las prácticas del poder popular, este proceso ha avanzado a un nivel sin precedentes”, señala Brown.

Las bombas de la OTAN caen también sobre la democracia, cooptan y resignifican las justas protestas de los pueblos del mundo (que sí tienen autoridad moral para denunciar a los tiranos), y contribuyen al ya ancestral proceso de des-democratización de la democracia, un perverso mecanismo que la convierte en una cáscara vacía, un significante sin significado, un comodín apto para su instrumentalización al servicio de los poderes más concentrados y menos democráticos.

Como demuestra en forma irrefutable la historia de la humanidad, el aumento de los niveles de violencia y barbarie genocida es un rasgo típico de la decadencia de los imperios. Pero decadencia no significa en este caso caída, ni derrumbe inmediato, ni siquiera debilidad, sino apenas el advenimiento de otra etapa del imperio, otra forma de permanecer y perpetuarse que necesita más violencia física, real, objetiva, además de la violencia simbólica de las mentiras y las grandes puestas en escena mediáticas.

El neoliberalismo es incompatible con la democracia, aún con las formas más vacuas y esperpénticas de “democracia”. El frenético flujo globalizado de capitales especulativos necesita arrasar con el derecho internacional y la soberanía de los países para continuar su marcha. En esta etapa del capitalismo tardío los estados deben ponerse al servicio de las corporaciones reteniendo para sí sólo una de sus funciones: el uso de la violencia, la represión necesaria para imponer ajustes y frenar la protesta de los ciudadanos.

“La dictadura consiste en la manera de usar la democracia y no en su abolición”, escribió Rosa Luxemburgo, y hoy sus palabras resuenan en las calles de Sirte, Libia, donde pilas de cadáveres se pudren al sol. Los asesinatos se cometieron a través de “bombardeos humanitarios” autorizados por la ONU. Otra masacre en nombre de la “democracia”.

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