Fuleco, el comuñe del Mundial. Foto Wikipedia
Fuleco, el comuñe del Mundial. Foto Wikipedia

Como suele pasar cada cuatro años, un pool conformado por las multinacionales que dominan el mundo realiza una demostración de poder bajo la denominación genérica de Campeonato Mundial de Fútbol. Como ya es harto sabido, este evento creado en el siglo pasado por un francés entusiasta del balompié ha evolucionado hacia un gran negocio –con ribetes de negociado– a través del cual Adidas, Coca y demás socios encargan a uno de sus mejores lobbystas, a la sazón presidente de la Fifa, una serie de operaciones que generan jugosos dividendos en una extensa gama de rubros que van desde la construcción y la publicidad hasta el turismo, la venta de camisetas, vuvuzelas, gorro bandera vincha y seguramente sus respectivos derivados clandestinos como la venta de sustancias prohibidas y la trata de personas. Un acontecimiento socioeconómico que, al conjugar la genuina pasión que genera el fútbol en todo el globo terráqueo con el perfil concentrador y monopólico de las empresas participantes, también suele aprovecharse en el terreno político.

Pero más allá del dinero que puede dejar en distintos bolsillos el acontecimiento, la demostración de poder en el mundial de fútbol pasa por el triunfo del discurso único que tanto apetece al credo neoliberal. Así, haciendo gala de su impronta excluyente, durante un mes –suele ser junio– cada cuatro años todo debe estar relacionado con el Mundial; incluso las quejas de los detractores del fútbol.

No es nuevo el asunto, quien haya visto más de tres mundiales ya sabe de qué se trata este mes marcado por esta sutil imposición de las multinacionales que obliga sin obligar a colgarse, guste o no, de la teta del mundial. Desde los bares que sueñan con hacer su agosto en junio pintando todo de celeste y blanco y reventando los últimos ahorros en pantallas gigantes hasta los programas de televisión que nada tienen que ver con el deporte pero algo relativo al mundial tienen que inventar porque de lo contrario pareciera que podrían quedar afuera de vaya a saber qué carajo.

Esta omnipresencia forzada –¿o forzosa?– del mundial puede verse en todas las campañas publicitarias que han buscado una vuelta de tuerca para prenderse de esa teta. Más allá de las aburrídisimas y redundantes producciones chauvinistas de las bebidas de rigor, ese oportunismo se hace natural: como si el spot de una marca de lácteos debiera ser protagonizado sí o sí por las madres de Messi y Di María; como si fueran interesantes las publinotas sobre botines realizadas por noticieros en casas de deportes y como si el mundial implicara para alguien un período vacacional que ameritara lanzar el suplemento de juegos y sudokus que, generalmente, el diario publica en verano.

Como siempre, nunca faltan las aburridas intervenciones de los detractores del fútbol que durante el mundial también aprovechan para hablar… del mundial. Aunque esta vez muchos han encontrado argumentos servidos a partir de las protestas de gran parte de la sociedad brasileña a la que al parecer no le cabe mucho que los fondos públicos que deberían aplicarse a obras y servicios que demandan sean desviados hacia las arcas que administra Joseph Blatter, el CEO de la Fifa. Claro que esas protestas, por más genuinas, sensatas y justas que sean, también vienen filtradas por los grupos mediáticos de poder como la cadena O Globo que pretende utilizarlas para hacer trastabillar al gobierno brasuca de cara a las inminentes elecciones presidenciales.

Y hablando de medios, nada nuevo puede decirse más allá de la escalada de estupidez que viene acaparando pantallas, redes y rotativas desde hace tiempo. Pero a diferencia de otros mundiales, la fiebre mundialista ya no pasa sólo por escuchar sandeces y boberías pseudofutboleras en los programas de cocina y chimentos sino en aplicar –en sincro con la tendencia que domina al periodismo vernáculo– la lógica del chisme y la pajería al periodismo ¿informativo?. Como si las eternas polémicas que nunca faltan sobre las convocatorias –este año la figurita fue Carlitos Tévez– no alcanzaran, ahora se matan por dibujar puteríos hasta en las conferencias de prensa del poco locuaz Lío Messi. Que si lo que dijo fue un palo para el DT, que si se queja porque le sirven el café sin azúcar, boludeces que nada tienen que ver con lo que el pibe fue a hacer a Brasil.

Y no hablemos de las coberturas de color en las inmediaciones de los estadios, con diálogos entre periodistas que no tienen nada que preguntar y gente de vacaciones que no tiene nada para decir.

Y el putón que nunca falta queriendo ser bendecida como la “Chica del Mundial”, paseando en tetas por los estadios y por ese nuevo campo masturbatorio llamado tuister. La ausencia de Larissa Riquelme, cuyo equipo esta vez no pudo clasificar, parece que ya fue cubierta por una muchacha chilena que promete sexo ininterrumpido a medida que la selección trasandina va ganando partidos. Hasta ahora, con Chile ya clasificado, su oferta es de 16 horas continuas de matraca y vuvuzela vaya a saber con quién.

Y entre todo eso que ¿es o pretende? ser parte del mundial nunca faltan los análisis sociológicos de intelectuales que ven en los mundiales una inmejorable oportunidad de hacerse unos mangos escribiendo huevadas sobre lo que miran por la tele, entre partido y partido. Por ejemplo, esta nota que está a punto de terminar para dar a paso al match de las 13.

Lo que viene faltando, por el momento, es algún curioso animalito al que se le atribuyan propiedades de clarividencia como al ya legendario Pulpo Paul que tanto dio de comer a los medios cuatro años atrás. Hubo un par de intentos con pollitos, alguna que otra rana saltarina, pero por el momento la fauna pitonisa no parece estar a la altura del estándar Fifa. A no desesperar, todavía hay tiempo y la teta del mundial todavía tiene más por ofrecer antes de ser completamente exprimida.

Artículo publicado en la edición 148 del semanario El Eslabón.

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