El músico, clown y luthier excéntrico habló de su nuevo espectáculo, una obra que se irá forjando en la interacción con el público.

Desde el retorno de la democracia, Salvador Trapani abordó diferentes formas y estéticas. Nació en Carreras, a 100 kilómetros de Rosario, y se metió en el mundo del radioteatro haciendo El canillita, de Florencia Sanchez, en Radio Nacional, en 1984. Formado con maestros como Norberto Campos, Mirko Buchín y Mario Vidoletti, Trapani realizó teatro infantil y callejero. Creó obras de teatro y paseó por diversos escenarios, incluso por programas de TV masivos, como Videomatch y Sábado Bus. Con el correr del tiempo, desarrolló el mágico oficio de construir instrumentos musicales no convencionales con objetos de la naturaleza y, principalmente, reciclando desechos de la sociedad industrial.

En diálogo con este periódico, el ecléctico artista que se sale de lo común adelantó las nuevas criaturas sonoras que presentará en un ciclo que se llevará a cabo los jueves de abril a las 21 en El Espiral Centro Cultural, de Ituzaingo 1719.

—¿Qué propone Trapani con La máquina infernal?
—Es un formato que quiero experimentar. Tengo instrumentos nuevos. Trabajo con objetos mecánicos y autómatas. En realidad no es un espectáculo cerrado, no tengo un espectáculo nuevo, no me interesa. Hace años que estoy construyendo mucho. Ahora quiero abrir el juego. Hay juegos interactivos con el público que también quiero probar. Es un poco el formato que estoy intentando. No tengo ganas de presentar un espectáculo y cerrarlo como habitualmente se hace. Así que le voy a dar fuerza a esto.

—¿Cuáles son esos nuevos instrumentos?
—Hay un instrumento de cuerdas con objetos reciclados, mezcla de bicicleta y recipiente gaseoso (se ríe). Y otro es de percusión, de la familia de los vibráfonos, que hicimos con un gran luthier: Alejandro Colovini, que es constructor de marimbas. Está hecho con herramientas y es el primer instrumento que hago con él. Es un amigo, un gran profesional. También trabajé con Iván Blascovich, con quien hicimos una guitarra electroacústica con una bacha de acero inoxidable. Yo he tenido bastante suerte con los luthieres, ellos tienen una generosidad particular y con los que me crucé, pudimos hacer intercambio con esta idea de trabajar objetos preparados para otra cosa, e investigar también en ese sentido.

—¿No te incluís dentro del gremio?
—De algún modo sí. De hecho construyo instrumentos. La particularidad es que hago instrumentos insólitos y excéntricos, me gusta hacer sonar objetos que no están preparados en principio para eso.

—¿Cómo surge la composición de instrumentos musicales no convencionales construidos con objetos de uso cotidiano?
—Es una búsqueda. Yo creo que todo parte de las cosas que encara el ser humano. Las que prosperan son las que están empujadas por el deseo de hacerlas. A mí me gusta mucho investigar sobre sonoridades materiales, y estoy en esa búsqueda. Tengo un taller en Ibarlucea, un lugar de ensayo. Es muy bueno tenerlo porque te posibilita un espacio de construcción y de investigación. Entonces, por ahí donde alguien ve un objeto para tirar, yo le termino buscando una sonoridad porque me atrae, y no es más que eso.

—¿Todo sonido puede ser música?
—En realidad es buscarlo también, es investigar, probar. Es mirar las cosas desde otro lugar. Con una tapa de olla de las Essen de aluminio se puede llegar a una sonoridad muy particular. Hay que estar atento y tal vez tomarse ese tiempo.

—¿Tu trabajo con el público infantil tuvo que ver con esta búsqueda?
—Trabajé muchos años para niños. Después tomé el camino del Café Concert, para un público más adulto. Pero hay algo curioso: descubrí que lo que hacía para adultos era lo mismo de lo que yo planeaba para niños. Salvo que vos trabajes la picardía, el doble sentido con los adultos o algo más puntual; en lo que se refiere a lo lúdico es lo mismo. Yo creo que como todos hemos sido niños tenemos esa información, entonces es cuestión de dejarse llevar y de prestarse al juego.

—En tu formación el clown es un punto de inflexión, ¿por qué?
—Fundamentalmente porque me brindó un modo de comunicación. Yo encontré ahí un lugar energético con el público, un lugar por donde desarrollar el humor. El clown es como una especialidad dentro de la actuación, como el médico que se dedica a la homeopatía. Creo que la técnica de payaso tiene que ver con el manejo con el público, siempre abierto y tomando riesgos.

—Entonces, ¿La Máquina infernal tiene ese mismo espíritu?
—Sí, es un espectáculo arriesgado. Estoy intentando trabajar un formato donde haya un poco de riesgo. Por supuesto que hay cosas que vengo haciendo hace muchos años y preparo, porque la improvisación no tiene que ver con improvisar de la nada, sino con las cosas que uno viene trabajando. Este es el nuevo desafío: un formato en el que hay que jugar el partido y salir a ganar (risas). Uno se tiene que divertir, y lo vamos a hacer.

—¿Te acordas el primer instrumento que hiciste?
—El primer instrumento con el que sentí conseguir algo a futuro fue una lata de aceite Rotella, con un mango de guitarra, le decían «rotelango», porque era mezcla con charango. Pero no había logrado la afinación, era cualquier cosa. Sin embargo lograba un atractivo tácito. Tal es la convicción del payaso, que yo cantaba con una convicción que lograba atención, ahora que lo miro a la distancia. Y así vinieron otros instrumentos, como el de la familia de los sikus, el que hice con botellas de Pronto Shake, bebida que ya no existe. Las botellas son muy generosas por el hecho de que se pueden percutar, y se las puede hacer sonar con diferentes medidas de agua. Hay elementos que son de uso doméstico que son muy generosas para la música.

—¿Qué opinión te merece el cierre de espacios autogestivos de la ciudad como el bar Olimpo?
—Me apena muchísimo. He trabajado en muchísimos lugares. Es lamentable porque son autogestivos y convocan a gente muy joven. Y es por lo que hay que trabajar: por la infancia y la juventud. Entonces me entristecen muchísimo las políticas culturales –de cualquier color político– que descuidan este tipo de espacios, que son muy generosos y que no tienen un fin leonino comercial. Claro que tiene que haber espacios comerciales, pero parecería que abrir un McDonald’s en el Patio de la Madera no le hace ruido a nadie. Se instala y funciona, y todos seguimos pasando por ahí. En cambio, un espacio donde se convocan jóvenes que hacen música, teatro o danza, se descuida, cierra, y nadie le da pelota. Y no es el primero. Estaba La Chamuyera también y muchos espacios que cerraron.

—Volviendo a tu labor, ¿por qué decidiste abordar tu experiencia artística desde el humor?, ¿fue inevitable?
—Yo creo que en un punto sí. Tengo una mirada de la vida en la que creo que hay que hacer un esfuerzo a veces. Y le encuentro mejor sabor si la miro con humor. Y si uno busca un poquito, y mira, siempre hay cosas humorísticas en la vida cotidiana de las personas, sólo es cuestión de buscarlas.

Fuente: El Eslabón

 

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