Un día el dólar volvió a las tapas de los diarios de la Argentina. La escalada de la cotización del billete verde (con el récord de 17,40 el jueves pasado), sumada a la nueva suba de los combustibles, habilitan remarcaciones de precios generalizadas y, por consiguiente, una aceleración inflacionaria que volverá a golpear los ya languidecidos ingresos de la población.
Estos cimbronazos económicos-financieros, que benefician a grupos de poder –bancos y empresas exportadoras, entre otros–, se dan a poco más de un mes de las Paso: un pelotazo en contra para el oficialismo en medio de la campaña. “Que los argentinos no se preocupen por el dólar sino por bajar la inflación”, aconsejó el presidente Mauricio Macri intentando llevar “calma”. La inflación que el propio gobierno estimula, le faltó decir.
El salto del dólar, más de 6 por ciento en las últimas dos semanas, va enganchado a la megadevaluación de diciembre de 2015, a partir de un esquema de mercado cambiario liberado, sin controles, permeable a cualquier tipo de presión.
El valor de la moneda norteamericana acumula un aumento del 75 por ciento desde que asumió el gobierno de Cambiemos. El Banco Central convalidó la disparada del dólar. La entidad que comanda Federico Sturzenegger mejoró el rendimiento de las Lebac en busca de contener la tendencia alcista del billete verde, pero lo único que consiguió fue causar más incertidumbre.
Los medios de confusión no lo dicen con claridad, pero con la suba del dólar el peso se devalúa, se licúan ahorros y se contrae aún más la capacidad de compra del salario, jubilaciones y asignación universal por hijo.
El incremento de los combustibles, con efectos directos para el transporte, y la escalada de la moneda norteamericana impactarán en los precios de las góndolas de los súper. Así lo demuestra la historia económica argentina.
En tanto, miles de trabajadores, lejos de pensar en verde, mantienen su preocupación en torno a la conservación del empleo, ya que junio dejó el tendal de 2.400 despidos en todo el país, ya sea por reducción de personal o cierre de empresas.
Según el Observatorio de la CGT, la inflación de junio fue de 1,8 por ciento, mientras que el IPC interanual trepó al 28,37 por ciento, muy por encima del 17 por ciento con el que insistía el gobierno para 2017 con la intención de achatar paritarias. En la inflación del mes de julio se hará sentir la suba de la medicina prepaga (6 por ciento) y naftas (superior al 7), y habrá que ver con qué dimensión los movimientos en el tipo de cambio le pegarán a los precios, en un contexto inflacionario y, a su vez, con caída sostenida del consumo.
El incremento de naftas y gasoil tiene incidencia directa en la cadena productiva y comercial. Y si suben los precios de los alimentos en el mercado interno y se reduce el poder de compra de la población se agrava la crisis social. Después de la suba del dólar avanzó el precio del maíz y del trigo, dos cereales muy presentes en la producción de alimentos.
Los precios de la canasta básica aumentaron incluso cuando la moneda norteamericana se mantuvo más o menos estable. El seguro traslado a los precios de la suba del dólar expone la descoordinación que existe “en el mejor equipo de gobierno de los últimos 50 años” al momento de aplicar su modelo económico, recostado en el ajuste y en la transferencia de recursos de los que menos tienen a los grupos más concentrados. Cuando el dólar sube, los precios suben. Pero cuando el dólar baja, los precios no bajan.
Diferentes miradas, sobre todo de medios amigos del macrismo, coinciden en que la suba del dólar responde al factor político, es decir, a la puja electoral en ciernes rumbo a los comicios legislativos. Los mismos medios que cuando el dólar subía levemente durante el gobierno anterior describían un panorama apocalíptico por “torpezas” del kirchnerismo y hoy atan la volatilidad del dólar al “cuco Cristina”.
Economistas señalaron también que, frente a la compulsa electoral, ahorristas aprovechan el cobro del aguinaldo para refugiarse en el billete verde, una costumbre argentina que remite a los traumas económicos y a la dolarización de la economía nacional que promovieron gobiernos neoliberales, como la última dictadura y el menemismo.
El giro de utilidades y atesoramiento de grandes empresas puede ser otro factor explicativo del alza del dólar, como el boom de la venta de autos importados.
Otros apuntan al “freno” en la liquidación de divisas por parte de agroexportadores a la espera de un mejor precio internacional de la soja, que en rigor marcó un avance en la pizarra de 2,5 por ciento.
Además se da una mayor demanda turística del dólar por las vacaciones de invierno y los viajes al exterior. Son múltiples los factores que inciden en la disparada de la moneda estadounidense, pero lo más preocupante es el efecto pum para arriba sobre los precios, al igual que los incrementos en los surtidores de las estaciones de servicio, donde llenar el tanque se hace cada vez más difícil.
En octubre de 2015, el por entonces futuro ministro de Economía de la alianza Cambiemos, Alfonso Prat Gay, decía que el precio del dólar iba a estar “más cerca de los 9,50” si su gobierno hacía las cosas bien y “más cerca de los 16” pesos si hacía las cosas mal. Lo dijo Prat Gay, que ya no está en el gobierno. Intentar apagar fuego con nafta, se sabe, no es conveniente.
Fuente: El Eslabón Nº 307