La concejala María Eugenia Schmuck es radical desde los 10 años, cuando el por entonces presidente Raúl Alfonsín le contestara una carta que ella le había enviado en medio de la efervescencia por la reapertura democrática. Ex dirigente estudiantil de Franja Morada, con un paso por la Secretaría de Producción Municipal, la edila dice que gusta salirse de lo “políticamente correcto” y reconoce que las ordenanzas sancionadas en el Palacio Vasallo dejaron de parecerle “leyes que nadie cumple”, recién cuando logró convertirse en “una rompebolas profesional” para sus contactos en el municipio. Disconforme con el modo en que se definieron las listas oficiales en el Frente Progresista, desde su espacio resolvieron presentarse a internas con Sebastián Chale para renovar banca en el Concejo y con su propio nombre al frente de una nómina de pre candidatos a diputados nacionales. “No me banco, por más que seas el gobernador o la intendenta, que me digas qué lugar me toca. Que lo diga la gente”, planteó en diálogo con Biopolítica, el segmento audiovisual que puede verse completo en el diario digital Redacción Rosario, del cual ofrecemos, en este semanario, cada sábado, una “versión papel”.

—¿Cómo comienza tu historia política?
—En el 83. Yo tenía diez años y mis viejos no militaban en política, pero mi viejo era claramente peronista y mi vieja era gorila, dos extremos. Los dos tuvieron situaciones con amigos desaparecidos, particularmente un vecino muy querido, unos del segundo piso que tuvieron que exiliarse y otros del cuarto piso que desaparecieron. Ninguno de los dos militó en política pero había mucha conciencia de lo que estaba pasando y me lo transmitían a pesar de mi corta edad. Recuerdo que cuando Alfonsín ganó mi casa era una fiesta, y a mi me llamaba la atención porque eran políticamente muy dispares, se hablaba mucho de política, se discutía mucho en la mesa familiar con mis tíos, con los sobrinos de mi viejo, con mi tío que era peronista de la ciudad de Santa Fe. Cuando vino Alfonsín fue un destello de alegría, a mí me transmitían que de alguna manera era el héroe que nos iba a salvar de tanta muerte y de tantos amigos que ya no estaban.
Así que yo le escribí una carta a Alfonsín y él me la contestó. Tendría unos diez años. El me la contestó, de puño y letra y me mandó una foto. Y ahí empezó un amor por la política de pensar que un presidente de la Nación electo democráticamente, que era como el héroe que venía a sacarnos de la dictadura, le contestaba a una nena de diez años, para mi fue como el comienzo del interés por lo que pasaba en el país. Les pedí a mis viejos que me compren el Nunca Más apenas salió, trataba de estar muy informada de lo que sucedía con los juicios. Y me dije que el día que cumpliera 16 años y que arrancara en la Universidad iba a militar en el partido. Y eso hice.

—¿En la secundaria iniciaste tu primera militancia?
—En la secundaria milité en el centro de estudiantes pero era como apartidario. Después empecé a militar en la Franja (Morada) apenas ingresé a la facultad. La secundaria la hice en el colegio Misericordia, a los tres años mis viejos me pusieron ahí, nunca entendí por qué, porque ninguno de los dos es practicante religioso, supongo porque era el colegio que podían pagar, fue una gran experiencia. Por otra parte yo no mandaría a mis hijos nunca a un colegio religioso, pero porque creo que ellos tienen que elegir qué creer y qué no creer.

—¿Cuánto aportó a tu formación política el paso por la universidad?
—Lo de la universidad fue como mi despertar a la política. Fue muy importante porque descubrí quizá los afectos más duraderos de toda mi vida. Ahí conocí a mi marido, en la militancia política, y conocí durante esa etapa a grandes amigos que militaban en la Franja de la facultad y de otras facultades, que son mis compañeros de militancia en estas aventuras que nos hemos embarcado en los últimos años en la concejalía, y ahora en la candidatura a diputada nacional, y que militamos juntos desde que teníamos 18 años. Dos de mis mejores amigos eran presidentes del centro de Arquitectura que quedaban a metros de distancia y es el padrino de mi hija. O Gonzalo, que fue mi secretario general en la facultad, hoy también es uno de mis compañeros y sus mujeres también fueron compañeras de militancia. Se conocieron en las facultades a donde pertenecían y hoy somos parejas con las que nos vamos de vacaciones juntos pero además planificamos la política. Nos unen las convicciones pero también nos une mucho el afecto. Yo soy de las personas que piensan que uno no puede ser un buen militante si no es una buena persona. Y cuando uno comparte tantas horas con gente que es buena gente terminás haciendo amigos, es inevitable.

—¿Cómo recordás los momentos políticos en los que te tocó participar en aquella militancia universitaria?
—Pasamos épocas muy difíciles. Nosotros nos creímos que éramos la juventud que se rebelaba contra el poder, porque éramos la oposición estudiantil al menemismo. La Franja en ese momento era gran mayoría en todo el país, teníamos una organización inmensa que a mi me tocó conducir, con más de trescientos militantes. Tomábamos la facultad, hacíamos marchas, nos opusimos a la Ley de Educación Superior. De hecho, evitamos que se arancelen las universidades o, por lo menos, nosotros creímos que tuvimos mucho que ver en eso. Y a pesar de que la ley se aprobó, no lo hizo con la fuerza que tenía el proyecto original.
Como presidente del centro de estudiantes de Ciencia Política me tocó conducir asambleas de miles de personas. Me acuerdo una particularmente porque quedó en la historia, que había 1200 personas entre docentes y estudiantes de una facultad que tenía una matrícula de 1500 en ese momento. Estaba prácticamente toda la facultad más los docentes. Recuerdo a Luis Díaz Molano, que era el decano en ese momento. El debate era si tomábamos la facultad indefinidamente o si marchábamos, si hacíamos visible la lucha o si nos quedábamos en la facultad. Nosotros creíamos que había que hacer visible la lucha, que había que salir y que había que convocar a gente de afuera, porque era como que nosotros estábamos en un microclima y la gente afuera estaba comprando licuadoras en cuotas, era como un delirio.
Esa etapa fue impresionante. Creo que nos formamos a la fuerza, éramos muy pendejos, yo fui presidenta del centro a los 20 años. Debatí con todas las organizaciones políticas, muchas de las cuales empezaban a crecer en ese momento, tanto la izquierda como el peronismo que había desaparecido durante muchos años de la universidad y volvía a arrancar en esa etapa. El Pampillón. Discutimos un montón pero nos teníamos mucho respeto personal.

—¿Qué análisis hacés de la etapa de la Alianza y el lugar de la Franja en ese momento?
—Nos partió a la mitad. Nosotros trabajamos para que De la Rúa le gane a Menem, y apenas formó gabinete fue un desastre. Todo lo que uno imaginaba que podía ser, fue multiplicado por diez. Todos los ministros eran jodidos, hasta el propio Freddy Storani al que uno le podía tener un poquito de fe en algún momento, tuvo algunas decisiones complicadas de entrada. Nos peleamos con De la Rúa apenas asumió. Igual no le importaba nada, porque era la mitad de la Franja Rosario la que se peleaba. La otra mitad se fue al gobierno. Ahí nos partimos.
Creo que al radicalismo en general, y la Franja no fue una excepción, le afectó mucho el 2001. Nosotros volvimos a arrancar en Rosario. Dijimos borrón y cuenta nueva y empezamos a militar de cero, a tratar de construir otro espacio político. Ahí es cuando decido irme de la Franja al barrio, ya estaba recibida hacía rato, y empecé a militar ahí, particularmente dando apoyo escolar en Las Flores Sur.
Con el gobierno de la Alianza y la crisis de 2001, definimos gran parte de mi generación abandonar la Franja, veíamos que el problema claramente estaba afuera. Arrancamos de cero, porque era un momento donde el radicalismo era mala palabra, tanto cuando éramos gobierno y mucho más cuando fue el “que se vayan todos”.
Lo hicimos con mucha humildad, arrancando muy de abajo por lo menos para la parte que se peleó con el gobierno nacional. Fue volver a arrancar pero nos vino bárbaro, porque nos dio una visión diferente de la ciudad, del partido del que fuimos críticos y seguimos siéndolo desde entonces, y porque a pesar de que muchas veces tuvimos ganas de irnos, nos preguntamos: ¿Por qué regalárselo? Si la verdad que Alfonsín, Irigoyen, con nuestras diferencias, con los matices de épocas, la verdad que nunca hubieran querido esto. Entonces nos quedamos y la seguimos peleando.

—¿Qué lecturas y qué referencias te marcaron en tu formación política?
—Mi formación política tuvo mucho que ver con lo que estudié. Siempre fui bastante lectora, Ciencia Política no me costó. Me formó mucho políticamente la facultad. Me formaron los autores que leí, particularmente Gramsci, que “el Viejo” (Alfonsín) me hizo conocer. Alfonsín era muy gramsciano, muchos de los libros que escribe tienen una permanente apelación a algunas categorías de Gramsci para analizar la realidad. Yo justo después soy auxiliar alumna de Política II, de la cual ahora soy adjunta, pero que también tiene que ver con la teoría política del siglo XX y XIX.
Mis compañeros de curso, todos, teníamos una pertenencia política partidaria. La universidad era como una isla en el medio de tanta apatía.
En lo personal, yo era de una clase media no acomodada, una clase que la peleaba. Mi viejo era médico y en el menemismo la paso horrible y mi vieja ni hablar. En mi caso, para poder comprarme algo, tenía que laburar. Mi viejo me bancaba que estudie pero no que milite y la verdad que nosotros la pasamos mal y no entendíamos a esa sociedad que decía que estábamos bien.
Cuando ganó Menem de nuevo (en 1995), fue un golpe, porque nosotros pensamos que no iba a ser reelecto. Pero bueno, todas esas frustraciones de esa universidad tan politizada y de esa sociedad tan apática y ese permanente debate sobre dónde estamos, si acá o en el barrio, y que se terminó resolviendo en 2001 a los golpes, creo que fue mi mejor formación, fue mi mayor referencia. No hubo alguien en particular, fueron mis compañeros, los propios y los de otras agrupaciones y otros partidos.

—¿Como se da ese proceso mediante el cual llegás al Concejo Municipal?
—Yo empecé a militar en el barrio Las Flores y particularmente en lo que era la 17, que es prácticamente toda zona sur. En el 2001 arrancamos con un par de tallercitos de apoyo escolar, laburamos mucho con las mamás. La Franja seguía teniendo conexión con nosotros, al menos la que no se quedó con el gobierno, y empezamos a construir un grupo político desde abajo.
Empezamos a crecer y yo llegué a la vicepresidencia del partido radical de Rosario. En realidad había tres vicepresidentes y a nosotros nos dieron ese lugar como para tener «a los pibes adentro y no afuera puteando».
Y cuando se define el nuevo sistema electoral con boleta única e internas abiertas y obligatorias, nos animamos a competir, porque ya no era el partido el que tenía que elegir. Desde la estructura, a nosotros nunca nos hubieran elegido. Nosotros habíamos construido toda una agenda territorial, de género.
Era un momento donde no nos conocía nadie, sólo en los barrios donde laburábamos y en la universidad. Y en la campaña lo que nos diferenció fue la militancia. No teníamos un mango pero si convicciones y ganas. Sin embargo yo entré tercera en esa elección interna del Frente Progresista, primero (Manuel) Sciutto, segundo (Aldo) Poy, y yo.

—¿Qué balance hacés de tu experiencia en el Concejo Municipal?
—A mí me gusta más la posibilidad de tener herramientas ejecutivas, para resolver problemas. Yo había sido funcionaria del municipio, porque había entrado por la Universidad a trabajar a la municipalidad de la mano de Oscar Madoeri, que es una de las personas que me formó académicamente, la otra es Hugo Quiroga. (Miguel) Lifschitz había contratado a Oscar, que estaba especializado en temas de desarrollo local y yo era parte de su equipo desde segundo año de la facultad. Trabajamos en áreas técnicas, en el plan estratégico, y llego a directora de Promoción Económica, donde adquirí mucha experiencia en gestión. En Producción fui una de las creadoras del programa de Centros Comerciales a Cielo Abierto, lo que me dio mucho contacto con los sectores más pequeños. Los ayudé a organizarse para poder competir con los shoppings que recién estaban arrancando.
Todo eso fue un contraste muy grande con el trabajo del Concejo, donde al principio sentía que no le podía resolver nada a nadie. Era como hacer leyes para ver si alguno las cumplía. Después empecé a tocar puertas. Hacía el proyecto pero a la vez lo gestionaba hablando con los directores o secretarios municipales. Y empecé a ser como una rompebolas profesional. A esto lo meché con el contacto con los vecinos. Y de esa manera empezó a cambiar la cara de la actividad en el Concejo.
Yo entendí que hay que salirse del circuito de lo que llaman la corporación política. Las víctimas, aquellos que pasan por un proceso difícil, necesitan que vos estés y los escuches, que movilicés recursos, que colabores en la búsqueda de justicia, a poner en agenda el tema, a buscar a los responsables. Me han criticado por acompañar a gente en las inundaciones, a los familiares de Salta 2141, por meterme con las tarifas de la EPE, pero la verdad es que es mi responsabilidad. Y salirme de lo políticamente correcto me hizo sentir más libre en esta tarea de concejal.

—¿Por qué decidieron participar en estas internas del Frente Progresista y por qué tu candidatura a diputada nacional?
—Porque el Frente Progresista sigue definiendo las listas como la vieja política. Y la verdad es que yo no me banco que, por más que seas el gobernador o la intendenta, me digas qué lugar me toca. Quiero que lo diga la gente. Si me ponen en el décimo lugar, o en el segundo, es más democrático, más transparente. ¿Por qué yo tengo que depender de la percepción de un partido político que no es el mio, si no me lo banco ni siquiera del propio?
A nosotros, a pesar de que en las internas de 2015 fuimos la tercera lista más votada de la ciudad, que después de eso nos vinieron a buscar para que ganemos, ahora nadie nos consultó siquiera cuáles eran nuestras aspiraciones. Nos dijeron «acá». No mi amor, así no se hace política, la gente no quiere más eso, quiere elegir. Queremos generar cambios no sólo a través de las leyes sino de las formas de hacer política.

—¿Qué se juega en estas elecciones?
—La posibilidad de que la gente le dé un mensaje al poder. Que le diga a los conductores de las estructuras partidarias que es bueno que en las primarias ganen los que no tienen estructura y no tienen plata, pero sí coherencia, una historia de militancia y de laburo. Las primarias son para eso, para que la gente elija quiénes serán sus candidatos y que no sea ni el gobernador, ni el presidente, ni la presidenta anterior, ni los presidentes de los partidos, sino la gente.
Hay una crisis de los partidos políticos y el que lo niega miente. O no habría radicales en todas las listas, peronistas no en todas pero en muchas listas, del Frente Renovador en muchas listas, del GEN, del ARI. El problema es transversal a todos los partidos, pero los partidos no lo asumen.
Este dilema en el que están los partidos, creo que es culpa de los propios partidos, que ya no tenemos convicciones o ideas que nos unifiquen. Tenemos como una multiplicidad de candidatos, aunque yo no me considero parte de ellos, que con tal de estar en un espacio de responsabilidad pública son capaces de saltar de un partido al otro de manera eterna. Yo, a pesar de mis diferencias, elijo siempre estar siempre en el mismo espacio en el que construí política toda la vida.
Por otro lado, creo que hay un ciclo ya agotado de este Frente. Si el Frente Progresista no logra renovarse en serio, tratando de construir de una manera lo más pluralista posible, va camino al fracaso.

 

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