Desde el domingo pasado, el país se parece al desierto al que los romanos llamaban paz. Y aunque muchos ven una Argentina pintada de amarillo, no son pocas las voces que advierten que, como en todo desierto, algunos observan aquello que desean pero no está allí.

El régimen macrista afrontó con éxito las elecciones de medio mandato. Eso es irrefutable, no sólo porque ganó en diversos distritos cuyo volumen demográfico marca diferencias notables en términos políticos, sino porque quienes podrían haber relativizado esos resultados no ganaron, y quienes obtuvieron victorias y se encuadran en una oposición real, no mueven el amperímetro con una intensidad que inquiete a la alianza que integra Cambiemos.

Ganar en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (Caba), en la provincia homónima, en Santa Fe y en Córdoba, ya posiciona al Gobierno nacional como el ganador de los comicios legislativos. En el primero de los distritos mencionados lo hizo con una contundencia que no deja lugar a relativizaciones, pero más allá de las distancias establecidas con las segundas fuerzas en esas y otras jurisdicciones, cabe analizar los efectos que la elección tiene y tendrá en el escenario que queda configurado a nivel parlamentario y en función de la futura disputa territorial.

Por interés ideológico o por pereza intelectual, a los analistas del establishment les costó poco diagnosticar una “victoria aplastante” del oficialismo, un futuro promisorio para que se lleven adelante las “reformas imprescindibles”, y una escasa o nula resistencia política a las mismas. Los más osados, acaso con cierta razón, dados los hechos que se sucedieron a lo largo de la semana, dieron y dan por sentado que el triunfo le otorga patente de filibustero a Mauricio Macri en su cruzada persecutoria a todo lo que huela a kirchnerismo, bajo la insólita consigna de “la lucha contra las mafias y la corrupción”.

Sin embargo, respetadas voces de politólogos, consultores y observadores de diferentes extracciones señalan matices, apuntan datos poco relevados, e incluso observan escenarios que los más entusiastas críticos oficialistas no han llegado a percibir, obnubilados por el espejismo de un mapa demasiado amarillo para ser real.

El futuro no son sólo números, pero…

Es un consultor que nadie podrá achacarle cercanía al kirchnerismo. Se trata de Ignacio Fidanza, a quien fue a buscar el sitio de noticias La Política On Line para que opine sobre el escenario que dejó la elección del 22-O. Lo primero que se apuró a sentenciar el analista fue que “los proyectos presidenciales de Sergio Massa, Juan Manuel Urtubey y acaso Martín Lousteau, deberán esperar otro país”. Nada sorpresivo, pero pocos lo dicen con esa estridencia.

Como para no desentonar con la primera impresión que deja a cualquiera el resultado, Fidanza señala que “la elección tuvo algo de fundacional y acaso Macri merodea la posibilidad de sumarse como el nuevo eslabón de esa línea histórica que enhebran Mitre, Roca y Menem”. El cuarto movimiento histórico de raíz conservadora, dicho en otras palabras.

Pero sopesando otras variables que muchos omiten, destaca que “Cristina perdió pero también ganó. Superó los 37 puntos en provincia, merodeó los 3,5 millones de votos en provincia y destapó resultados inesperados en Salta donde el kirchnerismo disputó el segundo puesto y en Tierra del Fuego donde ganó. Sus candidatos salieron segundos en Santa Fe, Santa Cruz y Capital y tuvo buenos resultados en Neuquén y Chubut. De hecho, en Capital y provincia terminó metiendo más diputados que en el 2015. Es decir, consolidó su posición de primera fuerza en la interna peronista”. Seguramente cuando terminó de leer esa parrafada, todo votante de Cambiemos debe haber pensado en la célebre chicana: “Que diga si es kirchnerista”.

Pero Fidanza tenía algo más para decir. Algo que no cayó muy bien en El Club de Los Jubiladores: “Lo que fracasó en toda la línea fue ese peronismo de centro dialoguista, esa suerte de democracia cristiana europea que tiene como líder ideológico al senador Miguel Ángel Pichetto y que se construyó sobre la hipótesis de un declive pronunciado del «chavismo» cristinista”.

Si a esa altura lo que parecía una postal ya da para pensar en la posibilidad de un espejismo, otros analistas se sumaron a ver lo que el árbol entusiasta de los aduladores del oficialismo tapa del amplio bosque.

El abogado Pablo Papini, asesor legislativo en la Cámara de Diputados de la Nación y, como se autodefine, “militante peronista y entusiasta proyecto de analista político”, se propuso traducir las “primeras imágenes del país después del 22 de octubre”, describiendo a un “Cambiemos envalentonado” y sopesando que el peronismo se debate entre “el fracaso de la oposición amigable y la incógnita del postkirchnerismo”. Nada menos.

El asesor dice todo eso y mucho más en un artículo titulado “Una calesita en medio de un desierto”, que publicó la revista Zoom.

Vale citar el disparador de la nota: “Durante las nueve semanas que separaron a las Paso del comicio se discutió poco (se habló del frío clima preelectoral, de hecho, y con razón), y siempre alrededor de lo mismo: hegemonía macrista, crisis peronista, sólo se trata de ver hasta dónde llega la CEOcracia”.

Cuando aún no se terminó de digerir esa introducción, Papini se pregunta y responde varias cuestiones:

  • ¿Cómo se interpretarán estos resultados al interior del macrismo?
  • Lo que llaman gradualismo es shock, pero podría ser todavía peor.
  • ¿Irán a por más, como se le reclama al gobierno nacional desde los termos ultraliberales?
  • ¿O seguirán cuidando la sustentabilidad política?

Y claro, como nada de ello coagula con la tentación simplificadora de la mayoría de los analistas, el abogado peronista señala que “el hachazo al bolsillo ha contado a su favor con el colchón de una herencia que sólo en el relato es pesada. Pero ha ganado terreno en las urnas una narrativa sacrificial que antes en Argentina sólo había tenido lugar con finales de ciclo sangrientos, que no fue el de CFK”.

Y agrega: “Se trata de una novedad; si el peronismo no la somatiza, seguirá fuera del signo de los tiempos, pecado esencial en esa formación”. Y juzga que “en definitiva, todo tiene que ver con la falta de reflexión acerca de 2015…Que ya no pasa por comprender una derrota electoral en sí, sino por cómo se llegó a que se premie a una fuerza que hace épica de la resignación”.

Pero más allá del intento, más que interesante, por comprender el fenómeno autoflagelante de cierto electorado, y las causas de dos derrotas sucesivas, Papini hace un esfuerzo por ver más allá de lo evidente, y remarca:

  • Insólitamente, en las últimas horas se supo que los gobernadores más amigos de Olivos, los que perdieron peor, querían acotar a los intendentes de Unidad Ciudadana. Varios de los cuales mejoraron su performance de las primarias.
  • Los caciques provinciales que salieron bien parados de esta elección son los que más le mostraron sus dientes a Casa Rosada.
  • Ni éstos ni aquellos alcaldes practican cristinismo, pero tampoco gorilismo doméstico contra la presidenta mandato cumplido.

Una pregunta sobrevuela esas definiciones: “¿No será que conviene el postkirchnerismo y no el antikirchnerismo, para lo cual el público ya tiene oferta consolidada en el mercado electoral? Incorporar aquella experiencia, reinventarla.

No clausurarla. La justicia social no pasa de moda; sí las formas de convencer de que es conveniente ese rumbo, por resumirlo entendiblemente”.

Por último –al menos para esta columna– Papini se mete detrás de las líneas amarillas: “La grieta en el macrismo –que no es tal porque hay un bando ultra dominante: el del jefe de gabinete Marcos Peña– se da entre la tesis del premier y la del titular de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó”. Y agrega: “El primero alega que hay que mantenerse en la posición purista de ajenidad al peronismo. El segundo, propone incorporar a algunos pejotistas no-K para procurar evitar la segunda vuelta en 2019. Ahora la cuenta es otra: ¿por qué eso se alcanzaría negociando con derrotados? ¿Por qué no ir también por sus dominios locales?”.

Chan, chan, chan, chan… Como en los filmes de suspenso, el abogado y entusiasta proyecto de analista político deja varios cabos sueltos, que sólo el devenir político se encargará de atar.

Diagnósticos, proyecciones y conjeturas peronistas

Jorge Rachid, reconocido cuadro peronista, ex titular de Medios de Carlos Menem, cargo del que se auto eyectó cuando le vio la pata a la sota de la sociedad con la familia Alsogaray y otros, opina que los comicios del domingo arrojan “un peronismo en resistencia, (que) da batalla y persiste en su permanencia histórica y combativa”.

Claro que lo fundamenta, y lo hace por medio del artículo “La tercera resistencia peronista”, que además de ser publicada en su cuenta de facebook, la web Nac&Pop se encargó de divulgar.

Rachid usa el recurso de la enumeración para brindar su diagnóstico poselectoral, señalando previamente: “Hemos atravesado períodos de repliegue popular, lo hemos hecho ante represiones y persecuciones, lo seguiremos haciendo en defensa de los derechos del pueblo argentino, respetando sus tiempos de comprensión y redoblando la presencia militante, de una batalla cultural en marcha”.

Es cierto que se trata de un análisis que tiene como objetivo al cuadro, al militante peronista, pero no deja de resultar valioso a la hora de ciertos escenarios que Rachid se encarga de destacar.

“El peronismo identifica sus objetivos de construcción política hacia un modelo social solidario y productivo, nacional y popular… En ese tránsito no es menor el hecho de identificar al enemigo”, señala el médico peronista.

Rachid rescata palabras de Perón: “La política es la política internacional, el resto es cabotaje pueblerino”. Y acto seguido invita a “observar el panorama que tiene actores en el mundo, que determinan las acciones que vivimos en América Latina, convertida en espacio de pugna de intereses extracontinentales que se han refugiado en ésta parte del mundo ante el avance del Multipolarismo mundial, frente a la prepotencia brutal e inhumana de un hegemonismo imperial de EEUU”.

También rescata “la reafirmación del liderazgo de la ex presidenta (CFK), única emergente, junto a gobernadores que han reafirmado su presencia política nacional, desde las provincias, sin dudas serán los andariveles a transitar, en la recomposición del movimiento nacional, para enfrentar los tiempos tormentosos que avecina el gobierno, en su soberbia victoriosa, que como toda borrachera, por un lado divierte al principio pero desbarranca al final”.

Por último, el dirigente sentencia: “Vendrán momentos más duros aún, algunos se dirimirán en las calles, otros en las urnas, siempre en el marco democrático y en paz. Quienes pensaron en que coronaban con el sólo hecho de jugar solos, fracasaron, como lo hicieron aquellos dirigentes y gobernadores que pensaron en garantizar «gobernabilidad», vieron escurrir sus votos a manos del original neoliberal, que despreció la fotocopia patética de la claudicación”.

Duros, pero del palo

Otro peronista, cuadro de la izquierda nacional, Machocho Fernández, al día siguiente de los comicios planteó desde su cuenta de facebook el siguiente dilema, que arranca en el título de un texto interesante: “No hablemos de elecciones: ser o no ser el «ala blanda» del sistema”.

Fernández apunta: “El peligro mayor es que al peronismo se lo fagocite el sistema (proceso que comenzó allá lejos y hace tiempo, con la «renovación», y que tiene avances y retrocesos), para terminar siendo un integrante más de la partidocracia colonial y, fundamentalmente, el otro componente del mecanismo de la alternancia «democrática». Esto es: a cierto período ortodoxo liberal le seguirá otro heterodoxo populista, el que a su vez será sucedido por aquel, sin resolverse nunca la contradicción principal de soberanía o coloniaje, repartiéndose el aparato del estado para ejercer desde allí la política de la renta y el privilegio”.

Fernández recupera un aspecto clave de los doce años y medio kirchneristas: “La alianza de clase entre la pequeña burguesía kirchnerista y el movimiento obrero organizado junto al pejotismo más tradicional, alianza arduamente construida por Néstor (Kirchner) y que sostuvo el proceso entre el 2003 y el 2012, se rompió”.

Muy crítico de la sucesión, proclama: “Dicho proceso quedó conducido desde entonces por el sector pequeño burgués, con lo que esto significa: deriva neurótica, comportamiento mostrenco, diletantismo, sectarismo adolescente, espíritu festivo, «soho montonerismo», «empoderamiento», mucho cotillón y consignas huecas. Pura forma sin contenido”.

En la misma línea dura, dibuja a Cambiamos ya encaramado al poder: “El macrismo llegó, borró todo de un par de decretazos; los chicos «rebeldes» con mandato, a sus bancas a refunfuñar, y los chicos rajados de la función pública, a rezar porque no los procesen. ¿Deben ser parte?, sí; ¿deben conducir?, no; como todos los chicos, en el asiento de atrás y con el cinturón puesto”.

El remate no resulta menos duro, pero es una invitación a la reflexión: “Si el peronismo no es capaz de recuperar su espíritu revolucionario, ese que le hizo ganarse el odio eterno de las castas parasitarias quebrando el viejo orden agro pastoril, integrando al interior a la modernidad y al progreso; si no recuperamos al movimiento nacional, entonces, vamos a eso, a la sumisión al sistema, convirtiéndonos, en el mejor de los casos, en su «ala blanda» y asumiendo la peor versión del «corsi e recorsi» de Vico. Las culpas están bien repartidas. Cada uno las cargará más sobre unos u otros, según se asuma, pero hay para todos”.

En otra sintonía, por fuera del peronismo argentino, el chavista Roger Capella, quien fuera embajador de Venezuela en Argentina, ministro de Salud de Hugo Chávez y, como lo define Julio Fernández Baraibar “un gran amigo de la Argentina”, también se animó a interpretar las legislativas del 22-O, firmando un artículo titulado “¿Elecciones argentinas: dónde está la derrota?”.

El bolivariano, luego de oír “algunas lamentaciones y leído textos periodísticos atribuyéndole un gran triunfo al macrismo”, parece estar “convencido de que no es exactamente así”, y desmenuza la cosa: “Las organizaciones que apoyan a Macri sólo alcanzaron un 42 por ciento y Cristina Fernández y otros grupos de oposición el restante 58 por ciento. La matemática dice que la oposición obtuvo la mayoría (aún cuando esté dividida)”.

Como no podía ser de otro modo, compara con su país: “Aquí en Venezuela, en el 20015, cuando la oposición obtuvo el 56 por ciento de los votos para la Asamblea Nacional, todos coincidieron en que había tenido un rotundo triunfo (aunque también está dividida internamente). Lo curioso es que para muchos cuando la derecha argentina saca el 40 y pico por ciento, triunfa exitosamente. Cuando el Chavismo obtiene esos resultados está tremendamente derrotado. Lo terrible es que muchos de los compañeros revolucionarios se dejan atrapar por esta perversa lógica mediática”.

El cuadro chavista reconoce que es “preocupante” que Macri “haya ganado en Jujuy”, pero acota: “Justo es señalar que a pesar de los esfuerzos del macrismo por derrotar a Cristina en Buenos Aires, ella se posicionó como la principal figura opositora y firme candidata a triunfar en las elecciones presidencales del 2019”. ¿Exceso de optimismo? Tal vez, pero se trata de una mirada foránea, sin el fragor del combate haciendo ebullición en las cabezas de los dirigentes vernáculos.

Una conclusión: todo es provisorio

Como sea, es interesante el enfoque del periodista Enrique de la Calle, de la Agencia Paco Urondo, que apela a un relevamiento llevado adelante por el politólogo Andy Tow. “El peronismo no perdió votos, los dispersó”, titula, y desarrolla ese concepto argumentando que “las distintas fuerzas peronistas superaron el 40 por ciento de los votos a nivel nacional, un número cercano al obtenido por el macrismo”, aunque al toque advierte: “Sin embargo, el panorama está lejos de ser esperanzador”.

De la Calle recuerda, el macrismo sacó 10,2 millones de votos a nivel nacional, es decir, 42 por ciento. Sumó casi 5 puntos en relación a las primarias. Si se tratara de una elección presidencial, Cambiemos hubiese ganado en primera vuelta ya que le sacó más de 10 puntos a la segunda fuerza, Unidad Ciudadana / Frente para la Victoria (UC / FPV).

Lo que pasó, entonces, es que el peronismo, “más que perder votos, los dispersó entre diferentes fuerzas políticas. La principal fue Unidad Ciudadana / Frente para la Victoria, que sacó el 30,7 por ciento (7,4 millones de votos)”.

Tow observa que “en algunas provincias, como Chaco, ambas fuerzas fueron separadas: esa escisión permitió que Cambiemos se quedara con esa jurisdicción, aunque el Frente Chaco Merece Más y UC obtuvieron en total 9 puntos más que el macrismo”. Imperdonable.

Analizando, De la Calle reproduce el esquema de Tow: “El voto panperonista contó con el massismo, que sacó el 6 por ciento (1,4 millones de boletas), en su mayoría concentrado en Buenos Aires”. Un tercer bloque, “el Frente Justicialista (La Rioja) / Unidad y Renovación (Salta) y Unión por Córdoba: sacaron en total el 5,6 por ciento (1,3 millones). Así las cosas: el panperonismo se quedó con el 42 por ciento de los votos”.

Finalmente, el periodista Miguel Jorquera, de Página 12, resalta una de las consecuencias que debieron afrontar los referentes del Movimiento Evita Juan Manuel Abal Medina y Fernando “Chino” Navarro: “Fueron arrastrados por la magra elección del Frente Justicialista Cumplir, encabezado por Florencio Randazzo, que obtuvo apenas un 5,2 por ciento de los votos en las legislativas bonaerenses, y quedaron afuera del Parlamento nacional y del provincial, respectivamente”.

Tal vez lo más ilustrativo de ese fracaso randazzista sea, como lo describe Jorquera, que “en ambos casos, el frente que llevó el sello del PJ perdió las bancas a manos del Frente de Izquierda (FIT), que los superó quedándose con el cuarto lugar”.

Como sea, algunos de los kirchneristas ofendidos con el espacio que lidera Emilio Pérsico, se encargaron de pasar facturas: “En su momento decíamos que debían resignas esas bancas porque habían llegado a ellas de la mano de Cristina. Por supuesto, no lo hicieron, pero la paradoja es que terminan dejando sus bancas para que las ocupe el trotskismo”.

Como Massa, que no pudo ganar ni en Tigre, Randazzo perdió hasta en Chivilcoy, su patria pequeña, y llevó al Partido Justicialista a la peor derrota de su historia en territorio bonaerense.

Para ningún peronista debe ser una buena noticia que Abal Medina y Navarro se queden sin banca, pero quienes deben reflexionar y hacer la autocrítica que tanto le piden al kirchnerismo son los integrantes de la mesa de conducción nacional del Movimiento Evita, que diseñaron la estrategia que dio los resultados conocidos.

Fuente: El Eslabón.

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