La maniobra del gobierno de Mauricio Macri, enmascarada detrás de un vergonzoso fallo de la jueza María Servini, muestra la inquietud que provocan los avances de unidad del peronismo. La reacción de rechazo unánime, dentro y fuera de esa fuerza política, refuerza el viejo apotegma del ilusionista Tu Sam: “Puede fallar”.

La decisión de intervenir el Partido Justicialista nacional se gestó en los despachos de la Jefatura de Gabinete, el Ministerio del Interior y la propia oficina presidencial, pero en sintonía fina con las dos principales cuevas de operadores judiciales de Cambiemos: la del presidente del club Boca Juniors, Daniel Angelici, y la que ocupa el eterno monje negro Enrique Coti Nosiglia.

Ambos radicales se comunicaron personalmente con la jueza federal con competencia electoral María Romilda Servini de Cubría, a quien no fue fácil convencer del descomunal dislate que terminó siendo el dictamen que ordenó la intervención partidaria.

Se desconoce si hubo argumentos extorsivos que pudieran haber quebrado la resistencia de la veterana magistrada, pero en cualquier caso las razones que llevaron a alguien tan experimentado a firmar el texto que dispuso la intromisión judicial en el PJ fueron sin duda contundentes.

Lo que sí se sabe, de boca del propio interventor elegido por la jueza, es cómo se decidió que fuera Luis Barrionuevo el comandante visible de la jugarreta.

El diario Clarín reveló, el miércoles pasado, un dato que le saca la careta a la magistrada. “El flamante jefe del justicialismo habló con Clarín. Y reveló un diálogo desconocido con la jueza”, mencionó el periódico, antes de entrarle de lleno a la confesión del gastronómico: “Hace unos días yo estaba en la plaza de Tribunales cuando me sonó el teléfono y me dijeron que la jueza me quería ver. Fui y me preguntó si no quería ser el interventor del PJ. Todo el asunto se manejó en silencio. Me eligió porque soy un verdadero peronista. La sangre que me fluye es completamente peronista”.

Pasando en blanco el brutal sincericidio, la jueza le hizo la oferta antes incluso de que Carlos Acuña –triunviro cegetista y soldado de Luisito– hiciera la presentación ante Servini pidiendo tan sólo la acefalía del PJ, y antes de que la magistrada lo eligiera por su condición de peronista. En el viejo programa Todo por 2 pesos hubieran descartado el sketch por absurdo.

Sin embargo, todo lo dicho no alcanza para explicar tamaño despliegue por parte del Gobierno sólo en términos de maniobra distractiva, una de las tácticas preferidas por el macrismo para evitar que lleguen al tope de la agenda los dos tópicos más escandalosos de su administración: el terrorismo económico que impera desde diciembre de 2015 en la Argentina, sobre todo en los sectores más vulnerables, y los negocios delictuales que las principales figuras del Gabinete vienen haciendo desde antes de la llegada al poder.

Macri y su banda decidieron que la campaña presidencial de 2019 comience apenas iniciado el otoño de este año, preocupados por los pequeños pero sólidos avances que el peronismo venía logrando en su esfuerzo por alcanzar la unidad.

El ocaso de las carpetas

Los ruidos de la unidad en gestación que tanto incomodan al macrismo comenzaron cuando por lo general la dirigencia política acostumbra veranear. En los últimos días de enero se desarrolló la primera sesión del Consejo del Partido Justicialista bonaerense, que culminó con la firma de un documento muy crítico, titulado “Es tiempo de construir una esperanza”.

En ese texto surgieron definiciones que sólo se venían escuchando en boca de la ex presidenta Cristina Fernández de Kircher y otros dirigentes de Unidad Ciudadana (UC). Frases como “hay un consenso popular: Este gobierno es el gobierno de los ricos para los ricos, atendido por sus propios dueños”, o “la política económica de Cambiemos es un fracaso rotundo”, coronaron un documento en el que no faltaron críticas durísimas a la firma del Pacto Fiscal, la persecución al movimiento obrero organizado, el endeudamiento desenfrenado –”que habíamos superado con tanto esfuerzo para lograr mirar al mundo en pie de igualdad, hoy vuelve a amenazar a generaciones enteras”–, entre otros temas que afectan a la economía popular, como la inflación, las tarifas y la reforma previsional.

Las brasas de ese documento aún permanecían al rojo cuando, ni bien arrancaba febrero, y a propósito de la celebración de los 140 años de la fundación de Resistencia, el intendente de la capital chaqueña Jorge Coqui Capitanich y el gobernador de esa provincia, Domingo Peppo, fueron anfitriones de un grupo de dirigentes peronistas muy críticos de la gestión de Macri.

En ese encuentro, según algunos de los presentes, nació un nucleamiento al que bautizaron Grupo Resistencia. Participaron del mismo el gobernador de San Luis, Alberto Rodríguez Saá, y un importante grupo de intendentes encabezado por Verónica Magario, de La Matanza; Jorge Ferraresi, de Avellaneda; Francisco Paco Durañona, de San Antonio de Areco; Walter Festa, de Moreno, y Mario Secco, de Ensenada. Allí se escuchó, por primera vez, la consigna “Hay 2019”.

En esa misma primera semana de febrero se llevó adelante una actividad que encendió luces amarillas en el Gobierno: el «Encuentro por la Unidad: desafíos en el fortalecimiento del campo popular», que se realizó en la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo (Umet) que creó el titular del PJ porteño Víctor Santa María.

Allí se juntaron el agua y el aceite. Sólo la foto de la actividad que protagonizaron Alberto Rodríguez Saá, Agustín Rossi, Jorge Taiana, Alberto Fernández, Felipe Solá, Daniel Filmus, Jorge Taiana, Fernando Chino Navarro, y Daniel Arroyo hizo erizar la pelambre del ala más gorila del elenco oficialista.

El viernes 16 y el sábado 17 de marzo, el anfitrión fue el Alberto, que convocó al Encuentro de la Militancia Peronista en el parque La Pedrera, de Villa Mercedes, en San Luis, hasta donde llegaron Hugo Moyano, el ex vicepresidente Amado Boudou; el jefe del bloque de diputados del Frente para la Victoria, Agustín Rossi; el presidente del PJ, José Luis Gioja; el presidente del PJ bonaerense, Gustavo Menéndez; el ex canciller Jorge Taiana; los diputados nacionales Andrés Larroque, Axel Kicillof, Gabriela Cerruti, Hugo Yasky y Cristina Álvarez Rodríguez; los intendentes de Malvinas Argentinas, Leonardo Nardini, y de Esteban Echeverría, Fernando Gray; el ex jefe de Gabinete Aníbal Fernández; el ex presidente de la Cámara baja Julián Domínguez, y el ex diputado nacional Edgardo Depetri, entre muchos otros dirigentes del peronismo.

Rodríguez Saá, al abrir el encuentro, proclamó: “Los convocamos a todos a trabajar juntos para llegar unidos al 2019 y recuperar el Gobierno”. En un colmado estadio Arena La Pedrera, el “hit del verano” contra Macri fue entonado con fervor, y con duras críticas al Gobierno, el mandatario puntano advirtió, remontándose a las legislativas de 2017: “Querían (desde el macrismo) un peronismo dividido en tres y lo lograron, incluso por errores propios”. Y una vez más, aseguró: “Hay 2019”.

La seguidilla de escenarios con las principales espadas del peronismo nacional como protagonistas no fueron sólo muestras del esfuerzo por lograr la unidad, sino de los límites de la política del carpetazo, con la cual Macri y la UCR habían logrado separar en bloques irreconciliables al principal partido de la oposición, y ésa fue la gota que colmó el vaso para Cambiemos. Ése fue el momento en que se decidió jugar la ficha de la intervención.

Una estrategia política y electoral

El mamarracho jurídico que llevó a un impresentable como Luis Barrionuevo a la vergonzante silla de interventor del PJ dejó al desnudo una estrategia política y electoral de la alianza entre el PRO y el radicalismo.

Es ostensible la caída en las encuestas de las imágenes de Macri y de la gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal, y ese dato llevó al titular de la Cámara de Diputados Emilio Monzó a sugerir que se pusiera en juego la fórmula que había llevado a la pírrica victoria de Cambiemos en la provincia de Buenos Aires, pero a escala nacional: lograr que el PJ quedara reducido a un sello que cobijara a un porcentaje bajo pero decisivo de electores, que le reste al peronismo las chances de volver a la Casa Rosada.

Con un PJ nacional intervenido, el peronismo debería competir en la presidencial con otra sigla. Y como ocurrió en 2017 –cuando Florencio Randazzo participó con la escudería oficial pejotista, cosechando un magro 5 por ciento- Cambiemos sacaría provecho de esa división para extender por cuatro años más su permanencia en el poder.

Las voces más experimentadas observaron rápidamente de qué iba la maniobra. El miércoles pasado, Rodríguez Saá fue directo y contundente cuando en diálogo con el sitio de noticias Conclusión aseguró: “Intervienen el peronismo porque están asustados, vamos a ganar en 2019”.

El gobernador de San Luis realizó esas declaraciones tras ser parte de un encuentro con legisladores, intendentes, sindicalistas y dirigentes del PJ en el barrio porteño de San Telmo, quienes con rápidos reflejos salieron a repudiar la intervención.

El Alberto advirtió: “El fin del gobierno es dividirnos… no hay ninguna crisis del peronismo, estamos trabajando con unidad. El gobierno interviene al peronismo porque están asustados”.

Sólo el gobernador de Salta Juan Manuel Urtubey tuvo una mirada disonante sobre la intervención del PJ Nacional, y fue tan notorio el desacople con el resto de la dirigencia e incluso de los mandatarios peronistas que luego debió llamarse a silencio.

Pero en los primeros momentos posteriores a conocerse la orden de Servini de Cubría, el salteño declaró que “no necesariamente está la mano del Gobierno en esta intervención”, y agregó: “Puede ser una oportunidad para que a partir de tocar fondo el partido empiece a armarse para servir a la Argentina, porque así como está no sirve”. Ni Barrionuevo lo hubiese dicho mejor.

Urtubey fue más allá, y mostró qué es lo que más inquieta al oficialismo y a sus aliados, entre los que él milita fervorosamente: «El peronismo está yendo a una reestructuración porque hasta ahora sostuvieron una unidad inexistente, y yo estoy trabajando para que el peronismo siga”.

En esa línea, en la de descartar toda unidad por “inexistente”, Barrionuevo le contestó al diario Clarín cuando le preguntó si iría a convocar a todos los sectores del PJ: “Sí, voy a abrir los brazos bien grandes. Lo que a mí me interesa es rearmar el peronismo para pelear con fuerza en 2019. Ya estoy en contacto con la gente de los equipos de Eduardo Duhalde, con Julio Bárbaro, voy a hablar con todos los que son peronistas”.

El gastronómico dijo que “esos peronistas” son, entre otros, Miguel Pichetto, Diego Bossio, Sergio Massa, pero cuando el medio de Héctor Magnetto le sugirió que entonces “también hablará con los kirchneristas”, el interventor de Servini replicó: “Ellos no tienen nada que hacer en el PJ. Ellos armaron su propio partido, Unidad Ciudadana. Ellos lo que quieren es usar al PJ de madriguera”.

Ganadores y perdedores

Como sucede a menudo, es el diario vocero de la oligarquía, La Nación, el que pone en negro sobre blanco lo que acontece detrás de los pesados cortinados del poder real. El miércoles pasado publicó un artículo en el que un “analista político”, Daniel Bilotta, desglosó quiénes serían los beneficiados y quiénes los perjudicados frente a la intervención del PJ. La lectura no deja de tener la misma lógica que con notable perversión inspira al macrismo, pero de la cual vale la pena tomar nota:

Ganadores

  • «Si el Gobierno no está detrás del fallo, objetivamente es el más beneficiado de todos porque seguramente la intervención va a durar hasta 2019 y tiene herramientas para condicionar la política de alianzas del PJ».
  • «Es muy seguro, entonces, que el PJ y Unidad Ciudadana de Cristina Kirchner no vayan a una alianza electoral».
  • «Hoy había un discreto festejo en la casa de Graciela Camaño, que es la esposa de Luis Barrionuevo y la jefa del bloque de Sergio Massa en el Congreso de la Nación, que busca una alianza con el peronismo federal»
  • «Con esto, el Gobierno tendría mayoría casi siempre en la Cámara de Diputados de la Nación, esto le permitiría a Macri trabajar más cómodo con los Decretos de Necesidad y Urgencia».

Perdedores

  • «Miguel Pichetto estaba muy preocupado y urgido de cerrar un acuerdo con el gobierno nacional para definir funcionarios en los organismos de control de la Justicia, entre ellos, a Raúl Plé como adjunto de la nueva procuradora General de la Nación».
  • «¿Por qué pierden los gobernadores? Supongamos que a Cristina Kirchner la desplaza Servini de Cubría, le quita una herramienta de negociación»
  • «Martín Insaurralde es de los intendentes que conduce el PJ y que va a constituir una alianza con Cristina Kirchner, con o sin PJ, pero lo cierto es que el PJ le roba votos que van a ser vitales para que Macri pueda ganar en primera vuelta en las elecciones presidenciales de 2019»

A modo de conclusión, la jugada de la intervención partidaria denota un grado de nerviosismo y exasperación del macrismo que, como los vientos, va rotando hacia la lisa y llana desesperación.

Las maniobras oficiales cada vez son más brutales y duran menos en la agenda pública, y se percibe que el Gobierno transita su momento de mayor debilidad, a tal punto que la mayoría de las estratagemas sólo apuntan a que pase el tiempo y llegue la narcótica manta del Mundial de Rusia que tape los estropicios que Cambiemos genera a cada paso.

El peronismo se tiene que equivocar y mucho para no estar en condiciones de disputarle poder en 2019 a la oligarquía agro mediático financiera a la cual el macrismo representa.

Una de las peores formas de equivocarse sería levantar el pie del acelerador en su carrera hacia la unidad. Otra, persistir en pisar todos los palitos que los CEOs siembran en la escena política, entre los que el papelito de Toto Caputo parece más bien un durmiente de quebracho.

Es preciso romper las cadenas extorsivas que obligan o dan excusas –según cada caso– a los gobernadores a acompañar al Gobierno.

No es que ésas sean tareas fáciles, la realidad indica que son imprescindibles.

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