Con el debut de su unipersonal en el Teatro de la Manzana, Felipe Haidar desclasifica un archivo de historias atravesadas por lo cotidiano, lo onírico, y la poesía.

Los Lugares Comunes plantea de movida el encuentro entre dos hombres que se aman pero que jamás estarán juntos. Entonces aparecerán en escena personajes exóticos para relatar otras historias que podrían ser la misma: un hombre que conoce a otro hombre cocainómano en una plaza, una mujer en el infierno del amor, un joven insomne que está enamorado de su madre y de su gato, y un muchacho problemático que cruza los cánones de la moralidad que impone la sociedad.

El unipersonal que se estrenó el pasado 7 de abril en el Teatro de La Manzana, cuenta con la idea, el guión, y la actuación de Felipe Haidar: dramaturgo y docente oriundo de Santa Fe capital. Desde 2009, Haidar se radicó en Rosario, un cambio de aires que se originó después de que presenciara un seminario en su ciudad natal dictado por la actriz y docente Laura Copello.

“Fue a dar a Santa Fe un seminario de teatro de objetos y me voló la cabeza -dice sobre Copello- y entonces decidí venir a Rosario porque sabía que ella estaba dando clases en la Escuela de Teatro y Títeres. Hice la carrera de dirección y antes de terminarla estrené mi primer trabajo que fue Tercera parte del mar, una versión de un texto de Alejandro Tantanian. Después empecé a trabajar con Laura en el Teatro La Manzana”, repasó el actor protagónico de Los Lugares Comunes que, como director, comandó también La escuálida familia, de Lola Arias; Stripkill, en coautoría con Ludmila Bauk; y Lancha, entre otras producciones dramáticas.

Archivos afectivos

Para el autor, Los Lugares Comunes es, en principio y a primera vista, “un archivo de ficciones, porque tiene la particularidad de contener pequeñas historias de amor que son consultadas por el personaje o por el actor para poder construir su propia historia de amor. Una historia que como las otras está atravesada por la soledad”.

Haidar comenta: “Nunca había hecho un unipersonal, ni como actor ni como director. Es una apuesta muy fuerte porque la dirección general, la puesta y los textos son míos, y también actúo”. Y agrega: “Es un laburo muy personal, y también es un trabajo que está atravesado por la serenidad, la simpleza y la hermosura. Para el espectador, es una especie de mimo poder ver Los Lugares Comunes”, afirma con seguridad.

La obra -que se podrá ver los sábados a las 22 en el Teatro de la Manzana, San Juan 1950- apunta “al amor, a la soledad, y a la incapacidad de amar como trampolín para poder relatar la historia central que son dos hombres que se aman pero que nunca logran estar juntos, por diversos motivos”.

“Si te digo que es un drama te miento -dice con sinceridad-. Hay momentos cómicos, simpáticos. Y con respecto al relato está la idea de los lugares comunes, el cómo atravesar los vicios que conlleva el lenguaje. En la obra, los lugares gastados sobre el amor están puestos en primer plano pero a la vez para que se puedan ir corriendo de esos lugares comunes. Entonces, la puesta, es todo peluche rosa y los colores son todos pasteles. Los textos están relacionados con el amor romántico, y con todo lo que pasa cuando buscamos el amor: los flechazos, el amor a primera vista. Incluso está la historia de amor de dos hombres puestos en un lugar de naturalidad absoluta, porque en general todas las películas, todas las obras de teatro que tienen que ver con el amor de dos hombres, son conmovedoras porque para estar juntos tienen que atravesar todo un proceso, en cambio acá está puesto con sencillez. Es una historia de amor más. La idea es que el espectador no pueda emocionarse sino que sea imparcial”.

Bofetada

El amor es una cachetada tras otra. Es un punto rojo. Es el recuerdo y un olvido que se manifiesta en los detalles en una noche de insomnio. Es el comienzo aparente de Los Lugares Comunes en la sala del Teatro de la Manzana. Posiblemente lo que le suceda a esta idea son las historias que se reconstruyen en torno a los intersticios entre una bofetada y otra. El amor y la soledad están en primero y segundo plano e intercambian sus espacios constantemente . Ambos son fiebre y sudor y son, en definitiva, construcciones de la propia ficción. “Al fin y al cabo es eso lo que vinieron a buscar”, interpela el propio protagonista en escena. En su unipersonal, y como desde un rincón de su cuarto, Federico Haidar pone a los comunes lugares al frente y los intensifica. Explora su fichero mágico sin apuro, entre claroscuros, con su micrófono y su teclado, despliega un expediente de historias propias y ajenas provocando en el espectador una mueca alegre que también lleva consigo el dolor.

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