Franco y Puna se conocieron en un barco rumbo a Italia en 1958. Él había estado en Buenos Aires por negocios y regresaba a su país. Ella viajaba por primera vez para estudiar historia del arte. Estuvieron juntos el año que duró su formación y se separaron con la promesa de volver a verse. A distancia, Susana desde Rosario, y Franco desde su Umbría natal, mantuvieron un diálogo dislocado en un puñado de cartas que conforman Arrivederci amor mío, la novela epistolar del escritor Agustín González (Rosario, 1983) que la editorial Iván Rosado publicó en 2012. El sello había inaugurado con este título la colección de novelas “Selecciones” y tras una primera tirada exitosa volvió a relanzarla en 2017 con una nueva portada a cargo de Pauline Fondevila, la misma artista que realizó el arte de tapa de la primera edición.
Arrivederci amor mio está basada en las cartas que Agustín González encontró en 2010 en el ropero de Puna, su tía abuela. Habían sido escritas por un novio entre 1960 y 1961. Tal como expresó en el epílogo del libro, el autor estuvo mucho tiempo sin animarse a leerlas, hasta que una ruptura amorosa lo llevó a entrar de lleno en esa gran historia de amor que Puna atesoró desde su juventud. Con Maria Flavia Rubí, González llevó a cabo la traducción de las cartas que fueron escritas en italiano.
A falta de las esquelas de la jovencísima Puna, González se puso a maquinar ficción. La gran apuesta narrativa fue construir la voz de una mujer que en su vejez ensaya por un lado la elaboración de un duelo, consumar una despedida imposible, o simplemente conjurar un desencuentro definitivo, rotundo, y se pone a escribirle a su antiguo enamorado –del que la separan décadas y un océano– un montón de cartas que nunca llegarán a destino, pero que tomarán la forma justa de una novela delicada, breve y candorosa.
Si es una novela epistolar hay que aclarar que en Arrivederci no hay correspondencia posible. Ya lo decía Roland Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso, la carta de amor no es verdadera correspondencia en el sentido casi matemático del término, porque para el enamorado la carta no tiene valor táctico, es puramente expresiva. Es la necesidad de intensificar la experiencia, ya sea la desdicha de la espera o la urgencia, de narrar lo intratable. Como advirtió Irina Garbatzky en la contratapa de este nuevo volumen, Arrivederci es una novela “que deja hablando solos a los fantasmas”. Si del otro lado del océano refulge el romanticismo ardoroso y vital del discurso del joven amante, de esta parte Puna con sus achaques y desvaríos propios de la vejez, retoma la escritura con deseo. “No puedo creer que llegué a pensar que me responderías”, anota, y a continuación, sigue escribiendo.