Yo no sé, no. Pedro recuerda que en los primeros días de escuela, en primer grado, tomaban asistencia y era algo nuevo para él. Lo que le quedó grabado es que después de un silencio alguien que se animaba a decir ¡ausente!. A las pocas semanas, en el barrio iban a jugar por primera vez con una número 5 de cuero, como las que jugaban los de Primera. Ese domingo nadie podría estar ausente, pensaba. O sí, porque empezaría la ausencia de la de plástico, o la de goma (la pulpo), con la que uno aprendió la pisadita. Al año, maso, en el primer picnic con la escuela, detrás de la Fábrica de Armas, se pasó toda la semana previa pensando que no podía estar ausente, mientras escuchaba los últimos Radioteatros cuya ausencia se iba a notar a los pocos meses, por la llegada de la TV.
En el barrio, mientras tanto, se empezaba a notar la ausencia del olor a querosén por la llegada de la electricidad. Volviendo a aquel primer picnic, la que no estuvo ausente fue la de goma. Las pibas habían llevado una y ahí nomás se hizo un mixto a las cabezas. Ellas nos aventajaban a la hora de atajar y nosotros parandola de pecho nos lucíamos. Mirá, me dice, la otra noche volviendo a pata porque el bondi tardaba tanto que parecía que iba a estar ausente hasta la mañana, empecé a pasar lista de lo que está presente y de lo que está ausente y no es fácil ese ejercicio. Pero, ¿sabés qué?, a pesar de que este presente es fulero, quizás dentro de poco, en el próximo escrutinio de votos, digamos cuando nombremos al Poder que está en el gobierno: ¡Ausente! Ese día, las ausencias dolerán un poco menos, me dice Pedro, como buscando en el piso algo que se parezca a una pelo, como para a hacer una pisadita improvisada y que así se hagan ¡Presente! todas y todos los que compartimos tiempos felices, en la forma que nuestros sueños sigan vivos concluye.