Yo no sé, no. Pedro se acordaba que una semana antes de carnaval los pibes decidieron participar en la fiesta que se haría en la placita en los días del rey Momo. Dejaron un partido contra los del Puente Gallego para organizar una murguita y como estaban escasos de recursos para los disfraces, le tenían que poner pila a los cánticos, a la poesía. En esos años, en el barrio hasta los más grandes participaban y disfrutaban de esos días de fiesta popular, y si bien la guita no sobraba, alcanzaba como para tomarse unos porrones por Oroño o Pellegrini para luego volver caminando.
La murguita, como en los días previos el cielo estaba amenazante, ya tenía por donde arrancar: «¡Esta murga se formó un día que llovía!». No éramos muy originales –dice Pedro–, pero bueno. Lo que sí armamos como pudimos fue un acto que nos pintaba como equipo, y con un 4-3-3 hacíamos correr la pelota contra el piso hasta el desborde de los wines y sus centros. La verdad, eso nos salió mejor que lo versos, estábamos pobres de poesía y.medio troncos para el baile con paso murguero, cosa que nos dejaba lejos de las miradas de las pibas. Con el tiempo uno ve que pasaron muchos carnavales, y que fueron cambiando los festejos de esos días. Hoy, la sequía que uno tiene en los bolsillos le quita las ganas hasta de agarrarse a los baldazos con los vecinos.
Aunque, ¿sabés qué?, me dice Pedro. El otro día pasé por la Plaza Galicia y había un pre carnaval y me entusiasmé al ver el piberío. Quizás si encontramos un cántico y la poesía justa que sobreviva al miércoles de cenizas, que nos una en
el reclamo, que les duela a estos poderosos económicos, a estos mismos que nos plantean una abstinencia eterna para las mayorías y días de derroche para unos pocos, a lo mejor empezamos a estar más cerca de aquellos días en que gastábamos hasta el último billete sabiendo que, aunque nos volvíamos a pata al barrio, nunca era el último billete. Todo esto me dice Pedro tratando de realizar un paso de murga, ese quiebre de piernas que nunca le salió, como para arrancarle un gesto de admiración a la piba de aquellos años.