El amplio y diverso Frente de Todos, con Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner como candidatos a presidente y vice, derrotó al tal vez más potente armado político que el poder económico (local y trasnacional) logró articular en Argentina a lo largo de su historia –si dejamos afuera sus incursiones en el Estado a través de los sangrientos golpes cívico-militares–.

La estratégica definición de Cristina, quien propuso que sea Alberto Fernández el candidato para cerrar filas hacia adentro del peronismo y para ampliar el espectro hacia afuera, fue un elemento trascendente para el triunfo de este domingo.

Esa unidad política, que se cristalizó en el Frente de Todos, fue además una expresión de la que se había ido forjando en la calle al calor de la resistencia a las políticas que implementó el gobierno de Mauricio Macri.

El abanico de medidas clásicas que dicta el manual neoliberal –y que ha hecho estragos en el mundo y por estos días subleva a buena parte de América Latina–, encontró en lo inmediato una dinámica de movilización popular permanente en el país.

Los noventa y, sobre todo, la “década ganada” del peronismo kirchnerista, ofrecieron una base de organización social fundamental para dar cauce político al malestar que se produjo durante estos últimos cuatro años.

Prueba de lo dicho arriba fueron los centenares de protestas y marchas contra los tarifazos, los despidos en el Estado y en el “sector privado”; contra la represión (como las muertes de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel), la persecución a opositores, los ajustes en Educación, Salud, Discapacidad, Ciencia y Técnica y las reformas previsional y laboral.

De esa resistencia, y del histórico programa de los movimientos nacional populares (inclusión social, ampliación de derechos, protección del trabajo, el mercado interno y la industria) nació el horizonte discursivo e ideológico que amalgamó a todos los sectores que constituyeron y apoyaron el Frente de Todos.

La unidad –del peronismo y su variada gama de corrientes y espacios internos y provinciales, la alcanzada dentro del movimiento obrero organizado, la ampliación de alianzas hacia los diversos movimientos sociales y corrientes definidas progresistas (a las que habría que agregar “nacionales”) o de la llamada izquierda popular–, que fue clave para el triunfo en las urnas y será fundamental para la etapa que se viene.

Tal vez por su programa Roberto Lavagna debería considerarse dentro del espectro (Alberto le tiró esa onda en los debates), pero un gorilismo profundo que también representó ese armado, hoy lo sigue poniendo lejos del campo nacional hacia el que tendría que confluir si es sincera su declamada línea mercado internista y productivista.

En definitiva, el escenario surgido de las elecciones es estimulante si se tiene en cuenta de dónde venimos y lo logrado. Hemos tenido desapariciones, asesinatos, presos políticos; se han cerrado fábricas y comercios, se han desmantelado áreas estratégicas del Estado. El de Cambiemos ha sido un gobierno de mentira y muerte, el más corrupto de nuestra historia. Contrajo la más fenomenal deuda externa, le entregó esos miles de millones de dólares a sus aliados y amigos para que los fuguen y nos ha querido convencer de que los ladrores son otros. Por eso, y tanto más, hay mucho que festejar. Por eso la felicidad invadió las calles del país este domingo. Por eso las lágrimas de miles de compatriotas en imágenes como la que ilustra esta opinión.

Pero si se mira hacia adelante lo que viene es muy complejo, porque una victoria en las urnas es nada menos y nada más que eso. Las contiendas por llegar serán igual o más difíciles y requerirán de los mismos o mayores esfuerzos aún.

Se ha vencido a un enorme oponente: los grandes grupos económicos locales y multinacionales, el poder financiero incluido el Fondo Monetario Internacional (FMI), los medios de comunicación hegemónicos, la embajada de Estados Unidos, el Poder Judicial corporativo.

Una alianza que supo construirse detrás de un trabajado y blindado “emergente” de la “antipolítica” como Mauricio Macri, que por otra parte contó con el sostén de una estructura tradicional con amplio despliegue territorial como es la Unión Cívica Radical (UCR).

Los datos del escrutinio demuestran también que ese armado político neoliberal no está terminado, ni mucho menos. Y que habrá que lidiar con él, además de la emergencia económica y social en la que Macri deja al país.

Como señala con claridad meridiana el periodista Gabriel Fernández (en artículo publicado aquí), del mismo modo el resultado electoral dibuja un mapa que obliga a posar la mirada más allá de la cuestión económica, a observar y planificar en términos estratégicos sobre el profundo conflicto cultural ideológico que condiciona la construcción de un proyecto popular, nacional y latinoamericano de largo aliento. El viejo dilema del “medio pelo en la sociedad argentina” y la “colonización pedagógica” sobre el que escribió Arturo Jauretche.

El poder derrotado en las urnas está vivito y coleando, y tiene una nada despreciable base social. Habrá que prepararse. Diciembre parece muy lejos o demasiado cerca, depende desde cuales dilemas lo enfoquemos.

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