La batalla de San Carlos, en marzo de 1872, en la zona donde hoy está la ciudad de Bolívar, figura como la gran victoria de las tropas de Buenos Aires sobre el malón del lonko Calfucurá. Se dice que hubo un antes y un después en el avance de las tropas y sus Remington por las pampas.

Ese supuesto triunfo sirvió para tapar las incursiones de las lanzas, arrasando con ganados en poblaciones y estancias bonaerenses. El presidente Sarmiento necesitaba mejor prensa. Pero, investigaciones científicas revelan otra historia sobre la batalla. “En una carta enviada al coronel Juan Carlos Boerr, el 7 de febrero de 1872, Calfucurá le indica que pasaría por el fuerte de San Carlos con el arreo y que no quería tener problemas”, indica Graciela Waks, profesora de Geografía nacida en Bolívar.

En su libro Geo historia de la pampa bonaerense: Procesos de territorialización de pueblos indígenas en la frontera interior, Waks documenta que “a Calfucurá le interesaba que se reúnan las tropas para distraerla una horas en el fuerte San Carlos (situado cerca de la hoy ciudad de San Carlos de Bolívar, centro sur bonaerense a 350 kilómetros de Caba, sobre ruta 65). Esa zona era recorrida por los galopes para regresar a las salinas de los mapuches”.

La triunfalista visión oficial

Mientras Calfucurá reunió a 3.500 guerreros, los militares juntaron unos 1.300 hombres y 1.000 indígenas (800 de Catriel, 150 de Coliqueo y 50 indios auxiliares de la Frontera Sud, señala la docente y directiva de la Escuela Agrotécnica N.1 de Bolívar y profesora de Geografía y otras Ciencias Sociales en escuelas medias y de formación docente. Además fue capacitadora y licenciada de la Universidad del Centro Bonaerense.

En tanto, se estimó oficialmente que la contienda dejó unos 200 muertos entre los de Calfucurá, y sólo serían 35 en los del Remington.

Pero, advierte Waks que “bajo la estimación de esta investigación, se quiso usar «el triunfo de San Carlos» como publicidad o propaganda, para que el gobierno hiciera notar su superioridad militar sobre el temido Calfucurá, y así también disimular el fracaso de no poder retener el inmenso arreo que se llevaron delante de sus narices”. Además de incentivar el poblamiento blanco de la región.

“En síntesis, se puede decir que la posición oficial destaca una victoria y comenzó a difundirse desde un único y hegemónico discurso, el cual transgredió no sólo la historia, la cartografía de una geografe omitió la impronta cultural y el paisaje natural”.

Advierte la profesora que se debe “rescatar aquellos vestigios o rastros de una geo historia local poco re examinada”. En ese marco, incorpora la historia oral no escrita de los pueblos indígenas y el análisis retrospectivo de la geografía física y humana.

La muerte de Calfucurá

Luego de San Carlos, la historia oficial asegura que Calfucurá murió de tristeza tras esa derrota, el 3 de junio de 1873, en Chillihué, muy anciano. Pero, fue por una neumonía, según indican los investigadores Meirado Hux y Marquez LLano (inédito).

Eduardo Marquez Llano también vivió en Bolívar y fue presidente del Centro Popular de Estudios Históricos de esa localidad. Un cronista baqueano que investigó la batalla y el pasado de la zona. Su versión es cercana a la de Waks: resaltaba sus críticas al relato oficial y por ello fue criticado y convocado por el mismo ejército nacional para que explicara esos “desacatos” a la versión de los uniformados.

En tanto Waks advierte que “durante 150 años se ha escuchado y escrito una sola visión, es hora que se empiece escuchar la otra. La Batalla de San Carlos no fue en absoluto definitiva si se la correlaciona con el ocaso del poderío indígena. La cruenta guerra continuó por más de una década y trascendió a la propia muerte de Calfucurá”

“Si se revisan cartas (Alvaro Barros, 1975) o inclusive se entrevista a descendientes radicados en Bolívar, o en localidades cercanas, y también en otras como Neuquén o Bahía Blanca, puede comprenderse que existe una versión o verdad diferente a la contada oficialmente, que aún en el presente persiste en el colectivo imaginario nacional. Cabe destacar que la civilización mapuche, catalogada de primitiva, contaba con un gran adelanto, tanto por medios propios como por influencia o contacto con otros pueblos, incluyendo el español”, explica.

En tanto, en Bolívar, el 29 de marzo de este año, la plaza central Julio Roca fue rebautizada como Pueblos Originarios. En el mástil central del lugar, desde hace tiempo, junto a la bandera nacional también flamea la de las comunidades originarias. Una recuperación del pasado que se intentó callar.

Las rastrilladas del tío Chacho

“En 1970 –explica la profe Waks– recibí de mi tío Gustavo Chacho Waks un croquis de antiguas rastrilladas y me incentivó a que «le pusiera letra»”. Esas enormes huellas marcaban el paso de los mapuches en sus recorridas pampeanas”. Y agrega que “en mi casa había una gran biblioteca de mi padre, y desde los 12 años empecé a leer mucho. Pero él me advirtió que la verdad no estaba toda escrita. Así, al interesarme por la historia de Bolívar, me encontré con relatos que luego investigué”. «Uhh, siempre con los indios vos», me decían. Pero luego me apoyaron y concurrían a mis charlas. Al editar el libro también recibí críticas, y no faltaron porteños que me preguntaban si me pagaban los ingleses, por mis críticas a esos gobiernos, una barbaridad”.

Enfoque abierto

El gran valor de la investigación de Waks fue abrirlo a los aportes interdisciplinarios: ciencias como la arqueología, la antropología y la literatura. Así renovó la mirada contemporánea de los hechos históricos y las transformaciones territoriales acaecidas en la pampa bonaerense entre 1852 y 1879. Desde la batalla de San Carlos (1872), estudia “la modificación de las fronteras interiores”. Ya antes, “distintos gobiernos centrales debieron firmar acuerdos y tratados de paz, al menos hasta la batalla de Cepeda (1859), la cual precipitaría con firmeza la idea de ocupar económicamente el espacio pampeano ubicado en el occidente del río Salado bonaerense”. Para los mapuches se trataba, explica, “de defender y sostener su biodiversidad, cosmovisión, conocimientos y cultura”.

Sobre la historia de la región, la docente advierte que desde 7.000 años antes de la era cristiana, “esta zona estuvo habitada, según hallazgos arqueológicos y antropológicos”.

Remarca la investigadora que “la Historia habla de la caza, el trabajo con el cuero, el arreo de vacunos y cierto trueque o intercambio, pero rara vez se ha visto que a estas actividades de subsistencia y desarrollo se las vinculara con el marco físico”.

Estos aportes, “que en gran parte revalidan testimonios de descendientes mapuches, respaldan el sentimiento y arraigo de varias generaciones cuya identidad, idiosincrasia y proyecto de vida, fueron excluidos de la Historia y la Literatura, y por ende del colectivo imaginario de la sociedad, pero no de coexistencia o integración, pese a que como éste libro lo manifiesta, se pudo haber logrado”.

El libro pretende “reconceptualizaciones. Es vital una revisión metodológica, un análisis integral en la perspectiva espacio-temporal. Y con una finalidad última y primordial, como es la reivindicación de un pasado cultural y territorial que repare heridas históricas”, concluye.

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