Entre las tácticas de tierra arrasada que lleva adelante el régimen saliente, se destacan dos: el nombramiento en cargos gerenciales de sus capitanes y coroneles, y la victimización de quienes dicen ser prematuramente perseguidos por la “dictadura K” que se avecina.

“Nos vamos con la conciencia tranquila y las manos limpias, y hay gato para rato”. Tratándose de Mauricio Macri, autor de la frase, quien hizo un culto de decir todo lo contrario a lo que hace, sólo sus adherentes más fanáticos pueden creerle.

La distancia sideral entre el discurso y la acción del mandatario saliente, la gestualidad con que intenta convencer a su platea y a través de sus guardaespaldas mediáticos a buena parte de la sociedad, es preocupante, a pesar de que se está yendo, y que es muy difícil que se cumpla el tercer término de la citada expresión.

Ya se ha dicho en esta columna que la mentira es el insumo básico de un régimen que perpetró todos los latrocinios posibles, siempre a costa de los sectores menos aventajados de la sociedad, y siempre a favor de los más poderosos, empezando por los amigos y socios.

No obstante, que al retirarse en medio de la más colosal hecatombe macroeconómica desde la explosión de 2001, Macri le agradezca “de corazón” a sus ministros, secretarios, subsecretarios y directores por haberse “sumado” con “talento y capacidad” a “este desafío que es cambiarle la vida de los argentinos y dejar atrás años de abandono”, habla de una táctica, no tan sólo del producto de una enajenación psiquiátrica.

En el tan denostado como magnífico Centro Cultural Néstor Kirchner (CCK), en el marco de una reunión de Gabinete ampliado, Macri, después de recibir una contundente paliza electoral, se animó a sostener: “Argentinos exigentes, argentinos que no regalan nada; que evalúan antes de poner su voto, pero como hubo muchos ‘se pudo’, dijeron que esto del cambio es posible. El primer «se pudo» es que se pudo gobernar con honestidad; todos nos vamos a casa con la conciencia tranquila y las manos limpias”.

Esa suerte de despedida tiene todas las características de una operación, que tiene por objeto eludir toda responsabilidad:

  1. La política por el desastre económico, social e institucional que deja como herencia. Sabe que chocó el país, pero dice que ganó el Gran Premio de F1.
  2. La penal, por los eventuales delitos cometidos en el ejercicio de sus funciones, habida cuenta de las acusaciones y denuncias que pesan sobre él, muchas de las cuales ya son tramitadas por fiscales y jueces en diferentes causas.

Pero para tener éxito, deberá contar con algo más que el blindaje mediático y la cobertura que le dio su relación de vasallaje con los EEUU. Y es por ello que el mandatario, herido en su orgullo de niño caprichoso por ser el único que intentó pero no pudo ser reelecto, está abriendo el paraguas, junto con buena parte de sus colaboradores, advirtiendo que el próximo Gobierno se dedicará a perseguirlo, a cobrarse venganza, victimizándose a través de penosas patrañas.

La platea de primera fila que asistió al stand up presidencial del lunes pasado no parece haber estado en sintonía con lo del “gato para rato”, ni se mostró muy convencida de irse con la “conciencia tranquila “ y “las manos limpias”. Basta repasar la gestualidad de María E. Vidal, Gabriela Michetti, Horacio R. Larreta y otros popes del PRO: sus rostros mostraron entre fastidio y malestar. El stand up esta vez no funcionó.

Barrotes, barras y estrellas

Las características de la operación dejan entrever las huellas dactilares de la embajada norteamericana. Cambiemos, y más específicamente el PRO, es un ejército desbandado en retirada, sin comando central, sin disciplina en las líneas intermedias, donde más peligrosa se vuelve una fuerza armada que ha perdido la madre de las batallas.

Así se mostró el ejército macrista en las primeras horas después de la derrota: desinteresado por esconder las internas entre Mauricio Macri y María Eugenia Vidal; sin respuesta ante la catarata despechada de críticas vociferadas por Federico Sturzenegger; indefenso ante la clásica estocada que esgrime Elisa Carrió cada final de ciclo; sin suministros para abastecer al regimiento de trolls, vapuleado en las otrora inexpugnables redes sociales, con la humillación extra de ver a su general lloriqueando en los hombros del Comandante en Jefe.

Peor escenario es difícil de imaginar. Retratistas bélicos de los siglos XVIII o XIX, como François Gérard, cuyo óleo ilustró la batalla de Austerlitz como nadie, o William Sadler, que registró magistralmente el desastre Napoleónico en Waterloo, se hubieran hecho una fiestonga con la imagen del mejor equipo de los últimos 50 años usando sus banderas como pañales.

De golpe, sin embargo, los grandes medios reprodujeron en cadena una exclamación presidencial: “Esto recién empieza”. Sonó a una orden de alguien que intenta ordenar la transición, y ya nadie puede atribuir a Jaime Durán Barba dar órdenes y que alguien las cumpla.

Nadie en el gobierno saliente está en condiciones de ordenar la frase que disparó una serie de gestos y acciones ejecutados por todas las líneas de esa Armada Brancaleone que navegaba a tontas y a locas luego del 27-O.

Nadie de ese cuartel de la derrota puede mandar a hacer algo que sea cumplido por una soldadesca que apenas tiende a garantizarse a como dé la supervivencia, como mínimo, en los próximos cuatro años.

Es más que claro que la embajada yanqui es la única autoridad a la que el macrismo no sólo presta atención sino que cumple con todo lo que ella ordena. Ni el dispositivo de medios hegemónico, ni el conglomerado de grandes grupos económicos, ni la banca local, externa, el FMI, o todos esos factores de poder juntos, hubiesen podido lograr que en cuestión de horas o días el macrismo pudiera darse a sí mismo una mini estrategia de salida, y ensayar un puñado de tácticas distractivas en medio de la transición.

El ordenador de ese pandemónium tiene domicilio legal en la sede diplomática de los EEUU, que necesita mantener con vida el espacio político que mejor representa sus intereses, otorgarle una sobrevida política que el régimen en retirada no está en condiciones de darse per se.

Macri y Cía. aspiran a que las barras y estrellas funcionen como virtual escudo protector ante los mismos barrotes con que se amenazó durante cuatro años a la ex presidenta Cristina Kirchner, y tras los cuales aún permanecen en carácter de presos políticos algunos ex funcionarios de la anterior gestión –Julio De Vido, Amado Boudou, Roberto Baratta– y dirigentes del campo nacional y popular como Luis D’Elía y Milagro Sala.

Queda por establecer, a futuro, si la necesidad de los EEUU de contar con esa fuerza de choque cipaya llega al límite de otorgar impunidad en caso de que fiscales y jueces probos investiguen a fondo las causas que atemorizan al Gato y su Pandilla, si esa protección mafiosa alcanza a algunas o algunos y no a todas y todos, y si el nuevo Gobierno permitirá tamaña intromisión.

El copamiento “gramsciano” del Estado

La Argentina nunca terminó de industrializarse, en buena medida por la acción deliberada de la oligarquía parasitaria y depredadora de la renta nacional, asociada a los imperios de turno, y últimamente subordinada a los mandatos del capitalismo financiero nacional y transnacional.

Puede decirse que la estupidez del liberalismo nativo permite ensayar una categoría absurda: el posindustrialismo tardío. En un país semi industrial, sería como pagar carísimo la franquicia por una pieza teatral exitosa en Broadway pero inasible para el público de los teatros de la porteña avenida Corrientes.

Sin embargo, cada vez que el liberalismo –o su engendro con prefijo– intentó reordenar la economía en función de las apetencias de las clases dominantes, tuvo un insospechado eco en vastos sectores que pretenden entender la obra que deslumbra a los neoyorquinos.

Colonizados hasta la médula, esos hijos e hijas del mitrismo han dado su voto, en 2015, al más retrógrado grupo de farsantes que la política argentina haya parido en sus más de 200 años de historia.

Allí es donde entra a tallar fuerte la vieja pero eficaz idea gramsciana de hegemonía, que, como subraya la joven periodista cubana Lis García Arango, “resalta la capacidad de la clase dominante de obtener y mantener su poder sobre la sociedad, no sólo por su control de los medios de producción económicos y de los instrumentos represivos, sino, sobre todo porque es capaz de producir y organizar el consenso y la dirección política, intelectual y moral de la misma”.

Pero además, en cuatro años estos depredadores han servido al poder colonial para colectar inestimable información y, sobre todo, secretos del funcionamiento de la maquinaria del Estado, lo cual es un insumo inapreciable para el imperio, que junto a sus socios mediáticos, empresariales y financieros, pretenden condicionar el futuro gobierno peronista, con el mayor control posible de los resortes del Estado.

Es en ese marco que hay que analizar el formidable desembarco que el macrismo, por orden de su mandante con sede en Washington, está produciendo en los intersticios del Estado, sembrando a diestra y siniestra centenares de funcionarios, con mayor o menor jerarquía, en lugares clave, pasándolos a planta permanente.

El pasado 29 de octubre, apenas dos días después de la elección presidencial, uno de los gremios que representa a trabajadores de la Administración Nacional de la Seguridad Social (Anses), organismo que dirige Emilio Basavilbaso, salió al cruce de una resolución que permite atornillar a personas que ocuparon puestos de jerarquía de cara al cambio de gobierno.

Así lo publicó el sitio Notas Periodismo Popular bajo el título “Anses: denuncian pase a planta permanente de cargos políticos de Cambiemos”. Desde el primer párrafo, se refleja la gravedad de la situación que denunció el Sindicato de Empleados de la ex Caja de Subsidios Familiares para el Personal de la Industria (Secasfpi), que nuclea a trabajadores de Anses. Los cargos serían más de 70, todos funcionarios de mediana y alta jerarquía.

El 1º de noviembre, Ámbito Financiero publicó otro alerta en referencia a cargos que el macrismo está sembrando en el Estado: “Desde el albertismo se diseñó un largo listado de empleados públicos que fueron pasados de contratos a planta permanente”.

El medio especializado en negocios financieros agregó: “En la mira no hay personas con salarios medianos o bajos, sino funcionarios de alta responsabilidad y con perfil político que están siendo incorporados a la planta permanente de la administración pública nacional…”. Las reparticiones involucradas en la maniobra macrista son la Secretaría Legal y Técnica, la Procuración del Tesoro, la Dirección Nacional de Migraciones, la Secretaría de Modernización del Ministerio del Interior, el Pami y varios organismos descentralizados.

Esta es otra de las tácticas que aportan a una estrategia de mediano y largo plazo, algo imposible de concebir por quienes han hecho un culto de la no planificación y del diseño de estrategias exclusivamente en función de negocios personales o para beneficiar a amigos y socios.

Detrás de ese copamiento en clave casi gramsciana de los estamentos burocráticos, está la larga mano del imperio yanqui, que planifica a largo plazo, necesita el fracaso de una nueva experiencia “populista”, y espera contar con una fuerza de despliegue rápido que pueda retomar las riendas del Estado si se produce, como desea, un colapso económico que le permita al partido del poder establecido volver a tener credibilidad para vencer en las urnas.

Aunque no aparezca en forma nítida ese plan, cabe esperar que la advertencia de gremios y dirigentes políticos viene haciendo respecto de esos movimientos tenga la adecuada respuesta de parte del presidente electo y su elenco de colaboradores, para encarar lo que a futuro se presentará como un nudo gordiano, cuyo corte de cuajo encima será observado por buena parte de la sociedad como una crueldad más del “populismo”.

El periodismo bélico en la nueva etapa

Si algo es previsible es lo que puede esperarse de la inmundicia periodística que ensaya sus juegos en la mesa de arena de los estados mayores en que se han constituido las grandes corporaciones de medios en la Argentina.

A nadie en su sano juicio puede sorprender las jugarretas de los Ricardos de Clarín –Kirschbaum y Roa–; de José Del Río, secretario general de Redacción de La Nación; Román Lejtman en Infobae, y siguen las firmas.

Por debajo de ellos, capitanes, mayores y coroneles tienen mucho que defender de lo hecho antes y durante el cuatrienio de reinado macrista, y han salido en tropel a denunciar que se avecina una persecución, una Conadep del periodismo, una suerte de Ministerio de la Venganza, que tiene por objeto coartar la libertad de prensa, el ejercicio presuntamente noble de la profesión y bla, bla, bla.

¿A qué le tiene miedo esa manada de mandriles? Una pista, por cierto que cargada del dolor que representa haber sido parte de la lista negra de periodistas que no pudo trabajar en medios masivos, la brinda Carlos Barragán, ex panelista y co conductor del programa 678.

El ahora colaborador de El Cohete a La Luna, ensaya la siguiente hipótesis: “Cansan los periodistas que no conocen las segundas marcas. Lo que les preocupa es la Colaless del Periodismo”. Y agrega: “Tienen miedo de que volvamos a tener voz para señalarlos cada vez que escondan, mientan, tergiversen, operen, inventen o digan estupideces. Tienen miedo de que se les vea cómo tienen la cola. Saben que no habrá persecución ni castigo, pero quieren impunidad”.

Barragán da en la tecla. Esos y esas periodistas tienen muy en claro que durante el kirchnerismo no se los persiguió, que en adelante eso tampoco ocurrirá, y lo que desean es poder seguir practicando las fechorías de costumbre sin que alguien señale que existen límites éticos y penales.

Siguiendo con su aporte, el barbado censurado dice: “Quieren volver a aquello de «no se hace periodismo de periodistas». Cansan con todos sus miedos patéticos y mediocres. Les molesta más el recuerdo de 678 que la realidad de los operadores salvajes de la derecha que nuestro exilio hace posible. Asumen con felicidad el ser Corea del Centro porque los favorece, no son de ningún centro, son el felpudo donde los leucos, majules y fantinos se limpian las patas para verse más decentes”.

Lo expresado por Barragán en su cuenta de facebook es un inmejorable disparador para hurgar en algunas de las infamias que se vienen sucediendo en estos tiempos previos a “la nueva etapa”.

La noche del domingo 3 de noviembre, en el programa estreno del ciclo “Es con Dady”, en el canal que El Destape opera en You Tube, el entrevistado fue el conductor del envío de chismes del espectáculo “Intrusos”, que sale al aire por el canal América.

En un tramo del reportaje, y a instancias del conductor, Dady Brieva, Rial disparó un proyectil antitanque: “Me tiraron por la cabeza que en Big Bang News mi socio era Lázaro Báez. Lo dijo el gordo (Nicolás) Wiñazki”. Dady repreguntó, y el periodista detalló la operación: “Hablé con él (con Wiñazki) antes. Me llamó y me dijo que no tenía ninguna prueba pero que me iba a atacar igual. Yo estaba en Londres…”. Rial le preguntó al operador de Clarín: “¿Pero buscaste alguna prueba?”. La respuesta fue: “Ninguna. Todos tus papeles están muy bien”.

El entrevistado destacó que le preguntó a Wiñazki qué iba a hacer entonces, y éste le respondió que iba a publicarla igual, pese a que la información era falsa”.

No fue la única réplica, pero en la nota titulada “Transición en llamas: revanchas, cantos y aprietes de militantes K”, Wiñazki aprovechó para contestar, en sorna, la grave acusación del conductor de América, y se refirió a “…un pedido de revisión de la profesionalidad periodística que hizo ayer a la noche (por el domingo) Jorge Rial, especialista en chimentos del jet set”.

La Nación también se encargó del flamante programa entrevistas de Dady Brieva, en este caso a través de una nota titulada “Jorge Rial: «Hay que revisar el periodismo de estos cuatro años»”.

Pero la descalificación de la denuncia de Rial es parte de una táctica: la victimización de funcionarios, periodistas y distintos operadores con el objetivo de eludir la responsabilidad penal que les pudiese caber por lo hecho (o no hecho) durante la criminal gestión que protagonizaron.

El tuit de la titular de la Oficina Anticorrupción Laura Alonso lamentando que un periodista de C5N la siguiera para lograr una declaración suya es parte de esa táctica: “Acabo de vivir una situación de hostigamiento «estilo 678» con un cronista de C5N a quien ya le había respondido antes de ingresar a la reunión de Gabinete Ampliado. Se quedó esperándome para hostigarme una cuadra. Me hizo acordar a una época horrenda. ¡Qué pena!”.

Abrir el paraguas ante la certeza de que serán convocados por la Justicia es el truco, pero la nota de Wiñazki en Clarín –la mencionada “Transición en llamas: revanchas, cantos y aprietes de militantes K”– es un resumen de esa táctica y de otras, que pretenden instalar la idea de un ministerio de la venganza o una conadep para periodistas por parte del inminente arribo de una nueva “dictadura K”.

El colaborador de Jorge Lanata en infinidad de operaciones de prensa e inteligencia enumeró una serie de episodios que confirmarían ese ánimo de venganza, y la introducción señala que “tras la victoria del domingo, hubo intimidaciones y escenas de violencia contra funcionarios y directores de Cambiemos en el Inti, Télam, la Tevé Pública y el Enacom”.

Wiñazki sabe que, además de exagerar, está colaborando para que la lógica revisión de los nombramientos de funcionarios que el Ejecutivo está produciendo en forma ilegal e ilegítima sea tildada de “operativo venganza”.

Basta un ejemplo de lo absurdo de la “denuncia”, que si no tuviera tan despreciable fin hasta resultaría gracioso: “Cada vez que uno de los jefes de la agencia de noticias del Estado, Télam, entra en la redacción de ese organismo público escucha el mismo murmullo. La marcha fúnebre. Lo mismo cuando se va. La marcha fúnebre. ¿Qué está pasando?”, se pregunta el escriba, que jamás se dedicó a investigar los despidos en esa agencia, colonizada y transformada en un búnker macrista por Hernán Lombardi.

La diatriba de Wiñazki abarca también a Hebe de Bonafini, Pablo Echarri y Hugo Moyano, de quien asegura que “no se ocupó de la problemática de la pobreza o el hambre, pero que sí “se enojó con la prensa”.

El remate del capitán del ejército clarinista remata su artículo mostrando las hilachas de su uniforme: “No parece ser un verdadero interés para conocer cómo trabajaron los medios en la Argentina, sino un simple ataque a quienes investigaron casos incómodos para los K en el corto plazo pasado. Empezó la transición”.

No bajaron, ni mucho menos entregaron sus armas. Están en guerra contra todo aquello que les pueda poner un límite para que no sean los portadores exclusivos de la verdad y del relato que construye sentido. En realidad, están en guerra contra la verdad.

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