Este 13 de marzo se cumplieron 100 años del natalicio de uno de los intelectuales más notables que tuvo nuestro país. El casi absoluto desconocimiento de su obra nos debe hacer pensar lo injusto que somos con nuestros ciudadanos más eminentes. Alfredo Terzaga, vivió tan solo 54 años, falleciendo en 1974, aquel año que Jorge Abelardo Ramos denominó el año de la peste, porque fallecieron, además de nuestro biografiado, Juan Domingo Perón, Arturo Jauretche, Silvio Frondizi y Juan José  Hernández Arregui.

Nacido en Río Cuarto y asentado en la ciudad de Córdoba, fue un hombre de enorme cultura, de carácter universal, que no le impidió ser profundamente cordobés y latinoamericano. En una Argentina con tantos “eruditos a la violeta”, este latinoamericanista poseía una acervo intelectual formidable. Fue poeta, traductor y comentarista de Holderlin, Novalis, Rilke y Rimbaud; profesor de Historia del Arte en la escuela de Bellas Artes doctor Figueroa Alcorta, periodista y brillante historiador. Pero ante todo un militante comprometido con la realidad social de nuestro atribulado continente.

Autodidacta, puesto que había sido expulsado de la escuela secundaria por sus ideas anticlericales, se formó, como tantos otros, al amparo de una buena biblioteca como la mejor universidad, siguiendo el consejo de Thomas Carlyle.

Era partidario de un socialismo de raigambre latinoamericana, en un país acostumbrado a repetir las simplificaciones liberales de Juan Bautista Justo, que entre la intelectualidad de las “ciudades puerto”, era considerado el “verdadero” socialismo. Hombre de la Izquierda Nacional, gran amigo de Jorge Abelardo Ramos, con quien tuvo una jugosa correspondencia que debería darse a luz; este cordobés universal, en su breve vida iluminó la inteligencia de muchos militantes. De Córdoba, quienes transitamos la universidad cipaya, conocemos a Lugones, José Aricó y otros intelectuales, porque en algún momento de su vida desembarcaron en la ciudad de Buenos Aires. Sin embargo, Saúl Taborda y  Alfredo Terzaga son ignorados por esa dictadura ideológica que impone la ciudad puerto sobre los grandes pensadores que habitan más allá de la Avenida General Paz, eso que Raúl Scalabrini Ortiz denominaba “la sabia organización de la ignorancia”. No es casualidad que haya sigo uno de los más agudos descifradores de las políticas porteñas que cambiaban a los personajes gobernantes de Rosas a Mitre, pero siempre defendiendo la aduana y el monopolio del puerto.

Su discípulo y eminente historiador, Roberto Ferrero, dice con razón: “Se mediría mal la envergadura intelectual del gran publicista riocuartense –cordobés por adopción– si se lo catalogará por ello como un simple «escritor del interior». Terzaga jamás se consideró miembro de esa peculiar especie de escritores que se autodefinían por el lugar de su residencia y no por la temática que encaraban. Por su ubicación ideológica y por la vastedad de su empresa de cultura, él siempre fue un publicista nacional que simplemente, tenía su domicilio en Córdoba en vez de tenerlo en Buenos Aires”.

Libros como Geografía de Córdoba, Claves para la Historia Latinoamericana, San Martín y la política exterior argentina, su texto sobre Mariano Fragueiro; y sobre todo su biografía inconclusa de Julio Argentino Roca, que como el Napoleón de Abel Gance, no pudo terminar, pero que es una obra maestra, difícil de superar. Dice Alfredo Terzaga: «Roca era un hombre nuevo, de cultura distinta a los viejos caudillos, con una tarea política también diversa y mayor, lector de los clásicos y admirador de Alberdi, venía sin embargo a constituirse en un depositario de las antiguas aspiraciones montoneras. Este fue el verdadero secreto de su poder y no meramente la habilidad «zorruna» que tan ásperamente le criticaron los círculos porteños que hubieron de aguantarlo a regañadientes”.

Contra la tiranía del olvido cipayo y el ninguneo académico, conocer su legado y difundirlo, es una de las tareas importantes de este momento histórico que nos toca vivir.

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