Yo no sé, no.  Nosotros sabíamos que mayo siempre era un mes de encuentros, de reuniones familiares, de comidas tradicionales, de paseos cortos por el barrio y por la ciudad. Con Pedro nos entusiasmamos pensando en la visita de un tío de él que también se llamaba Pedro y que vivía en el Gran Buenos Aires. Con ese tío, seguro que también nos iríamos por la Vía Honda, atravesando vías, canchas, quintas, pequeños montes de eucaliptos y alguna que otra laguna. Además sabíamos que con ese tío en cualquier momento saltaría la historia, ya que nos enseñaba cosas que en los libros de Historia no se mencionaban, por lo menos en esos de cuarto y quinto grado.

Cuando se creaba el clima, Pedro y yo ya creíamos que éramos parte de ese grupo de patriotas que protagonizó las jornadas de mayo. A principios de los 70, volviendo al barrio, pasando por Acindar, después de un fulbito que sirvió de excusa para un encuentro con los de la primaria, al ver los chalecitos de tejas rojas pensé y extrañe al tío Pedro. A él le gustaba ese barrio hecho para los laburantes de la fábrica y decía que ese era el encuentro entre el trabajo y la justicia social. Y aunque no era peronista –era más bien un marxista suelto–, cuando veía realizada parte de la justicia social se emocionaba. Pedro, el gran tío, partió el 11 de mayo del 68. Y vinieron algunos mayos en los que uno o fue testigo o protagonista.

Siempre me quedó la sensación de que en un mayo venidero iban a pasar acontecimientos que quedarían en la historia colectiva. A veces tengo lindos sueños en los que estoy en una reunión en un local que es una jabonería y, entre mates y Particulares, la idea de vencer al coloniaje es posible.

El otro día, regresando al barrio por calle San Nicolás, en la zona de pequeñas fábricas y medianos talleres dónde alguna vez estuvo una patria que era mucho más que agroexportadora y donde los salarios se acercaban a la justicia social, Pedro me me dice: “La verdad que siempre tendremos un mayo para los encuentros con nuestra historia, con nuestras luchas, con los afectos del barrio, con aquellos sueños, con los que vendrán, encuentros con la justicia social hecha patria”. Respira hondo y me dice, mientras la llovizna cesa un poco: “¿No sentís el aroma? Es un aroma a mayo patriótico, tan agradable como el del locro que nos espera”.

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