Hecho sopa, llega a la casa. Las luces están apagadas porque es muy tarde: deben ser más de las tres de la mañana.

Sin embargo, cuando entra al dormitorio se encuentra con que su mujer se halla despierta; está sentada en la cama, sollozando.

Prende la luz mientras se saca la camisa, que chorrea. La mujer, con voz queda y temblorosa, le pregunta:

¿Te parece que son horas de venir?…

Tuve un problema, le responde. Fui a llevar un pedido, lejos y pinché las dos gomas de la moto, así que tuve que dejarla y volverme caminando.

La mujer hace un sollozo, aunque contenido. Se tapa la boca con las manos. Al cabo de un breve lapso, le dice:

No te creo nada.

Él la mira, con una cara que revela, antes que asombro, bronca. Con brusquedad, contesta:

¡Problema tuyo!… Yo no te miento.

Es suficiente para que la mujer estalle. Enardecida, arremete:

¡No te creo nada!… ¡Sos un mentiroso, y siempre te andás escondiendo!… ¡Yo sé bien por qué volvés tarde tantas veces!… ¡Es porque vas a la casa de esa reventada!… 

¿Qué reventada?…, pregunta, defendiéndose. Es inútil, porque la mujer ahora está desbordada. Se levanta de la cama acercándose a donde está. Lo toma de los hombros, sacudiéndolo, mientras grita:

¡Esa hija de puta que te la chupa todas las noches!… ¿O te creés que no lo sé?…

Intenta despegarse de sus manos haciendo un gesto brusco. Entonces la mujer le pega una cachetada, con fuerza, que resuena en toda la casa. El ruido despierta al hijo, que se asoma de inmediato al dormitorio de los padres.

¿Qué pasa, ma? …, pregunta el nene.

Nada, le dice ella. Tuve una discusión con tu papá, pero ya pasó. Le acaricia la cabeza y lo abraza, haciendo que el nene se hunda en su regazo. Afuera sigue lloviendo sin parar mientras se escuchan otros truenos, retumbando intensamente.

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