Yo no sé, no. En la media tarde de un viernes, estábamos con Pedro jugando un amistoso en la canchita que estaba al lado de la iglesia San Francisquito en el que se le había ocurrido jugar de 5 y por supuesto no agarró una. Menos mal que era un partido por nada. Volviendo a casa empezamos a notar que el descampado iba perdiendo con alguna que otra edificación que por lo general eran futuros galpones. Casi a la mitad del camino, por San Nicolás vimos como una canchita de 7 que estaba acorralada por los cimientos de dos futuros talleres.

Llegando a Primera Junta (Seguí y San Nicolás), Manuel se para a la altura del medio campo y dice: “Es enorme, ¿a que no te animás a jugar de 5 acá?”. Pedro, cuando sintió la palabra “cinco”, empezó a contarnos la preocupación que tenía: “Vengo de un regular en geografía”, que era el equivalente a un 4 o un 5 en las notas de la secundaria, algo que sabía porque la hermana cursaba tercer año en una comercial. La seño entregaría el resultado de la prueba que había tomado el día antes (el jueves) pero esa mañana de viernes no había ido porque la madre lo tuvo que llevar al centro para comprarle unos timbos de color marrón y a cordones. Apenas llegamos a su casa, la madre nos dio la primera buena noticia: “Hoy en la noche hago pizza y ustedes están invitados” (eso lo dijo por Manuel y por mí). Sacó un par de billetes y le dijo a Pedro: “Éste es para la levadura y este otro, la mitad de queso y la otra mitad de paleta”. Pedro se mandó para adentro y en una hoja blanca, con una bic negra, anotó todo por las dudas que se olvidara. Y de paso seguía practicando su caligrafía aunque venía zafando y estando ya por la mitad del Laprida mantenía el invicto y no tenía ningún “¿qué dice acá?” en letras rojas.

Fuimos al almacén de Sampo, en Biedma y Cafferata, pero antes pasamos por la Santa Isabel de Hungría donde Manuel, mientras nosotros mirábamos cómo los albañiles habían revocado ya la mitad de las aulas proyectadas para la escuelita, nos decía: “Tengo que pedir por mí y por éste (señalando a su perro blanco)”. Lo tenía angustiado la posibilidad de que doña Felipa fuera a su casa para acusarlo del faltante de tres pollitos y una gallina pinina que, según la Felipa, se había choreado el Biki. Con las lágrimas contenidas, Manuel confesaba: “El Biki y yo somos más que una familia. Y si me lo sacan para llevarlo a la perrera se llevan la mitad de mí”. “Lo que no sé –prosigue diciendo–, es si le pido a la virgen o al de arriba. Bueno, le voy a pedir a los dos así teniendo la mitad del pedido cada uno se les va hacer más fácil”. Ya saliendo de lo de Sampo nos encontramos con Stella, una compañera de la Anastasio que iba al grado de Pedro y que le sonrió y le dijo: “Vi tu prueba y por lo menos sacaste un Bien (que era como un 6 o un 7) o un Muy bien (equivalente a un 8 o un 9)”.

Pedro, que con un Muy bien te felicito ni soñaba, respiró con cierto alivio y exclamó: “¿No sienten el perfume de la levadura?, es cada vez más agradable”. En el reloj de la pared donde estaba el televisor, se acercaban las 10 de la noche y el aroma calentito que venía desde el horno nos anunciaba que la levadura, el queso y la paleta harían un buen trabajo. Alguien prendió el tele y otra buena noticia fue que el 5 repetiría un capítulo de Los Intocables, serie que después de Combate era la que más nos gustaba. A las 10 y 5, desde el Standard Electric una voz decía: “Corría la segunda semana de mayo en la ciudad de Chicago y…”. Y nosotros sabíamos que por el barrio también corría el mes 5 y que ya teníamos la primera porción de pizza. A Manuel se le vino el alma al cuerpo porque el Biki se había salvado y Pedro, entonces, mirando los Grimoldi (“El calzado de medio punto”,como decía la publicidad), pensó: “Sólo me falta practicar un toque más para hacer un buen moño, porque los que me están saliendo, con mucho trabajo, apenas llegan a un 5”.

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