47° Marcha de la Noche de los Lápices

Han transcurrido cuatro décadas desde que la sociedad argentina emergió del más oscuro período de nuestra historia. Cuatro décadas en las que la lucha por la Memoria, la Verdad y la Justicia ha sido protagonista tanto en la política nacional como internacional. De hecho, mientras escribo estas líneas, la Unesco declara como Patrimonio Mundial de la Humanidad al Museo de la ex ESMA. Un motivo más de orgullo -aunque un poco mezclado con la angustia del pasado- para quienes creemos en la Memoria, la Verdad, la Justicia y en la democracia, principalmente, como pilares fundamentales para seguir desandando la historia, sabiendo qué país queremos tener y a qué país no queremos volver nunca más.

Pareciera ser obvio recordar el rol fundamental que tuvo la educación durante la recuperación de la democracia y en los años venideros hasta el día de hoy. Sin embargo, considero de suma importancia recordar y reivindicar a los estudiantes y trabajadores de la educación que dejaron la vida luchando por una sociedad más justa, en un contexto en que la derecha más conservadora, de la mano de los negacionistas más recalcitrantes pretenden avanzar sobre los derechos conquistados y anhelan, a través de sus discursos violentos, llevar a la sociedad nuevamente a un período en el que soñar y trabajar por una sociedad justa y con equidad era motivo de desaparición, tortura y muerte,

Cuarenta años después, increíblemente, tenemos que escuchar a dirigentes políticos fogoneando climas de violencia, amenazando con perseguir a quien piensa diferente, como si fuesen propuestas novedosas y la Argentina nunca hubiese vivido semejantes atrocidades. Pero lo que más me llama la atención es el ensañamiento que tienen para con la educación pública. Hay sectores que consideran a las escuelas primarias, secundarias, a los terciarios y las universidades como lugares en los que, según ellos, la historia se cuenta a medias y se “adoctrina” a los estudiantes. No creo que esa concepción de la educación sea casual. Por el contrario, creo que buscan demonizar a la educación pública que, junto con las Abuelas de Plaza de Mayo y los organismos de DDHH, fueron actores fundamentales para que los argentinos vivamos cuatro décadas de democracia ininterrumpida, con avances en derechos históricamente negados y con una política de Memoria, Verdad y Justicia reconocida en el mundo entero.

Hace menos de una semana, miles de estudiantes salieron a las calles a conmemorar y reivindicar a los estudiantes desaparecidos durante la Noche de los Lápices, un hecho que desde lo personal considero clave para desbaratar la teoría de los dos demonios que nos quieren vender quienes reivindican la dictadura. Un grupo de estudiantes, jóvenes, comprometidos con la sociedad y militantes, convencidos de que un futuro diferente era posible, fueron víctimas del terrorismo de Estado sin ningún pretexto más que el que mencioné antes: soñar con un país diferente. Hoy, los negacionistas nos quieren convencer de que esos estudiantes eran terroristas, lo que me lleva a pensar que sus propuestas de arancelar la educación pública, o el constante intento de demonizar a los gremios docentes y a los educadores menospreciando su trabajo, cambiando la palabra “estudiantes” por “rehenes”, la palabra “maestros” por “mafiosos”, no es más que otro intento desesperado por intentar borrar la historia y volver a instaurar en la Argentina un modelo que sea para los más poderosos y que deje afuera a la gran mayoría del pueblo. Primero fueron por demonizar a los organismo de DDHH y ahora vienen por la educación pública.

Como estudiante de una carrera de formación docente en el ISP 16 Bernardo Houssay, estoy completamente orgulloso de la educación pública y la labor que llevaron adelante las y los maestros y profesores durante estos cuarenta años de democracia. No solo enseñando los contenidos de sus respectivos espacios curriculares, sino también por el rol fundamental que cumple la escuela pública en relación a las problemáticas sociales que atravesó y atraviesa nuestro país, haciendo de la escuela no solo un lugar para aprender matemática o lengua, sino también un lugar de escucha y contención, un lugar donde todo tipo de sueño es posible, donde todos los días se abren caminos hacia el futuro de cada pibe y piba que pisa esa escuela pública.

Creo que hoy, frente a ese futuro cargado de pasado que nos ofrecen desde algunos sectores de la política, es fundamental que estudiantes y docentes sigamos trabajando para ampliar la participación democrática desde los gremios, centros de estudiantes y cuerpos de delegados en pos de defender la escuela pública que supieron construir los compañeros desaparecidos durante la Noche de los Lápices, los compañeros docentes desaparecidos por los genocidas y honrar el trabajo de quienes defendieron nuestra educación pública durante estas cuatro décadas; porque defender la educación pública es defender la democracia.

*Estudiante del Profesorado de Inglés en el ISP 16 Bernardo A. Houssay.

 

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