Yo no sé, no. Manuel, ese lunes de noviembre, apareció en la esquina donde estábamos reunidos con un fuerte dolor de garganta, que había comenzado con una picazón. Al mediodía lo llevamos hasta la farmacia de San Nicolás y Biedma y le compramos unas pastillas de potasio y un jarabe. El farmacéutico nos dijo que si no se le pasaba para el otro día, vayamos pensando en llevarlo hasta la Asistencia Pública, porque seguro le iban a sacar una placa. No sólo de la garganta, sino también de los pulmones. 

Desde ese momento, el Manu empezó a tener dolor de panza. Nosotros sabíamos que era un poco por el cagazo, lo angustiaba pensar que el médico lo iba a poner a dieta. Él tenía la idea de una placa como las que siempre había visto. Las placas sobre la pared del doc del barrio, la de la abogada que estaba por Biedma y la del dentista que estaba por Francia. También alguna vez vio las placas al pie de algún monumento, en Lagos y Pellegrini, y ni que hablar las que estaban dentro del cementerio.

Nosotros, la barra que integrábamos con José, Tiguín, Carlos, Raúl, Pií y Juan Carlitos, le empezamos a hacer bromas y le preguntábamos: “Manuel, ¿qué querés que diga la placa?, ¿que sos dentista?, ¿que sos abogado?, ¿que sos veterinario?”. Eso último lo entusiasmaba, pero seguía pensando en que el médico le diría que basta de mandarinas verdes, basta de membrillo, y que se olvidara de las moras y de los huevitos de gallo.  Raúl saltó y comentó: “A éste le pueden hacer una placa que diga «acá está Manuel, el que cazó un pato de la lagunita del tambo de un sólo naranjazo»”.

A la tardecita de ese domingo, nos fuimos a ver la tele y vimos Alma de acero, con Ben Gazzara. No fue una buena idea porque a partir de ese momento, a Manuel le volvió el dolor de panza que venía aflojando, y nos propuso que al otro día –temprano– vayamos al arroyo y también hasta donde estaban los juegos del honguito. Y que, a la tardecita de ese mismo lunes, le hiciéramos un desafío a los de Carlos Casado en la plaza Galicia. “Con una condición –dijo–, dejenmé jugar de 9. Ustedes todos abajo y yo de 9”. 

En ese momento, quizá por habernos reído de Manuel, a Carlos le apareció un dolor en la rodilla. “Capaz que me tengo que hacer una placa en los meniscos”, pensó.  Raúl empezó a tener una molestia en un tobillo por haber caído mal cuando saltaba un zanjón que estaba por Quintana y Suipacha.  A José le empezó a doler el pecho producto de un pelotazo que había recibido en la cancha del Cilindro y Juan Carlitos sintió un dolor en una de las muñecas: “Capaz que por haber jugado cuatro horas seguidas al metegol me la resentí y tenga que sacarme una placa”, se diagnosticó. 

Mientras tanto, Pedro sintió una molestia en el pecho pero no ósea, sino del lado del corazón. Se acordaba de aquella pibita encantadora que había sido un asunto que no fue, y para esas cosas no había placa que valga, él ya sabía. Lo cierto es que le dimos el gusto a Manuel, por las dudas, y contra Carlos Casado nos fue bastante bien y él se dio el lujo de jugar de 9. 

La otra noche, pasando por la parada del 15, enfrente de donde también paraba aquel 52, Pedro miró la pantalla de una tele en la que a cada instante se veían distintas placas con letras rojas y con la palabra “urgente”. Si se quedaba con esa imagen, esa noche iba a ser más que angustiante. 

Las últimas dos cuadras antes de llegar a su casa, sintió un dolorcito en el pecho pero empezó a aflojar cuando se imaginó las placas de Carlos que estaba bien de la rodilla y de su hermano Raúl del tobillo. Y también que Juan Carlitos de nuevo estaba jugando al metegol. La sonrisa de aquella piba, la memoria de muchos compañeros y la otra placa, la que decía “todos abajo y Manuel 9”.

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 11/11/23

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