Tras la nueva escalada de violencia de estos últimos días en Rosario, intendente, gobernador y titulares de los ministerios nacionales de Defensa y Seguridad insistieron con más de lo mismo: seguir con la “guerra sin cuartel” que ya lleva no pocos años de trágico fracaso.

Las diferencias con lo anunciado en varias otras conferencias de prensa “conjuntas” de los últimos años no son muchas, aunque hay una que retumba: los “narcos” ahora son “terroristas” y entonces para la “guerra sin cuartel” se apela a golpear las puertas de los cuarteles.

Resalta también la profundización de la hipocresía de buena parte de la dirigencia política. Hace apenas unos días, tras la no aprobación de la llamada Ley de Bases, el presidente Javier Milei amplificaba con sus “me gusta” diatribas contra el gobernador santafesino. Hace unas horas, nada más, Milei ya no apelaba a posteos de otros para denostar la gestión de Maximiliano Pullaro afirmando que lo que pasa en Rosario es culpa del siempre sindicado como culpable “kirchnerismo” pero también del “socialismo”, aliado del actual mandatario santafesino, que hace apenas unos años fue ministro de Seguridad de un gobierno socialista, que gestionó a la par del gobierno nacional del PRO, hoy aliado del presidente libertario, quien encargó la cartera de Seguridad a quien ejercía la misma función en aquél período, Patricia Bullrich. Bueno, la enumeración de expresiones que dan cuenta de la hipocresía reinante sería larguísima y poco original, pero el de Bullrich es un caso de los más notorios: según Milei hace solo unos meses, a la Pato había que repudiarla porque había sido una “terrorista” que ponía bombas en los jardines de infantes. Ahora, Milei confía en que la otrora “terrorista” es la que logrará terminar con el “terrorismo” que sacude a Rosario, y que lo hará a través del trabajo en conjunto con el actual gobierno provincial, del que forman parte los socialistas apuntados como responsables iniciales del desarrollo de tal terrorismo. “Son de terror”, podría decirse. Pero no es esa la idea.

La idea es que “la guerra” no es para nada el único ni el principal camino para que Rosario viva en paz. Más si es una guerra que se presenta como entre buenos y malos cuando sobran indicios de la falta de sustento de esa definición tan tajante. ¿Cuándo y cómo fue que Bullrich pasó de líder de los malos a líder de los buenos? ¿Cuándo fue que el actual gobernador pasó de aliado y alfil de los “narcosocialistas” a paladín impoluto de la lucha contra el “narcoterrorismo”?

La idea es también asumir que nadie está libre de pecados y que tirar piedras a las casas de gobierno no alcanza y no necesariamente es conducente si lo que se quiere es vivir en paz. Y la idea además es que la paz es muy difícil si la hipocresía cunde entre dirigencias y a la vez entre “la gente” que se considera parte de “los buenos” y celebra los llamados a la guerra, en la que el rol que le toca es ver morir familiares, amigos, compañeros de trabajo, vecinos.

Y claro que llamar a la paz y a la concordia entre tanta muerte suena ingenuo, inocente. No se trata de negar que hay conflictos, problemas, diferencias. Sí de volver a privilegiar la búsqueda de acuerdos palpables y sostenibles, de intentar armonizar intereses y deseos en lugar de negarlos y encubrirlos para imponerlos a como dé lugar. Por ahora, todo indica que quienes gobiernan van cerrando filas con otra lógica, la de meter tuit y bala a diestra y siniestra. Habrá que ver qué hacemos los gobernados y gobernadas, cada vez más obligados a no limitarnos a participar solo de vez en cuando y en el cuarto oscuro.

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