Dos hermanos treintones de una familia de clase media londinense a los que no les sobra nada y, aunque no tienen un cobre, acaban de comprarse un velerito para salir a navegar de vez en cuando.

Desde su film Annie Hall de 1977, que ganó cuatro premios de la Academia que él no fue a recibir, Woody Allen (hoy a meses de cumplir 73 años) ha mantenido su sana costumbre de estrenar una película por año, casi religiosamente. Cada una de ellas genera cierta expectativa y hay que decir que muy pocas veces defrauda. Es indudable que se trata de unos de los realizadores más personales de la historia del cine, y que además, está en uno de sus mejores momentos. Cansado del ninguneo de Hollywood y de la dificultad para financiar sus películas en su país (y, por qué no, buscando algo de frescura para sus historias) se fue a Inglaterra, donde hizo Match Point (que le valiera su vigésimoprimera nominación al Oscar) y Scoop ambas con su nueva y hermosa musa, Scarlett Johanson. En El Sueño de Cassandra, su penúltimo film (el nuevo, Vicky Cristina Barcelona, vendrá el año que viene), el director neoyorquino vuelve al drama de suspenso. Ian y Terry son dos hermanos treintones de una familia de clase media londinense a los que no les sobra nada y, aunque no tienen un cobre, acaban de comprarse un velerito (cuyo nombre da título a la película) para salir a navegar de vez en cuando. Ian (el notable Ewan McGregor) trabaja con el padre en el restaurant familiar, pero aspira a convertirse en un exitoso empresario hotelero invirtiendo sus ahorros de años y encima, conoce a Angela (Hayley Atwell, otra típica e irresistible chica Allen) una actriz "under" bastante promiscua que sólo podrá retener con cierta estabilidad económica y la promesa de llevarla a California gracias a los contactos de su rico tío Howard. Por otro lado, anda siempre en algún auto que su hermano Terry (Colin Farrell en su mejor papel hasta ahora) le presta del taller mecánico en el que trabaja. Terry vive con su chica y tiene el vicio del juego (sobre todo carreras de galgos y póquer), lo que, pese a su honestidad, termina metiéndolo en un tremendo problema. Allí es donde aparece la figura del acaudalado y siempre salvador tío Howard (el conocido y veterano Tom Wilkinson) al que acuden desesperados, sin saber que a cambio de su ayuda, éste les hará un pequeño encargo. Este simple suceso de acontecimientos servirá como desencadenante para una de las películas más atrapantes y oscuras de los últimos tiempos. Totalmente desprovista de efectismos y vueltas de tuerca engañosas, la tensión, casi “hitchcoquiana”, se irá apoderando de cada escena y de cada acción de los personajes en un lento y angustiante crescendo (mención aparte para la partitura de Philip Glass a tal efecto). Una Londres suburbana y casi siempre gris se presta muy bien para la ocasión, notablemente fotografiada por el húngaro Vilmos Zsigmond, quien ya trabajara con Allen en Melinda y Melinda.

Según la mitología, Casandra (con una sola “s” en castellano) era la hija de los reyes de Troya, Príamo y Hécuba, y fue agraciada por el dios Apolo, quien le dio el don de la clarividencia. Al no corresponder ese amor, fue condenada por el mismo Apolo a que nadie creyera sus predicciones. Cuando vaticinó la caída de Troya, nadie le creyó. Aunque Woody había usado a Casandra en Poderosa Afrodita de manera mucho mas explícita (se le aparecía a él en un momento) aquí su significado es mas abstracto y sutil, y cada uno sabrá asociarlo llegado el momento.

El Sueño de Cassandra (Cassandra’s Dream) EE. UU. , Reino Unido, Francia, 2007. Escrita y dirigida por Woody Allen. Con Ewan McGregor, Colin Farrell, Tom Wilkinson, Hayley Atwell, Phil Davis, Ashley Madekwe, John Benfield, Claire Higgins.

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