Tanto la brutalidad policial contra los yanquis occidentales y cristianos que protestan en Wall Street como las matanzas a gran escala de la Otan parecen indicar que las corporaciones están dispuestas a defender su hegemonía a sangre y fuego, utilizando a los Estados nacionales para el trabajo sucio.

Los ocupas yanquis siguen tiritando en el acampe de Wall Street, acorralados y acosados por el frío, la policía, y las amenazas y burlas de los grandes medios de comunicación corporativos, entre otras calamidades.

Lejos de allí, sobre las desérticas arenas de lo que fuera Libia, pilas de cadáveres se pudren al sol. Atrás quedaron los aviones de Francia e Inglaterra, que hicieron su trabajo y dejaron a su paso el caos y la desolación, en lo que constituye una sorprendente interpretación franco-británica de la resolución 1973 de la ONU que les encargaba “proteger a los civiles”. Parece que, acaso por problemas de traducción, donde decía “civiles” leyeron “compañías petroleras”.

Las grandes corporaciones trasnacionales mantienen su hegemonía con grados crecientes de violencia. Cada vez menos consensos, menos política, más bombas y más cacerías humanas (con exhibición de cadáveres masacrados incluida). Y siendo la violencia represiva un insumo básico en estos tiempos de capitalismo tardío, las corporaciones la acaparan y distribuyen, al igual que todos los otros bienes y mercancías, tanto materiales como simbólicos.

En este contexto, los Estados nacionales pasan a ser una suerte de fuerza de choque encargada de hacer el trabajo sucio. Por ejemplo, reprimir protestas callejeras en favor de las corporaciones, y también, a otra escala, bombardear países para defender los intereses de esas mismas corporaciones.

Para las grandes matanzas, eso sí, las corporaciones necesitan mucho más que el servilismo de los estados nacionales. Y allí está la ONU, que legitima y otorga una pátina de legalidad a las incursiones de la OTAN, una suerte de patota brava globalizada.

Cuando en el contexto del cambio de paradigma operado en varios países de América latina, se pone en el centro de la discusión, justamente, el papel del Estado frente al poder económico concentrado, se apunta directo al verdadero fondo de la cuestión. En la XXI Cumbre Iberoamericana de Asunción se propuso “redefinir el Estado para afianzar el crecimiento”. El tema es además el eje del documento final, denominado “la declaración de Asunción”.

La situación mundial deja cada día más en claro la fuerza revolucionaria que por estos días implica la decisión de algunos gobiernos de poner al Estado al servicio de intereses nacionales y no de los poderes fácticos.

En Argentina, Bolivia, Venezuela, Ecuador y Brasil ese cambio de paradigma fue varias veces ratificado por mayorías populares abrumadoras. En medio de la crisis mundial de representatividad política, la contundente ratificación del rumbo del gobierno de Cristina Fernández es un dato que cobra una enorme dimensión, como síntoma de la profundidad y la verdadera naturaleza del cambio operado en América latina, y en contraste con el estancamiento y el vaciamiento de la democracia que se profundiza en el denominado Primer Mundo.

La hegemonía les permite a las fantasmáticas corporaciones trasnacionales realizar una impune distribución de la violencia. El neoliberalismo predica la necesidad de un Estado pequeño, al servicio de las grandes corporaciones, a favor de las cuales deberá legislar (para legitimar y legalizar la voracidad corporativa) y además reprimir, si es que algún ciudadano osa protestar por los ajustes.

El papel de los medios de comunicación es central en este esquema. Los medios que pertenecen a las corporaciones se encargan de ejercer la violencia simbólica que complementa, legitima y refuerza la violencia física: operaciones de prensa, chantajes, cortinas de humo, instalación de agenda, entre otros procedimientos de manipulación. En manos de los grandes intereses económicos, los medios de comunicación dejaron de lado su deber de informar y pasaron a ocuparse, exclusivamente, del frente simbólico e ideológico de la propaganda corporativa. Los medios no hegemónicos, los medios comunitarios, cooperativos y las organizaciones civiles cumplen esa indispensable función por estos días.

Ni siquiera el espacio virtual está fuera del alcance de la represión y la censura de los poderes fácticos. El sitio Wikileaks, que tanto dolores de cabeza les trajo a los imperios y sus banqueros, viene siendo acosado y debilitado por el boicot de los bancos y las empresas de tarjetas de créditos, que lo bloquen para impedirle recibir donaciones. De hecho el sitio está paralizado, dejó de publicar nuevo material y está embarcado en una desesperada campaña para reunir fondos. Una campaña que pocos medios publican.

La Otan piensa en Irán y Siria, mientras en el corazón financiero de Manhattan, ex marines desengañados se agarran a trompadas con policías. Los veteranos de guerra, ex soldados de campañas imperiales de los Estados Unidos, son los primeros en ir al frente cuando se desata la represión contra los acampantes de Wall Street. Y gritan hasta desgañitarse, gritan en favor de una más justa distribución de la renta, y la ira sacude las medallas que exhiben sobre el pecho. Lo mismo gritan las mujeres que son arrastradas de los pelos por la policía, allí mismo, en la ciudad que nunca duerme, New York, New York.

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