Protesta por el suicidio del jubilado Dimitri Christoulas.
El jubilado Christoulas se suicidó el 4 de abril frente al Parlamento griego. | Foto: EFE

La democracia y el teatro trágico son creaciones de la antigua Grecia. En la tragedia, según la descripción de George Steiner, el héroe se enfrenta a la caprichosa voluntad de los dioses, a fuerzas que están más allá de la razón y la justicia humanas y que lo destruyen o le imponen un castigo que no tiene relación alguna con sus culpas. Hoy el Olimpo está vacío y no son dioses los que condenan a las griegos a la humillación y la muerte: son apenas banqueros. El suicidio de Dimitris Christoulas en plaza Syntagma, actualiza “la cólera del Pélida Aquiles”.
 
«Dado que no tengo una edad que me permita responder activamente (aunque sería el primero en seguir a alguien que tomase un Kalashnikov), no encuentro otro modo de reaccionar que poner un fin decente (a mi vida), antes de tener que comenzar a rebuscar en la basura para encontrar comida», escribió Dimitris Christoulas, farmaceútico jubilado de 77. Después gritó “¡Tengo deudas, no puedo soportarlo más! No quiero dejar mis deudas a mis hijos”. Después se disparó un tiro en la sien.
 
Grecia, considerada “cuna de la democracia”, es por estos días un Protectorado de la Unión Europea, el Banco Central Europeo, y el Fondo Monetario Internacional, los tres jinetes del Apocalipsis neoliberal, la “troika” que tanto detesta el pueblo helénico.
 
La soberanía popular le fue arrebatada al pueblo helénico por los nuevos invasores, que no son persas ni nazis. Bajo la atenta mirada de la Acrópolis, allí donde nació la democracia, se representa la actual tragedia del capitalismo financiero, que convirtió a la democracia en una cáscara vacía, una cínica forma de legitimación de los privilegios de los más ricos. Los dirigentes políticos europeos, considerados por los ciudadanos y las ciudadanas de Grecia como traidores al servicio de los poderosos, se convierten en serviles empleados de la troika o son directamente reemplazados por los banqueros.
 
No es casual que haya muchas personas mayores entre los ciudadanos y las ciudadanas que se suicidan por desesperación en la Grecia de hoy. Las ancianas y ancianos de Grecia vienen participando activamente de las movilizaciones contra los ajustes, que ya llevan más de un año. Los viejos y las viejas enfrentan a la policía, los gases y los palos. Cumplen el rol del antiguo coro de la tragedia. Configuran una voz atronadora, acusadora, que denuncia y que compite con los estallidos de las granadas de gases con las que se asfixia a los manifestantes “para dar aire a los mercados”, como suele titular la prensa hegemónica cada vez que se aprueba un ajuste.
 
Los viejos y las viejas de Grecia se paran frente a los policías, sin miedo. Los acusan a gritos de ser “perros al servicio de los ricos” y de traicionar al pueblo al que ellos mismos pertenecen.
 
Los viejos y las viejas de Grecia recuerdan que hasta no hace mucho, antes de que su país entrara en la eurozona, antes de que perdiera su soberanía, formaban parte de un pueblo feliz, con una de las tasas de suicidios más bajas de Europa.
 
Hoy, uno de cada cinco griegos se encuentra desempleado. Los recortes en los salarios y las jubilaciones han sido tan brutales como las huestes de Jerjes I. Los beneficios previsionales que superaban los 1.200 euros experimentaron tijeretazos adicionales del 20 por ciento. Los precios de los productos básicos subieron un promedio del 10 por ciento en los últimos dos años y los impuestos se incrementaron notablemente, al igual que las tasas municipales.
 
Entre 2000 y 2008 la media anual de suicidios alcanzaba a 366 casos, una de las más bajas de Europa, según datos difundidos por la autoridad griega de Estadísticas. En los tres años siguientes, las cifras de suicidios aumentaron de forma considerable: en 2009 fueron 507, en 2010 se dieron 622 casos y en 2011 se produjeron 598 suicidios, según un informe de la policía griega elevado recientemente al Parlamento. Estas cifras indican un incremento anual de entre el 38 y el 69 por ciento respecto a la media registrada en los años anteriores.
 
Saliendo de Atenas, a unos 42 kilómetros, se encuentra el campo de Maratón. En el año 490 antes de Cristo tuvo lugar allí una batalla decisiva contra los persas comandados por Darío I. Del lado ateniense, las acciones fueron comandadas por el joven estratega Milcíades. El comandante ateniense envió al corredor más veloz, Filípides, para que corriera hasta Atenas y anunciara la victoria al pueblo. Según la tradición, el atleta dio la buena noticia y luego cayó muerto por el esfuerzo.
 
Más de 2.500 años después, Dimitris Christoulas hizo las veces de mensajero. Pero el farmacéutico jubilado caminó lento. Dio cuenta de una derrota. Y luego cayó para siempre, suicidado por la sociedad. El espectro de Milcíades pide a gritos una Kalashnikov.

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