En 1893, el pintor y grabador noruego Edvard Munch (1863-1944) retrataba la angustia, la desesperación existencial y el sinsentido de la vida moderna en su obra Skrik (El grito). El artista, al igual que el movimiento expresionista alemán en las primeras décadas del siglo XX, se anticipó a las dos guerras por venir, entre otros horrores. Por estos días, cuando la obra de Munch fue subastada en 120 millones de dólares, cabe preguntarse qué angustias y miserias humanas hacen que El grito siga gritando.

La única de las cuatro versiones de El grito que estaba en manos privadas se remató este 2 de mayo en la lujosa casa Sotheby’s de Nueva York. Nacida de la angustia personal del artista, cuya vida experimentó muchos sinsabores, y concebida como denuncia social del destino nefasto del hombre moderno en la Europa capitalista que dirimiría en dos guerras sus diferencias, hoy El grito tiene otros motivos para gritar.

En la etapa actual del capitalismo tardío, caracterizado por la rapiña infinita de las élites financieras, los ajustes que en Europa hambrean a millones de personas y la pérdida de contenido de la democracia en ese continente y en los Estados Unidos, el sistema mostró, una vez más, su infinita capacidad para intentar recuperar y fagocitar todo gesto de denuncia y disidencia.

El capitalismo convierte todo en mercancía. Personas, objetos, obras de artes, sentimientos, discursos y denuncias son reducidos a la condición de mercancía. Se les pone un precio, se los exhibe en el mercado, se los vende. Y cuando se cierra la operación se procede a la glorificación y autoconfirmación del sistema. Todo se reduce a una cifra, a una cantidad de moneda: 120 millones de dólares. Una mercancía más, y en manos de un millonario.

Las mismas miserias denunciadas por la obra intentan ahora devorarla, borrarla, callarla, convertirla en otra cosa, en algo socialmente inofensivo, en una muda pieza más del orgullo y la rapiña de las elites dominantes. Una cosa silente, muerta, una cifra, una marca de un lugar social de privilegio, apenas un signo de clase con forma de cuadro.

Las mismas elites dominantes en beneficio de las que se perpetraron la primera y la segunda guerra mundial y se hacen las guerras de hoy, son las que están detrás de esta operación de amordazamiento de El grito.

La prensa hegemónica al servicio de las elites se regodea en el avance de la mercantilización de la vida, aquella que los artistas de principios del siglo XX ya denunciaban. Precio récord, destaca la prensa, El grito logró desplazar a la obra Desnudo, hojas verdes y busto de Pablo Picasso, vendido en 2010 en 106 millones de dólares. El valor de cambio intenta aplastar, anular el valor de uso de las obras de arte, la denuncia, la creativa y emotiva mirada que una obra humana arroja sobre el mundo. La obra se convierte en un número que compite con otros números. La realidad toda concebida como mercado. La Bolsa de valores como modelo existencial, plenario, totalizante.

Pero por más que las elites dominantes quieran convencernos de lo contrario, no todo puede reducirse a mercancía. Hay personas, actos, sentimientos, gestos, colectivos sociales y obras de arte que se resisten y dan pelea. El arte puede ser convertido en mercancía, pero a la vez es significación, e ideología, y contiene un número indeterminado de mensajes políticos que no pueden cegarse.

Ni todos los multimillonarios del mundo. Ni tampoco las montañas de dinero que ellos exudan podrán acallar la denuncia. El grito gritó de horror y asco durante la subasta en la palaciega casa Sotheby’s, gritó bien alto entre tantos señores que hacían cuentas y pasaban cotizaciones por celular. “¿Qué hago yo aquí?”, se preguntó, seguramente. Pero enseguida halló la respuesta y siguió gritando.

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Un comentario

  1. ana maria lanati

    09/05/2012 en 21:46

    como siempre, maravillosa nota.

    Responder

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