Cuando la Raimonda se lanzó sobre el montículo de revistas que había sobre mi tablero de dibujo técnico, un sudor frío corrió por mis partes pudendas, “Milito, esto está prohibido”, vociferó la anciana blonda de breve estatura. La Raimonda era la jefa de preceptores de la gloriosa Técnica 7.

Lo que estaba prohibido en la escuela era la acción política dentro del establecimiento. El montículo de revistas referido estaba conformado por una pila de la publicación Aquí y ahora de la Federación Juvenil Comunista. “No me vengas a traer la política a la escuela”, me gritó la celadora delante de mis compañeros. “Andá a buscar un parte de amonestaciones y mañana no vengas porque estás suspendido”, ordenó.

Esta historia es mucho menor que la de otros compañeros secundarios que en el 76 y 77 pasaron a engrosar la lista de desaparecidos. Mi historia es de abril del 83, con Bignone de presidente y con una dictadura políticamente derrotada. Por eso en vez de un Falcon verde en la puerta de la escuela, sólo tuve un parte de amonestaciones.

Lo más grave es que la jefa de preceptores tenía a un compañero que funcionaba como delator de todo lo que sucedía en el curso, un pobre tipo al que he cruzado una par de veces por la calle, y al cual no saludo.

Treinta años después veo lo que podríamos pensar como una saga y el siguiente capítulo sería: La Raimonda contraataca. Se ha escuchado por estos días frases como “Están adoctrinando en la escuela” o “la bandera no se mancha”. Después de mucho tiempo un sudor frío recorre nuevamente mis partes pudendas. Marche un 0800 y denunciá a tu compañero.

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