Gaza Télam

Sobre los cadáveres de mujeres, hombres, niñas y niños. Con el hedor ferruginoso de la sangre vertida en tierras bíblicas, allí, otra vez, donde dos pueblos sufren y odian. Sobre partes de cuerpos desgarrados. Sobre el dolor, el resentimiento y la furia se yerguen las interpretaciones, los comentarios, la construcción de los hechos.

Algunas son lecturas honestas, esforzadas, que demuestran la obvia inexistencia de la objetividad y el imposible maridaje entre palabras y hechos. Otras son tergiversaciones, ocultamientos, falacias ahistóricas que le hurtan el cuerpo a los indispensables contextos, meras operaciones de prensa en favor de intereses que no se sinceran.

Y en medio de la confusión, las mentiras y el resentimiento, aparecen los nazis. El domingo 13, en París, un grupo de personas atacó una sinagoga al grito de “muerte a los judíos”. La turba mantuvo sitiadas a unas 150 personas que en ese momento oraban dentro del templo. Finalmente fueron rescatadas por la policía. Pero la violencia ejercida fue fundamentalmente conceptual: se intentó identificar, una vez más, a los judíos, ese concepto amplio, inabarcable, que incluye a un pueblo milenario y mucho más, con el terrorismo que ejerce el Estado de Israel desde su nacimiento.

Y otra vez, una masacre en Gaza. Víctimas civiles, niños y enfermos. “Todo lo que se mueve es un blanco”, señalan con orgullo asesino los soldados israelíes. Una vez más, poderosos aviones destruyendo casitas mal construidas, encimadas, enredadas en una maraña de cables, viviendas precarias, sin servicios básicos. Cercadas tras un muro que crece cada día. Otra vez bombas sobre hospitales, escuelas, casas particulares. Otra vez proyectiles sobre Israel, sobre muchas aldeas y ciudades que alguna vez fueron árabes pero que ahora, como por arte de magia, son israelíes.

Sobre el llanto y el dolor de dos pueblos se construyen edificios herméuticos, muy útiles para las escuelas de periodismo. Otros hacen buenos negocios. Otros ven la excusa ideal para vomitar su racismo. Hay de todo. Pero todo eso que hay se erige sobre el dolor, la injusticia, los abusos, los secuestros, las torturas y el horror.

En los Estados Unidos todo aquello que involucre a Israel está siempre al tope de la agenda. Es tratado como una noticia nacional. Y las distintas lecturas, interpretaciones y construcciones permiten obtener un paneo de las diferentes posiciones ideológicas de los medios. Ocultas algunas, explícitas otras.

Para algunos medios, estos hechos constituyen una guerra entre Israel y Hamás. “Guerra aérea”, para ser más precisos, según The Wall Street Journal. La expresión esquiva el contexto, la historia, las circunstancias y, fundamentalmente, la talla y la motivación de los contendientes. Es como hablar de David y Goliat sin mencionar cuestiones de tamaño. No parece un olvido, ni un descuido.

The New York Times, un diario que no puede considerarse pro palestino, eligió iniciar la nota de tapa de su edición del martes con una descripción aterradora: tres jóvenes israelíes (uno de 29 años, los otros dos de 17) cruzando en auto los barrios árabes, a la caza de palestinos. La nota menciona que, de acuerdo el servicio de seguridad de Israel Shin Bet, cerca de las cuatro de la mañana del 2 de julio los predadores lograron atrapar a Muhammad Abu Khdeir, de 16 años, que esperaba a unos amigos cerca de una mezquita.

Los jóvenes israelíes iban bien preparados, con pasamontañas y combustible. Empujaron a Muhammad dentro del auto, lo llevaron a un bosque, le aplastaron la cabeza a golpes, con una llave inglesa, y le prendieron fuego. En el párrafo siguiente, el diario neoyorquino recuerda que horas antes, Israel enterró a tres adolescentes, Eyal Yifrach, de 19, y sus amigos Gilad Shaar y Naftali Fraenkel, ambos de 17, que habían sido secuestrados y asesinados, aparentemente por palestinos. Sus cuerpos aparecieron en Hebrón tras una búsqueda de 18 días. El funeral fue una orgía de odio y venganza militarista. Las familias de los asesinados se vieron privadas del derecho a un duelo sin odio y sin violencia.

La clave está en la historia

Describir los últimos y más recientes detonantes del conflicto puede resultar engañoso. Cuando el 23 de abril se selló la unidad entre Hamás y Al Fatah, las dos facciones en que se divide la nación palestina, la suerte de la franja de Gaza ya estaba echada, como dejó claro el gobierno de Israel por esos días. Los aviones bombarderos israelíes estuvieron listos desde ese momento, esperando una excusa para atacar.

En su nota titulada “El conflicto no empezó ayer”, publicada en el diario británico The Independent, Robert Fisk ofrece un ejercicio aleccionador. Señala, por ejemplo, una resolución de Naciones Unidas para que Israel cese del ataque. Después reproduce editoriales de medios canadienses, británicos y de la agencia Reuter. Todos ofrecen las noticias que nos ocupan hoy, los ataques israelíes, los cohetes palestinos, los muertos en la Franja de Gaza. Pero el texto de Fisk nos ofrece una sorpresa. “Hay un problema”, escribe Fisk antes de aclarar que todo lo que había citado fue publicado entre 2008 y 2009. “Curiosamente, sin embargo, nadie recuerda que la matanza de hoy es una repetición obscena –por ambos lados– de lo que sucedió antes, y de hecho antes todavía. El historiador israelí izquierdista Illan Pappé informó sobre cómo el 28 de diciembre de 2006 la organización israelí de derechos humanos B’Tselem dijo que 660 palestinos habían muerto ese año, la mayoría en Gaza, incluidos 141 niños, y que desde el año 2000 las fuerzas israelíes habían matado a casi 4000 palestinos con 20 mil heridos. Pero apenas hubo una sola mención de todo esto en un solo informe sobre la última masacre en la guerra de Gaza”. Un caso de amnesia colectiva, ironiza el periodista.

Para recuperar la memoria, hay que recordar la “Nakba”, término árabe que significa “catástrofe o desastre” y que se utiliza para designar la represión y expulsión de entre 700 mil y un millón de palestinos que siguió a la declaración del Estado de Israel en 1948. En abril de 1948, tropas sionistas entraron al pueblo palestino de Dir Yassin, a las afueras de Jerusalén, y mataron unas cien personas, un sexto del total de la población. No hubo combates. Mujeres, niños y ancianos fueron fusilados. Se denunciaron saqueos y violaciones. Esta masacre fue apenas un hecho más, uno entre tantos, que formó parte del plan sistemático de represión y expulsión masiva de los antiguas habitantes de Palestina para la creación del Estado de Israel. Después vinieron las operaciones en Khirbat Nasr al Din, Tiberíades, Haifa, Acre, Nazaret, Sabed, Jerusalén, entre muchas otras. En su libro La limpieza étnica de Palestina, Pappé, judío e israelí, describe con crudos detalles las brutales incursiones y la devastación de poblaciones palestinas. Pappé, ex profesor de la Universidad de Haifa, utiliza como fuentes principales los documentos desclasificados del Estado de Israel y los diarios de uno de los padres fundadores de ese Estado, David Ben Gurion. La extensa serie de crímenes de lesa humanidad allí descriptos figuran como reconocidos, admitidos y documentados por quienes los perpetraron.

En medio del fuego cruzado de las mentiras, los olvidos intencionales y las operaciones de prensa hay un tendal de cadáveres, y el padecimiento de centenares de miles de personas cuyas vidas se tornaron insoportables. Mientras tanto, los dirigentes de uno y otro lado hacen su juego. Ismael Haniyeh, líder de Hamás en Gaza, señaló durante un reportaje televisivo que “están ganando”. Y el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, continúa jugando al juego que más le gusta. Un juego sangriento, cruel, bestial. Él también está ganando.

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Un comentario

  1. Gastss

    24/07/2014 en 2:10

    Pero el dolor ya estaba instalado por Israel desde años, pues siendo una potencia armamentista, mantiene al Medio Oriente en tensión permanente.

    Responder

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