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El éxito periodístico en la Argentina bienpensante es Jorge Lanata. A partir de sus diversas alianzas a lo largo de los años con socios como Enrique Gorriarán Merlo, Alberto Fontevecchia, el empresario español Antonio Mata hasta llegar a las fauces de Héctor Magnetto, el rendidor periodista eligió el camino de los ganadores. Las luces arriba del escenario lo convirtieron en un showman y vocero de un amplio espectro huérfano de representación política. En todos los casos, la opción de Lanata –equivocada o no– siempre fue la del unipersonal. El periodista que se enfrenta al poder, sólo con la fuerza de la “verdad”. Y cuando la “verdad” no aparece, distorsiona la realidad para no arruinar la nota. Para el ancho comunicador no hay organizaciones políticas, sociales, partidos ni referentes. Sólo una población abusada por sus gobernantes de turno.

La gimnasia democrática y la Ley de Medios –con cascotes de todo tamaño en el camino– le corrieron el velo públicamente a la farsa del periodismo independiente. El debate dejó sentado que los medios tienen dueños que les gusta más juntar que repartir. Que no les interesa la verdad, pero sí la política, porque imponen candidatos.

A esa variopinta patronal privatizante y concentradora el eslabón le etiquetó nombre, apellido y foto desde su aparición pública, allá por septiembre de 1999. La subjetividad fue bandera en la redacción de un solo ambiente donde todos eran socios del Club de las Causas Aparentemente Perdidas y se escribían notas a favor de la unidad latinoamericana con un optimismo más eduardogaleanesco que fundamentado en datos concretos.

Comunicación Social, la carrera del futuro

A fines de los noventa la carrera de comunicación ofrecía dos salidas indecorosas a los estudiantes de los últimos años: pasantías municipales como zorros para corregir el tránsito rosarino aplicando conceptos de Marshall Mc Luhan o el traje de soldados del ejército de reserva de desocupados funcionales a los intereses del diario La Capital, en un clima de concentración de medios, despidos y ajustes.

Espantados de tanto futuro y fogueados en una activa militancia universitaria, el grupo fundador del periódico comenzó a sentar las pretenciosas bases de lo que sería un medio de comunicación “contrahegemónico, autónomo y que algún día nos dé de morfar”.

“Se tiene que llamar el eslabón, porque como dice Mijail Bajtín todo enunciado (el diario) es un eslabón en una cadena de enunciados (otras experiencias periodísticas), relacionado con enunciados anteriores, al igual que es el punto inicial para nuevos textos que…”, sugirió entusiasmada el ala más academicista del incipiente medio, que por suerte nunca tuvo que explicar este tecnicismo y dejó lugar al obvio homenaje a Cadena Informativa de Rodolfo Walsh. De hecho, para desorientar al fisco, el primer director del medio se llamó Daniel Hernández, alter ego del escritor de Operación Masacre.

El eslabón nació en una Argentina hostil. Debutó con un número cero titulado “El eclipse del modelo”. La carta de presentación segmentaba el público de entrada y avisaba “acá no vas a ver minas en bolas ni empresarios jugando al polo”. Era un medio talibán, sin concesiones, que se propuso respetar una línea editorial de “golpear al poder y darle voz a los de abajo”. La historia no pasaba por ponerse la capa justiciera al estilo CQC de Mario Pergolini, sino acompañar el proceso de reconstrucción del tejido social, abonando a una salida colectiva al enredado laberinto de políticas de ajuste y exclusión.

Por ese entonces el eslabón era invendible publicitariamente por la virulencia del contenido y mucho menos desde lo estético. Pero contaba con un arma fundamental: tenía algo que decir. Y eso que decía no se escuchaba, no se veía, ni se leía en otros medios.

El Estado era el enemigo, el establishment de medios nos marginaba y los gobiernos provinciales y municipales nos filtraban de la listas de invitados a los brindis de fin de año sabiendo de nuestra debilidad por los triples de miga.

Algo mal habremos hecho. Un interrogante que ya lleva 15 años.

Artículo publicado en el suplemento especial aniversario que acompaña la edición de este sábado del semanario El Eslabón.

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Un comentario

  1. adhemar principiano

    27/09/2014 en 19:49

    Los pivotes de hoy, son las murallas del mañana de la libertad digna de la soberania social.

    Responder

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