Foto: Télam.
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“Hoy es un día de sol”, escribieron los chicos en las escuelas. El 2 de abril de 1982 cayó viernes. Y hubo buenas y malas noticias. Hubo confusión. Y también contusiones, producto de los golpes recibidos en las batallas del martes 30 de marzo.

El 2 de abril de 1982 cayó viernes y fue un día de sol. Una de cal y una de arena. Buenas y malas noticias. La buena era que se recuperaron las islas Malvinas. La mala, que las recuperaron unos genocidas hijos de puta, cobardes y cipayos, para intentar darle aire a la dictadura.

El martes de esa semana, 30 de marzo de 1982, se produjeron batallas en la Argentina. También en Rosario. La marcha y movilización organizada por la CGT fue ferozmente reprimida por la policía. En peatonal Córdoba entre Corrientes y Entre Ríos se dio el encontronazo más violento entre manifestantes y represores.

El paro y movilización del 30 de marzo de 1982 fue convocado por la CGT Brasil liderada por Saúl Ubaldini, y contó con la adhesión de los partidos políticos reunidos en la Multipartidaria, y distintas agrupaciones estudiantiles, de izquierda y de derechos humanos.

El fulgor de las bayonetas en las escalinatas del edificio de la Bolsa de Comercio.

Los ladridos de los perros de la policía, que sonaban ominosos en medio del silencio de la ciudad afantasmada, quedarán en la memoria de todos los que estuvieron allí, para siempre.

Cuando el soleado viernes 2 de abril comenzó la avalancha de pseudos-informaciones sobre el desembarco en Malvinas, algunos ciudadanos padecían todavía los efectos de los golpes recibidos durante la protesta del martes 30 de marzo.

Por un lado estaban los diarios y sus noticias sobre Malvinas. Pero también eran legibles las marcas sobre el cuerpo. Y esa escritura no miente.

Otros tantos miles de argentinos resistían por esos días en las mazmorras de la dictadura. Sus cuerpos contaban historias mucho más terribles.

La guerra dejó unas cuantas lecciones. Y marcó, una vez más, por si hiciera falta, una clara línea demarcatoria entre el pueblo y sus enemigos.

Por un lado, los soldados, los hijos del pueblo. Ellos sí combatieron contra el imperio, con valentía. Dieron la vida. Nunca serán olvidados.

Por otro lado, muy otro, los militares genocidas. Cobardes, se rindieron sin disparar un solo tiro. Perdieron el control de sus esfínteres con solo imaginar a un inglés. Claro, no es lo mismo torturar personas atadas que enfrentar un ejército. No es lo mismo torturar a sus propios subordinados, estaqueados y hambreados, que luchar contra soldados enemigos. Los cobardes genocidas tampoco serán olvidados. El pueblo puso la sangre. No olvida ni perdona.

El 2 de abril de 1982 daban La casa de la calle Garibaldi, con Martín Balsam y Alberto de Mendoza, en el cine El Cairo. «Liberada por la Justicia argentina», aclaraban con grandes letras los anuncios del film.

Junto a las proclamas militares, se conoció ese día además la resolución del tribunal de disciplina de la Asociación del Fútbol Argentino, que dio seis fechas de suspensión a Oscar Ruggieri, defensor de Boca que se agarró a piñas durante un partido en que su equipo debió resignar el invicto ante Gimnasia Esgrima de Mendoza, que además era el próximo rival de Central.

Osvaldo César Ardiles había dicho que su prioridad era integrar la selección argentina que iba a disputar el Mundial de España, y que si el técnico César Luis Menotti le negaba el permiso para jugar la final de la Copa Europea con su equipo, el Tottenham, él acataría la decisión del entrenador sin problemas.

Esa noche de viernes tocaban Acalanto y Ethel Koffmann en la sala Fundación Astengo. En el cine Palace daban Mad Max, con Mel Gibson. Y en el Monumental Un terceto peculiar, con Susana Jiménez, Jorge Porcel y Moria Casán.

En televisión, a las 20 daban Calabromas. Y a las 21, el noticiero 60 minutos. El programa más visto, No toca botón, con Alberto Olmedo, empezaba después del noticiero.

A media mañana de ese viernes soleado se dio asueto al personal municipal, para que participara del acto oficial en la plaza 25 de Mayo. Estuvieron el comandante del Segundo Cuerpo de Ejército, Juan Carlos Trimarco, y el intendente de Rosario, Alberto Natale.

¿Vienen los ingleses? ¿Se vendrán hasta acá? Esas preguntas y otras se escucharon esa noche, por ejemplo, en los bares, en El Cairo, en Saudades, en Candilejas, en Albatros. Por ejemplo, después de presenciar el recital de Acalanto y Ethel Koffmann. Jóvenes reunidos en torno a botellas de cerveza. Mirando, de vez en cuando, como de soslayo, hacia la puerta. Por las dudas. Podían irrumpir en cualquier momento. Los ingleses no, la cana.

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