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Donald Trump, que asume como presidente de EE.UU. el 20 de enero, se presentó como alguien distinto del rancio establishment de Washington que tan asqueados tiene a millones de ciudadanas y ciudadanos estadounidenses. Se autodefinió como alguien diferente a la patria financiera que representa el poder de Wall Street, cuyos alevosos negociados (los tipos embolsan miles de millones de dólares en segundos con sólo mover a lo sumo un dedo) desangran al país hace años. Pero Donald mintió.

Presentarse diferente le permitió despegarse de la candidata demócrata, Hillary Clinton, que representaba el establishment -en grado superlativo- hasta el asco. La candidatura de Clinton representó la capitulación total, final, del partido Demócrata al poder de las finanzas, uno de los sectores que representan el poder real, una de las porciones más poderosas de los poderes fácticos que dominan EE.UU.

Por eso, el voto a Trump no sólo se explica a partir de factores identitarios, y de un brote racista y xenófobo, factores permanentes en la sociedad estadounidenses que ahora, claro, resurgen, emergen, y se muestran orgullosos y envalentonados gracias a la propalación de un discurso como el de Trump, que los alienta y avala.

Pero el voto a Trump también debe ser relacionado con el hecho de que al Partido Demócrata dejó de interesarle fingir que se preocupaba, aunque sea mínimamente, por los intereses de los trabajadores. No, Hillary no pudo ni siquiera calzarse esa careta. No pudo ni quiso representar ese papel dentro del triste sainete que fue la campaña electoral. Y ese rol se lo robó el magnate de flequillo dorado, que para mentir es bueno. Nada dijo Clinton de las condiciones de vida de la clase obrera, que se viene deteriorando en forma alarmante desde hace cuarenta años.

El Partido Demócrata se vendió a Wall Street en forma abierta, desembozada. Wall Street le pagó la campaña a Hillary. En realidad, ya le venía pagando la vida. Trump dijo que él era diferente. Pero aquí tenemos un problema. Trump mintió. Su gabinete está lleno de hombres de Wall Street. O sea: es de manual. Nadie se mete con Wall Street porque allí está el poder. Trump tiene, apenas, el gobierno. Y en su gabinete habrá representantes de todos los poderes fácticos, repartidos en distintas proporciones, con pujas, enojos, tensiones y tirones, claro. Pero una cosa es el poder, y otra el gobierno. Primera página del manual.

Gabinete de CEOs. De millonarios. De multimillonarios. Todavía está lejos de completarse, pero ya se hacen cuentas, se suman los millones que tienen los designados y el resultado es: uno de los gabinetes más millonario de la historia. Con un total de entre 12 mil y 35 mil millones de dólares (sumando los designados hasta ahora) cuadruplica la riqueza del gabinete de Barack Obama.

“Ya quedó claro que la retórica anti-establishment de Trump fue la más grande estafa de su campaña electoral, y que ya dejó de lado totalmente esa idea. Como presidente electo del país, como CEO en funciones, está haciendo lo mismo que otros tantos presidentes hicieron: repartiendo el poder entre gente que piensa como él, entre sus socios, gente de confianza y, pensemos en el ejemplo de John F. Kennedy, entre su familia”, escribió Nomi Prins en su nota titulada “La guía Trump para traicionar a sus votantes y llevar a Washington a más altos niveles de corrupción” (“Trump’s Playbook to Betray His Followers and Bring New Heights of Corruption to Washington”) publicada en el sitio estadounidense TomDispatch.

Es que si la opción fue Donald Trump versus Hillary Clinton ya todo estaba perdido para las trabajadoras y trabajadores de EE.UU. La derrota de los intereses populares, de los que luchan por los derechos humanos, por la democracia, por un reparto más justo de la riqueza, ya estaba firmada hacía rato. Si llegaron esos dos, es porque la derrota de la democracia, las instituciones y la política, frente a los poderes fácticos y las corporaciones fue total, contundente. Trump es el peor de dos candidatos peores (cada uno a su manera), productos ambos de la derrota total de la democracia en manos de las corporaciones.

Trump eligió como secretario de Estado, un puesto muy disputado, al jefe del grupo petrolero Exxon-Mobil, Rex Tillerson. El cargo necesita de la confirmación del Senado y algunos analistas especulan que no está asegurada. Tillerson tiene estrechos lazos (y sobre todo negocios) con Rusia y una muy buena relación con Vladimir Putin, y siempre abogó por una colaboración más estrecha con la compañía petrolera estatal rusa Rosneft.

Epa: “Un piromaníaco para apagar incendios”

Trump nombró al actual fiscal general de Oklahoma, Scott Pruitt, al frente de la Agencia de Protección Ambiental, (EPA, por su sigla en inglés). Pruitt, un republicano de 48 años, es un lobista de la industria de las energías fósiles y un fanático negador de la existencia del cambio climático que viene atacando ferozmente todo esfuerzo por reducir la contaminación.

“Durante demasiado tiempo la Agencia ha gastado dinero de los contribuyentes en políticas anti-energía que están fuera de control y que destruyeron millones de puestos de trabajo, mientras afecta a nuestros granjeros, negocios e industrias’’, señaló Trump, que es otro negacionista del cambio climático que llegó a afirmar que es “un invento de los chinos para perjudicar a los EE.UU. en la guerra comercial’’.

“Pruitt revertirá esa tendencia y restaurará la misión esencial de la Agencia de mantener nuestro aire y nuestra agua limpia y segura’’, agregó el presidente electo.

“Mi administración cree firmemente en la protección ambiental, y Scott Pruitt será un defensor de esa misión al tiempo que promoverá empleos, seguridad y oportunidades’’, señaló Trump.

En realidad, Pruitt forma parte de la derecha extrema que ataca al Estado y pretende eliminar todo tipo de regulaciones para poder contaminar sin límites con el único objetivo de obtener ganancias exorbitantes, que de eso se trata, finalmente, lo único que hay detrás de los planteos políticos y filosóficos de los representantes de la derecha. Forma parte de los lobistas que han llegado a afirmar que el agua con arsénico no les sienta mal, incluso, a las mujeres embarazadas.

Pruitt, como todos lo que desempeñan su labor, acusó en muchas oportunidades a la agencia que ahora va a dirigir. La acusó de coartar la libertad de las pobres y acosadas multinacionales petroleras, y de sobrepasar los límites de la Constitución, que si no está para defender lo derechos de los más débiles, para qué está ¿no?

Como fiscal, se pasó combatiendo a la agencia que tiene la tarea fundamental de fijar qué compromisos internacionales va a asumir EE.UU. y como implementarlos.

Para los ambientalistas, designar a este personaje al frente de la EPA “es como poner un pirómano a cargo de combatir incendios”.

Un recontra-hiper-ultra explotador en Trabajo

Trump nombró como secretario de Trabajo a Andrew F. Puzder, director de la cadena multinacional de restaurantes CKE y enemigo acérrimo de los derechos laborales. Esta empresa, junto con McDonald’s, dentro del rubro gastronómico, sumada a la cadena de supermercados Walmart, representan en EE.UU. el paradigma de la hiperexplotación.

Estas corporaciones, y las fuerzas de derecha que las representan, actúan como fuertes lobistas (con importantes representantes en ambas cámaras) para mantener bajos los salarios mínimos, poner trabas a la sindicalización de trabajadores (la tasa de sindicalización de EE.UU. es una de las más bajas del mundo) y avanzar sin pausa sobre los derechos laborales.

Hasta el Wall Street Journal señaló que Puzder se destacó por oponerse desde su empresa a todas las regulaciones del gobierno. Y el New York Times destacó que el  empresario no suele preocuparse por los derechos de sus empleados. Ninguno de los dos medios puede calificarse de “prensa obrera”. Por ejemplo, a Puzder, la propuesta de un salario mínimo de nueve dólares le pareció “muy perjudicial a la rentabilidad empresaria” de la esforzada cadena CKE, que cuenta con 75 mil empleados en EE.UU. y 100 mil en otros 40 países. Según el Wall Street Journal, CKE tiene un ingreso promedio de apenas 4.300 millones de dólares. No está para andar malgastando y “el salario es un gasto”, dijo Mauricio Macri.

Fuente: El Eslabón

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