Yo no sé, no. Pedro se acordaba que una tardecita en el campito, donde estábamos pateando, apareció la hermana de unos de los pibes llamándolo porque ya era tarde. No la conocíamos, y por el corte de pelo con un peinado a lo varón, creímos que era un vago.
Encima, una pelota fue en dirección a ella y la paró con la izquierda como el mejor de los nuestros. Cuando alguien le preguntó si le gustaba el fútbol, ella respondió que sí pero que nunca podía jugar porque no estaba bien visto y aparte no tenia con quien. Y que le gustaba el arco y era muy gritona. Al otro día, pateando y ante la proximidad de un desafío, uno preguntó: ¿Y si traemos a «la hermana» (le había quedado ese apodo) para el arco?. Al final no nos animamos a tanto, pero de vez en cuando, mientras esperaba a su hermano, nos gritaba de atrás del arco marcando los errores. Al poco tiempo pasó a ser como una DT, eso sí, encubierta, porque nos daba vergüenza ser dirigidos por una mina. Incluso le propusimos que no gritara, que las indicaciones se las diera al 2 y que éste se encargara de jetonear.
Nos fue bastante bien, recuerda Pedro. Esa piba sabía parar el equipo y veía al toque nuestras fallas y nuestras virtudes. Pasaron los años y Pedro conoció otras pibas, en la secundaria, en la militancia estudiantil, algunas jetonas, otras calladas; con pelo cortito o largo, con pantalones o minifaldas, que veían bien el partido y también que tenían la capacidad de formar el equipo. Y en el barrio también, cada vez más muchachas aparecían mostrando su capacidad de hacerse cargo, de ponerse el equipo al hombro. Hoy, capaz tendríamos una como DT, o en el arco, sin darnos vergüenza. ¿Qué se yo?, en una de esas aparecen. Yo sé que están, prosigue, y ¿sabes que? Yo me sentiría más tranquilo. Esto me dice Pedro y yo no sé si me habla con el 2 en la espalda de aquellos partidos, o recordando aquellas compañeras del Superior, por ejemplo, que mostraron su capacidad a la hora de cosas importantes y que tanto se extraña.