“Creo, todavía, en que el periodismo es una forma de investigar y contar la realidad que para mí no tiene sentido si no sirve para incidir sobre la misma realidad”, afirma Sonia Tessa en su casa, mientras ofrece mate al equipo de El Eslabón. Un amplio balcón abierto deja ingresar el sonido de los autos corriendo sobre el asfalto mojado y quedará de fondo de la entrevista que se prolongará por unos 30 minutos. Sus orígenes, las redacciones de ayer y de hoy, la irrupción del feminismo, la relación militancia y medios y el presente de la comunicación serán algunos de los temas sobre los que la editora de Rosario/12 hablará relajada –pero con pasión– para un nuevo capítulo de Biopolítica, el segmento audiovisual producido por la cooperativa La Masa.

—¿Cuándo y dónde comienza tu historia?
—Mi historia empieza en un paraje que se llama Caraguatay, que queda bien en el norte de la provincia, al final de lo que sería ya la colita de lo que fue la Forestal. Mi mamá era una chica de una clase media aspiracional, con una madre que pretendía verla casada con un contador o algo así. Lo conoce a mi papá en un baile, creo que de carnaval, se casó con mi viejo y se fue con él a vivir a ese paraje, sin electricidad, sin hospital. En el año 96 mi papá me llevó a conocerlo y tenía más o menos seis o siete casas y una escuela.

Mi mamá se fue cuando estaba a término a Coronda, y ahí nací. Pero también los primeros pocos meses de mi vida los pasé en ese paraje. Mis hermanos ya nacieron en Santa Fe los dos.

Mi papá era director de escuela. En el año 73, estando en Pérez, lo convocan a ser director organizador de una escuela “modelo” en Villa Yapeyú, de la ciudad de Santa Fe. Yo soy una chica que se crió hasta los 11 años viviendo en escuelas, porque el director vivía en la casa de la escuela.

Cuando vino la dictadura, yo no sé bien, siempre hay muchas cosas oscuras, o que no se han hablado, había mucho miedo, muchos años después mi papá me contó que la Triple A llamó y dejó una amenaza y al tiempo nos fuimos a vivir a otro lugar que es Santa Rosa de Lima, en otra villa de la ciudad de Santa Fe. Pero ya no fui a esa escuela sino que fui a una de barrio Roma, o sea que hasta los once años viví en Santa Fe, por eso soy de Colón y no de Central ni de Newell’s. Me parece que el haber vivido tan cerca en esos barrios y lugares, si bien con algunos privilegios –yo vivía en la escuela, no en una rancho de chapa–, hacen bastante a quién soy yo.

—¿Cómo fue criarse en escuelas, entre directores, maestros y bibliotecas? ¿Te aportó una mirada particular, una inclinación especial hacia la lectura?
—Menos de lo que me gustaría, porque me gustaría ser un poco más lectora. Siempre me siento poco intelectual en relación a mi aspiración, pero sí me doy cuenta de que mi vida se relaciona. Yo me acuerdo mucho de mis viejos yéndose a dormir la siesta y yo robándoles libros de la biblioteca para leer, segura de que algunos no los entendía. Pero lo que más tiene que ver conmigo en haber vivido en escuelas es esta idea de la comunidad, porque siempre las escuelas, aun en los peores momentos donde la directiva era que estén cerradas, siempre las escuelas donde yo viví eran lugares donde la gente se sentía parte de la escuela, iban si pasaba algo, había algo ahí muy fraguado por las forma en la que mi viejo entendía eso, que era la escuela de puertas abiertas, entonces hay algo de que siempre es en diálogo y nunca es sola, que sí lo siento muy importante.

—Dijiste que hasta los 11 te criaste en escuelas, ¿Y la adolescencia?
—Cuando mi papá asciende a supervisor se viene a Rosario, ese había sido su deseo de toda la vida. Yo fui la que más me resistí, estuve un año quejándome de por qué se les había ocurrido sacarnos de nuestro lugar. Imaginate, yo cambié de escuela y de barrio 6 o 7 veces hasta antes de los 12 años. Después vino la estabilidad, pero yo era la más enojada con vivir en Rosario.

Fue una adolescencia bastante rebelde, además yo les cometí otra rebeldía a mis viejos, que eran los dos ateos. En el barrio en Santa Rosa de Lima había un cura tercermundista, Lucho Quiroga, y yo estaba fascinada, por una amiga de mi viejo que también era de esa onda, que era la vicedirectora de la escuela, Lelia. Entonces, me quise bautizar a los 8 años y estuve varios años de ir a misa.

De mi adolescencia, ya en el 83 cuando tenía 14 o 13 años, recuerdo la primavera alfonsinista con todos sus claroscuros como una época de reverdecer, con felicidad. En ese tiempo ahí estuve un lapso militando en la Juventud Peronista, en la secundaria. Eran épocas donde el peronismo estaba en una transición como las que suele tener, entre los renovadores y los otros. Milité mucho en la campaña por Cafiero. Me acuerdo que cuando perdió muchos compañeros dijeron: “Bueno, apoyemos a Menem”. Y yo dije: “No, yo con ese tipo no”. Y cuando mis compañeros en el 89 se fueron a festejar, yo me fui a mi casa a llorar (risas), no sé por qué, era intuición. ¿Yo qué podía saber más que el resto de que eso iba a ser un desastre?

Foto: Maia Basso

—¿En tu casa estaba muy presente la política, se debatía, se hablaba en la mesa?
—Estaba presente, pero hubo mucho miedo también. Mi mamá era una mina con ideas de izquierda, pero tenía mucho miedo. Mi vieja, quien se murió muy joven, no podía ver a nadie sufrir. Ella no era muy peronista la verdad. Siempre tuvo sus diferencias. Y mi viejo un poco por influjo de eso y por otras cuestiones, no llevaba mucho la política a casa. Sí llevaba a sus amigos de la política. Ahora me da risa, pero yo tenía 14 años y mis compañeros de militancia más grandes lo diferenciaban a mi papá (el ex diputado y referente histórico de Amsafé José María Tessa), entonces yo era “la hija de”. Todo eso tenía un peso no tan positivo. Mi vieja en el 83 lo votó a (Raúl) Alfonsín pero no dijo nada, mi papá iba con los carteles de (Ítalo) Luder. Y mi mamá de calladita lo votó a Alfonsín y se fue al acto de asunción. Le daba miedo la política porque los 70 habían sido muy duros para ella, tenía mucho miedo de lo que pudiera pasar. Ella trabajaba mucho en lo micro, era impresionante eso en mi mamá, en su escuela, en su curso.

—¿Cuándo aparece el periodismo en tu vida?
—Bueno, con 14 años, como militante de la JP, yo lo admiraba profundamente a (Rodolfo) Walsh, para mí no había otro modelo posible. Walsh era como yo quería ser, en esa época me devoré todos sus libros, Operación Masacre, ¿Quién mató a Rosendo?, todas cosas que ahora que ya soy grande me doy cuenta de que no tienen nada que ver con lo que yo pude hacer. Admiraba mucho su minuciosidad en los datos, admiraba muchísimo eso, fue Walsh. Esa idea de la dedicación, la idea de la posibilidad real de incidir sobre la realidad.

—¿Y tu primera experiencia en un medio donde la hiciste?
—Yo pienso que algo de eso hubo en mi secundaria porque un tiempo agité en el centro de estudiantes. Cuando entré en la facultad la primera nota que escribí fue para una revista que se llamaba Trazo Fino, que era sobre el Sida. Yo leía todos los días Página/12 y un día registro un cartelito en la facultad que decía que se buscaban pasantes y me presenté. Era un diario que en aquel momento era muy novedoso, en mi casa Tiempo Argentino y toda la experiencia alfonsinista se había visto medio de costado, entonces yo me enamoré de Página/12. Me mandé un montón de macanas horribles. La facultad no te preparaba para ser periodista, fui aprendiendo al andar.

—¿Cómo definirías el periodismo?
—Yo creo todavía en que el periodismo es una forma de investigar y contar la realidad que para mi no tiene sentido si no sirve para incidir sobre la misma realidad. Creo que el periodismo sigue siendo eso de buscar lo que no se conoce, de buscar lo que no está, de develar lo oculto. Lo que pasa es que vivimos en un mundo donde todo parece estár a la vista, pero si te ponés a pensar, ahora quizás nuestro trabajo sea más contextualizar. Y tampoco está siempre todo a la vista, siempre hay algo más para buscar. Esta esa definición clásica que a veces me hincha, pero es verdad, que dice que el periodismo es contar algo que no quieren que se sepa, yo sigo pensando un poco eso, un poco.

Imagen: Paula Sarkissian

—¿Y qué mirada tenés sobre la polémica con respecto al denominado periodismo militante?
—Yo pienso que periodistas militantes somos todos y todas, porque también la idea del periodista objetivo sé que es una falacia. No es que yo la desmiento, es la realidad que la desmiente. Vos hacés una militancia periodística desde el momento en que elegís qué fuente buscas, qué historia contás, cómo la contas. Todo eso es militancia, vos podés mantener mayores o menores grados de independencia de un proyecto político y sí, es verdad, hay quienes pueden y tienen esa libertad interior de hacerlo. Pero también es cierto que en el proceso que se ha dado en la Argentina, a veces vos decís bueno “yo prefiero no hacer incapié en esto que está mal porque los que están del otro lado son el horror», por más que nunca resignas tu espíritu crítico.

A veces a mi me choca el periodista que sólo tiene para dar su opinión, porque creo que la opinión si no está fundamentada en datos o en un trabajo vale lo mismo que nada. Opinar podemos todos, el tema son los datos. A veces, me enojo conmigo misma porque digo: “Esta nota no está lo suficientemente trabajada”. Esa crítica también me incluye muchas veces. Ni hablar que además yo soy una periodista feminista, de una de los tantas que hay en la Argentina. Yo pienso que el feminismo es parte de mi práctica política y eso no me da vergüenza, cómo me va a dar vergüenza ser una intelectual orgánica, soy e so. Pero si yo estuviera reproduciendo las cosas que se dicen sobre las mujeres, lo que se dijo históricamente, también estaría militando.

—¿Qué aporte pensás que está produciendo el feminismo en la prensa y la comunicación?
—Para mí es formidable. Las pibas llegaron sobre un acumulado, no llegaron de la nada, pero llegaron a revolucionarnos. También lo que pasa con las periodistas más jóvenes feministas con respecto a las redacciones. Lo que nosotras decíamos a media voz, tímidamente, nos peleábamos con los compañeros pero siempre tratando de no perder nuestro lugar, porque era más tenso en esa época, hoy las periodistas más jóvenes, las feministas, no tienen ningún drama. Lo gritan a los cuatro vientos y además lo plantean como un piso innegociable, y eso para mi es maravilloso. Andá a discutirle a una periodista feminista el piso innegociable de que “no es no”, de que “yo te creo hermana”, son pisos innegociables. Por supuesto con mayor permeabilidad en las redacciones menos conservadoras, pero esos procesos los ves aun en los medios más hegemónicos.

Hay muchos feminismos, hay feministas que se conforman con romper el techo de cristal, con plantear algunas cuestiones del acoso y del abuso, y quedarse ahí. Yo particularmente y muchas otras compañeras pretendemos un feminismo más popular, pero sí yo creo que ese piso innegociable que pusieron las pibas es sin retorno, eso a mí me emociona mucho.

Imagen: Ana Isla

—¿Cómo describís la actualidad de los medios y la comunicación?
—Hablando de periodismo militante, yo creo que los grupos concentrados, por ejemplo en la provincia de Santa Fe ya es escandaloso porque es prácticamente uno solo, marcan una agenda, y esa agenda la militan sus periodistas más orgánicos, sin desconocer que en todos los medios hay grietas, que hay compañeras y compañeros que tratan de hacer otra cosa y a veces con muchísimo esfuerzo y dignidad. También destaco un fenómeno que es muy interesante, y a la vez muy difícil de sostener en este momento, que son los medios que les podríamos decir alternativos, autogestivos, que para mí, si bien no llegan a marcar agenda como los hegemónicos, ocupan un lugar. Porque hay mucha gente que va al boletín Enredando o al El Eslabón porque saben que ahí van a encontrar una cosa diferente, son los dos ejemplos que se me ocurren de Rosario. Mucha gente que va a leer Anfibia porque sabe que ahí van a estar las notas que no van a estar en otros lados, que va a leer esos medios que no son los hegemónicos, o que va a escuchar una radio así.

Me parece que hay una pérdida de credibilidad de los grandes medios, que a la vez se concentran. Por supuesto que sigue la audiencia cautiva, que hay personas que no tienen otra posibilidad más que mirar la tele, eso es lo que más nos preocupa, pero cuánto más posibilidades de elegir, cada vez menos eligen esos medios.

—En ese contexto también aparecen otros elementos, como el impacto de las nuevas tecnologías, las redes sociales, ¿qué mirada tenés sobre ese proceso?
—Yo a veces me enojo. Vos abris un medio super hegemónico y hay tres noticias que están basadas en lo que dijo alguien en Twitter. Ahí está la confluencia del ajuste para bajar costos, la  precarización laboral y la supuesta optimización de recursos. Bajo la excusa que es lo que la gente quiere leer, lo que se hace es de muy baja calidad.

También oponerse a las tecnologías es como oponerse al aire que respirás. Bueno, ya estan, veamos qué hacemos con eso. Yo también veo este fenómeno, en estos días nos llegan miles de noticias de Chile, o de Ecuador, hay que ver qué es verdad o qué es mentira, pero lo cierto es que también nos llegan voces de compañeros que en los medios no están, o que si están es en un informe como 10 segundos. Y llegan voces de compañeros y compañeras contando otras cosas. Todo eso es un valor, democratiza la información, relativamente, en la medida en que no vivimos en sociedades democráticas. Pero sí es verdad que antes éramos mucho más rehenes de poca gente que decidía qué escuchábamos, ahora tenemos la posibilidad de, junto con otro fenómeno, la banalización, todo lo que vos quieras, pero hoy nos puede llegar de manera directa información, después tenés que poder separar la paja del trigo, que ese es también nuestro trabajo.

—¿Qué pensás que va a ocurrir con el periodismo gráfico en general y con el papel en particular?
—Creo que ya es una ficción el papel. A mi me pasa muchas veces, no me da vergüenza decirlo, que si en el papel entra la mitad de la nota pero en la web entró entera, a mi ya no me interesa mucho, porque sé que el papel no lo lee casi nadie. ¿Quién va un domingo a comprar un diario papel? Muy poca gente. Incluso el que lo compra luego lo termina mirando en el celular. Creo que el desafío nuestro, y hay medios que han demostrado que se puede hacer, es hacer mejores productos digitales, que los hay, que te den el placer de leerlo que siempre te dió el diario. Nunca leímos cualquier cosa en los diarios tampoco.

—¿Qué referentes tenés en la actualidad?
—Para mi siempre fue una referente Marta Dillon. Ella siempre fue alguien a quien leí mucho, me gusta su forma de hacer un periodismo totalmente jugado, pero ella es una periodista que descree del dato y cree más en la intuición, con ella aprendí eso. A mi me gusta lo que hace Luciana Peker, me gusta lo que hacen mis colegas de Rosario, incluso algunas que conocí después de Ni una Menos, como Loreley Flores de Sin Cerco. Me gusta mucho leer a mis colegas. La verdad es que no tengo referentes internacionales, quizás por el humor Irantzu Varela que es una periodista feminista, quizás por los libros Nuria Varela también. Marcelo Zlotogwiazda también era un referente. Podía no estar de acuerdo pero un tipo que se dedicaba, que tenía datos. Y mi gran referencia hoy es La Garganta Poderosa.

—¿Para qué debe servir el periodismo?
—Para mi si sirviera para desmontar los manuales de zonceras argentinas que todos los días se crean, si sirviera para desmontar todas estas cosas que escuchamos y repetimos como loro, de que en este país nadie quiere trabajar, de que hay que hacer como Chile, si sirviéramos para eso, con datos, con buena información, para desmontar ese sentido común que es tan dañino y se demuestra que ha sido tan dañino, a mi me gustaría servir para eso. Para desmontar esas ideas tan establecidas sobre qué es nuestro país.

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