Yo no sé, no. Con Pedro nos acordábamos cuando de muy pibes, yendo para la verdulería, antes de llegar a Biedma y Vera Mujica, nos encontrábamos casi siempre con una flaca quinceañera que nos piropeaba. Por aquel entonces, Biedma era la única con asfalto y para nosotros era como ir al centro. Andaríamos entre los 8 o 9 años, y el resultado inmediato era que nos poníamos rojos como un tomate. La piba se dio cuenta, y cuando volvíamos, al vernos nos decía ¡qué tomatitos! 

El bocón de Pedro, encima, le contó a los pibes de la canchita, pero medio cambiada la historia: que el que se ponía colorado ero yo. Ahí no más, por un tiempo, en los partidos cuando me daban un pase me gritaban ¡tomá-tito! Sólo zafaba cuando íbamos a patear cerca del tercer puente de la Vía Honda, pues pçegadito a la canchita había tomates plantados y no sea cosa que el quintero se nos viniera encima. Nos gustaba ir a ese lugar porque para un lateral había que jugarla con precisión, nada de revolearla para el lado de los tomates. 

Una tarde, de un sábado años después, pintando por calle Mendoza algo referido a la Ues y el Centro de Estudiantes, vimos que teníamos poco lugar. Una, porque los Troskos de la época nos habían primeriado, y también porque a muchos frentes de casas, aunque le teníamos gana, si los tocábamos era irse para el lado de los tomates. Ese año, casi al final del 73, por ausencia de nuestros oradores, a Pedro le tocó tomar la palabra en una asamblea ahí en la calle. Cuando lo vi y noté que un tocazo de pibas lo miraban, pensé que se iba a poner como un tomate. Lo cierto es que el discurso tomó color y, sin irse para el lado de los tomates, aunque tenía ganas, conformó a casi todos. 

Pasó el tiempo y algunos nos llegaron a decir ¡lo que pasa que ustedes con el General agarraron para el lado de los tomates! Como queriéndonos arrancar una autocrítica. Y luego pasó con otros gobiernos o procesos populares. Siempre hay alguno que marcan los posibles errores, que seguro los hubo, y no tanto los aciertos de nuestras políticas públicas. 

Hoy, cuando vemos que nos quieren marcar la cancha desde antes de asumir, si bien nos gusta y por eso hay que volver mejores como para jugarla con precisión, en algún momento la tiraremos para el lado de los tomates, porque saben que no son tomates, ¡es soja!, son Clarín, La Nación e Infobae. Son los que con sus creencias (respetables) se oponen a los derechos de la mujer. Son los empresarios angurrientos que desean salarios de 300 dólares, Ratasi por ejemplo. Así que, como para hacer una tortilla, hay que romper algunos huevos. 

Para que estén todos en la cancha, hay que agrandarla, y persuadir a esos sectores para que corran porque no son tomates. Y no son tomates, me dice Pedro, porque sino no valdría 75 mangos el kilo de costo el que entró desde la Plata. Y para el de la zona, hay que esperar a mediados de diciembre, y con poca producción. Volviendo a pasar cerca de aquella verduleria, miramos como queriendo encontrar a aquella piropeadora y Pedro rompe el silencio Pedro y dice: Y bueno, habrá que hacer algunas jugadas sin ponernos colorados de vergüenza. Y si se nos nota el color sanguíneo en la cara, que sea por la Pasión.

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