El ministro de Economía se cruzará por primera vez el 5 de febrero con la directora del FMI en un seminario en el Vaticano. El gobierno quiere posponer vencimientos de la deuda, sin ajuste y con crecimiento, después del desastre recibido. El encuentro será cinco días después de la reunión entre Alberto Fernández y el Papa.

Acontecido un mes de gobierno, balance mediante, el presidente Alberto Fernández volvió a señalar al Fondo Monetario Internacional como corresponsable del desastre que recibió de la gestión macrista. Lo hizo casi al mismo tiempo que se conocía que la directora del organismo, Kristalina Georgieva, estará face to face con el ministro de Economía Martín Guzmán, el 5 de febrero en el Vaticano, donde ambos participarán de un seminario económico organizado por la Santa Sede e impulsado por el Nobel de Economía Joseph Stiglitz y la fundación vaticana Scholas Ocurrentes. La actividad, según el convite católico apostólico romano, es para difundir “una nueva mirada sobre la economía y promover la inclusión social”, doctrina con fuertes críticas al neoliberalismo que promueve el “Papa peronista”.

La cita entre Guzmán y Kristalina (sucesora en el cargo de Christine Lagarde) en la Casa de Dios en la Tierra se dará cinco días después de la reunión oficial en Ciudad del Vaticano entre el presidente Alberto Fernández y el papa Francisco. El ministro de Economía y Stiglitz ya se vieron con Bergoglio en mayo pasado, cuando Guzmán todavía no era funcionario. El cruce “casual” entre el ministro y la búlgara titular del FMI será, en este caso, una primera oportunidad para tocar el temita de la deuda, donde pesa una renegociación por la devolución del crédito récord de 56 mil millones de dólares que la Argentina acordó con el Fondo.

El equipo económico del Frente de Todos repite que hay que tranquilizar la economía, reactivar el mercado interno para sacarlo de la recesión, aumentar la recaudación vía impuestos con mayor presión en sectores de buen pasar económico para tratar de equilibrar desigualdades sociales (no sin fortísimas resistencias), inyectar recursos en los sectores más apurados por la crisis, mientras se prepara la gran batalla con los acreedores privados, FMI a la cabeza.

“Crezco, luego pago”, parece ser el planteo filosófico del gobierno argentino ante una posible reestructuración de la deuda externa, una trampa que siempre hace de respirador para que el neoliberalismo no termine de morir. “Los muertos no pagan”, había dicho Néstor Kirchner y revivió a la Argentina entre las cenizas del estallido de principios del siglo XXI, un país devastado por políticas neoliberales, casi como en la actualidad.

En apenas cuatro años, la gestión Macri concretó un nivel de endeudamiento récord y dejó cesación de pagos mediante un “reperfilamiento”. El gobierno de los Fernández busca estirar los vencimientos de capital e intereses para tener capacidad de acción en la economía doméstica y sacarse de encima el yugo colonial de la deuda. Según un informe de la Universidad Nacional de Avellaneda (Undav), del 2020 al 2023 los vencimientos de la deuda pública acumulan 200.000 millones de dólares. Un buen acuerdo con los prestamistas liberaría recursos genuinos para el país y daría respiro a las escuálidas arcas nacionales para afrontar la remontada.

Cambiemos recibió una deuda sobre el producto bruto interno del 38 por ciento y la elevó al 97 por ciento. Entre 2015 y el 2019, la deuda en moneda extranjera se incrementó en 87.000 millones de dólares, un 54 por ciento más. El FMI, controlado por Estados Unidos, otorgó el mayor préstamo de su historia al gobierno de Macri y financió la campaña para su frustrada reelección.

El gobierno del Frente de Todos cree que una posible puerta de salida para la estafa de la deuda externa es proponer estirar los plazos de pago sin atarse a ningún plan de ajuste que postre al país a la recesión económica en la que está y de la que busca escapar.

Según el cambio de rumbo que adoptó el gobierno, de movida hay que incentivar el crecimiento económico con medidas expansivas, principalmente para reactivar la actividad y la demanda interna, generar los recursos necesarios vía exportaciones y recién después cumplir con las obligaciones asumidas de manera irresponsable por la administración anterior. Y de esa forma, entiende la heterodoxia económica, el gobierno de AF conseguiría dar solvencia fiscal, se reforzaría la posición financiera del país y hasta se abrirían nuevas fuentes de financiamiento externo para la inversión productiva, hoy clausuradas por el rojo de la deuda.

“El peso de la deuda en moneda extranjera es del 80 por ciento y la suba de los intereses se aproxima al 20 por ciento del Presupuesto. Por esa misma razón hubo reperfilamiento en Nación”, señaló la economista Julia Strada en su cuenta de Twitter. En otro tuit, Strada, integrante del Cepa, escribió: “Si Argentina estaba afuera de los mercados, ¿cómo lograron (los de Cambiemos) colocar tamaña deuda en tan poco tiempo? Claro, el folleto que repartieron diciendo que éramos tierra de oportunidades por el PBI, la baja desocupación y ¡por el desendeudamiento!, se ve que funcionó”.

Metas de redistribución

Además de la pesada deuda externa, la injusticia social sembrada por el gobierno que se fue dejó una gran deuda interna. Entre tantas calamidades, Macri terminó su mandato en 2019 con casi 54 por ciento de inflación, el número más alto en 30 años, según informó el Indec. Pero eso no es todo: recibió un dólar a 9 pesos y lo dejó en 63, una devaluación del 500 por ciento; la pobreza pasó del 25 al 40 por ciento; el desempleo saltó del 6 al 11 por ciento; caída del poder adquisitivo promedio del 20 por ciento en cuatro años; las reservas netas del Banco Central estaban en 28 mil millones de dólares y terminaron en 13 mil millones.

“La inflación es la demostración de tu incapacidad para gobernar”, había manifestado entre otras canchereadas el ex presidente, quien disfruta de sus vacaciones junto a algunos amiguitos del “mejor equipete de los últimos 50 años”, los mismos partícipes del saqueo organizado que amasan grandes fortunas en el exterior, según sus propias declaraciones juradas, sin irritar a los medios hegemónicos fritadores de cerebros.

“Metas de inflación” irrisorias fueron una constante en las políticas de derecha que asumió la gestión anterior. Subo la tasa de interés, contraigo la demanda, abro importaciones, la inflación baja: pura patraña neoliberal. Este gobierno, en cambio, se plantea “metas de redistribución” progresiva del ingreso que genera el aparato productivo. La inflación récord de Cambiemos y su arrastre (inercia inflacionaria), los altos niveles de pobreza y la caída salarial, y el endeudamiento irresponsable, sopesan la marcha progresista del Frente de Todos.

El gobierno de Alberto y Cristina desplegó a su ritmo y como pudo una batería de medidas en pos de un reparto más equitativo de la riqueza, con transferencia de recursos a los sectores populares, que enseguida encontró intransigencia entre los que más tienen, como los grandes terratenientes. Se trazó una estrategia antiinflacionaria e implementó medidas para empezar a frenar la caída de la economía: controles al tipo de cambio, mejoras en el ingreso de trabajadores, jubilados y beneficiarios de asignaciones vía bono extraordinario, congelamiento de tarifas y combustible, bajó la tasa de interés y fijó precios de referencia para la canasta de consumo con Precios Cuidados, donde grandes supermercadistas y empresarios del rubro alimenticio hacen abuso de posición dominante en la batalla por los precios, queriendo sacar ventajas inmorales en la pelea distributiva.

Entre todas las dificultades, y con estas medidas de corte redistributivo que si bien traen algo de alivio para los bolsillos parecen chiquititas frente al gran descalabro heredado, el gobierno nacional busca instalar una agenda productiva, con reactivación industrial y desarrollo nacional, desalentar el negocio financiero, y atender las infinitas demandas sociales después del huracán Mauricio. Retroalimentar variables económicas que engrasen la rueda virtuosa del consumo-producción-evitar despidos-crear empleo es el principal desafío en la Argentina postmacrista. Reorientar prioridades, limar privilegios.

El acuerdo o no con el FMI parece decisivo para lo que viene. El organismo internacional, por medio de sus voceros, hasta el momento respaldó las medidas del nuevo gobierno. En su página oficial proyectan un leve crecimiento económico para la Argentina y una sensible reducción de la inflación para el 2020. Veremos.

La gestión de Alberto Fernández y CFK envió señales de querer pagar la deuda externa, pero, como se dijo, sin descuidar la deuda interna. Otro gobierno nacional-popular se hará cargo del muerto que dejó otro proyecto económico neoliberal. El ministro Guzmán podría aprovechar el encuentro con la directora del FMI en el Vaticano para acercar posiciones, como quien dice, y bendecir un acuerdo.

Si bien la locación religiosa del encuentro se presta para bromear con el famoso “que Dios (¿es argentino?) te lo pague”, lo cierto es que posponer cancelaciones del megaendeudamiento serviría al gobierno para salir del agobio y seguir reparando emergencias sociales y económicas que crucifican a buena parte de los argentinos.

 

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