Una mamá no quita la mirada de su celular mientras le da la teta a su hija. Un papá come con sus hijos pero todo el tiempo revisa los mensajes y lo que se dice en las redes sociales. Un niño llora, grita hasta que logra que le den la tablet para que se calme. Todas imágenes cotidianas que invaden los espacios de la vida pública y privada ¿Qué pasa con la relación entre pantallas, niñas y niños pequeños, y los adultos? Sobre la pregunta reflexiona el psicólogo y docente de la Universidad Nacional de Rosario (UNR), Marcelo Rocha. “Es inadmisible que un bebé o un niño hasta los seis años sea calmado o esté comiendo con un celular”, dice en charla con este medio.
Marcelo Rocha es también psicoanalista, profesor de la Facultad de Psicología (UNR), conferencista invitado y escritor. También autor de publicaciones y libros. Entre estos últimos están Las marcas de la infancia (Laborde Editor), que ahora será editado en México; Infancias en la escuela y Los rostros de la vida sobre el diván (los dos de Homo Sapiens), este último a punto de publicarse.

—Ante la relación pantallas, niñas, niños pequeños y adultos, ¿qué es lo primero que pensás?
—Lo primero es el concepto rostro. Está por salir un libro mío que se llama Los rostros de la vida sobre el diván, donde hablo del “rostro psíquico”. Todos tenemos un rostro físico con ciertas características, que es el que nos distingue, pero también tenemos un rostro psíquico que muestra quienes somos, nuestro inconsciente. Y a su vez tenemos un rostro imaginario, que es el que el otro crea de nosotros, con el cual podemos llevarnos bien o no, pero que también, de alguna forma, marca nuestra posición en la vida. De acuerdo a cómo los demás nos vean, nos miren, nos observen, nos hablen, nosotros vamos a ocupar un papel en nuestra vida y vamos a ser quienes somos. Por eso, si lo pensamos en los términos del rostro y tengo que pensar qué es lo que me preocupa en torno a las pantallas en bebés, en niños muy pequeños, en padres, madres, personas en general, tiene que ver con cómo se va desdibujando de alguna forma el rostro del otro. Winnicott (Donald, pediatra inglés) decía algo hermoso: la cara de la madre es la precursora de algo que el niño va a tener que constituir más adelante, y es nada más y nada menos que su propia imagen. El rostro de una madre es fundamental en esos primeros contactos con el bebé; y si no está la madre, quien ocupe esa función. Entonces, si a temprana edad le ponemos una pantalla a un bebé, le estamos quitando la posibilidad de que tenga lo que más necesita, que es el rostro materno; que es quien decodifica los primeros reflejos y necesidades de ese bebé. El bebé llega al mundo, ve el rostro de la madre y empieza a expresar sus necesidades. Llora porque tiene hambre, la madre decodifica eso, le da el pecho y el bebé ve el rostro de la madre cuando lo amamanta. Lo que empieza a ocurrir es el paso de la demanda al deseo.

—El mirar a los ojos, la mirada en sí, ¿qué valor tienen en está relación?
—Es fundamental, porque la mirada es el primer espejo del rostro. Los ojos son la ventana que conducen hacia el interior de la otra persona, a lo que la otra persona es. Cuando nos dirigimos a una persona la miramos a los ojos. Y hasta en las personas ciegas esto es muy interesante, porque cuando no está la mirada está la voz, y la voz representa el rostro del otro. Entonces, volviendo al ejemplo anterior, es muy importante en la primera infancia el contacto que hay entre un bebé y la madre: el bebé necesita mirar el rostro de la madre. Pero cuando ese bebé empieza a llorar, y la madre en vez de decodificar ese llanto le propone una pantalla, la pantalla lo que hace es coagular ese deseo. Y ya no hay otras posibilidades. Porque un llanto puede significar miles de cosas y cada madre lo va a decodificar a su manera. Es nefasto que hoy día una pantalla calme el llanto de un bebé o de un niño. No puede ser, no debe ser así, porque se empieza a romper esa relación tan importante. Y el niño no sólo comienza a tener una relación más complicada con su otro materno, sino que empieza a construir una relación con el objeto, entonces llora para que le den la tablet. Ahí no termina todo, porque se empieza a perder otra cuestión que es fundamental en el ser humano: es la construcción del imaginario en el niño, que es la construcción del cuerpo. Este niño sigue creciendo, sabe que si hace un berrinche le dan la tablet, y como está expuesto al principio de placer, va a hacer todo lo posible para satisfacerlo. El adulto lo que tiene que hacer es regular ese deseo, para que del principio de placer pase al de realidad: “Llorá, pero esto no lo vas a tener”.

—¿Qué pasa además con las pantallas y la posibilidad de intercambiar palabras, el desarrollo del lenguaje?
—La primera cuestión es el primer contacto cara a cara, rostro a rostro, pero inmediatamente surgen otras cuestiones que son lo simbólico y lo imaginario. Lo simbólico del lenguaje, todo lo que se va perdiendo ahí, porque una pantalla sólo responde de una forma estereotipada y ahí aparecen los estereotipos en los niños. Lo imaginario tiene que ver con todo lo relacionado al cuerpo. Y obviamente en el contacto de un niño o niña con otro niño lo que aparece es el juego y la creatividad. En el contacto con una pantalla lo único que está es el contacto con una imagen fija y que no propone nada en relación con lo imaginario. Es cuando empiezan a aparecer muchos deterioros en la primera infancia: encontramos niñas y niños que hablan como mexicanos o en neutro. Todo eso lleva a que lleguen a una consulta psicológica muy tempranamente. Y lo peor de todo es que estas cuestiones que tienen que ver con la crianza se empiezan a confundir con otros diagnósticos como el TEA (Trastorno del Espectro Autista). Muchos niños son diagnosticados de TEA y son quienes están todo el tiempo con las pantallas.

—También están quienes defienden el uso de las pantallas como espacios de creatividad y muestra de inteligencia en las infancias. ¿Qué opinás?
—Nada jamás va a reemplazar lo que puede producir el juego en un niño. Cuando un niño juega empieza a anudar los lazos que él tiene: los lazos de lo imaginario, lo simbólico y lo real. Ahora, cuando tenemos un niño que lo único que hace es ordenar, acumular, ordenar secuencialmente, eso no es un juego. Las pantallas nunca van a reemplazar lo que es el juego simbólico, que es lo que le permite el despliegue del lenguaje y la construcción de la imagen del cuerpo. Esto jamás lo va a producir un juego electrónico. En el juego se expresa la plasticidad de ese niño con los objetos-juguetes, se anudan los tres lazos fundamentales en el ser humano: lo imaginario, lo simbólico y lo real, cosa que no sucede con las pantallas.

—Se le puede hablar de un límite en el uso de las pantallas, pero si niñas y niños pequeños ven a los adultos todo el tiempo conectados, aún en las comidas compartidas, ¿no es un mensaje contradictorio?
—Hay una realidad y es que hoy todos convivimos con el celular, internet. Está con nosotros. Yo lo veo como un virus que nunca se tiene que despertar para no generar una patología; que de alguna forma lo podemos controlar. Y lo podemos hacer con la razón, con la conciencia. Entonces por un lado debemos establecer que es inadmisible que un bebé, un niño de tres, cuatro o seis años sea calmado o esté comiendo con un celular. Eso nos lo tenemos que poner como límites. Son cuestiones de sentido común. Obvio que el niño lo va a pedir, va a llorar, pero en algún momento dejará de hacerlo. Es verdad que muchos adultos dependen del celular para trabajar, a eso hay que explicarlo, decírselo a los niños. Ahora, si estamos todos en la mesa chateando, claro que no es el ejemplo mejor. Necesariamente los adultos tenemos que constituirnos en un lugar de ejemplo y de control. De control en el sentido de que una niña o un niño no puede tener un celular a los seis años, ni a los ocho, porque el acceso que tiene a todo lo que es el mundo digital puede producir secuelas irreversibles. Por otro lado, los adultos también tenemos que entender que los juegos son parte de los nuevos vínculos de los niños, que no podemos decirles a chicos de 10 años que no se lo vamos a permitir jugar con sus amigos, porque los estamos dejando por fuera de los nuevos vínculos. Sí tenemos que tener en claro que no pueden estar cinco o seis horas jugando. No hay que demonizar, no soy de los que demonizan la tecnología, sino que acepta que está con nosotros. Lo que sí, apelo a la conciencia humana.

—“¿La foto o la vivencia? No te olvides de vivir el momento por fotografiarlo”, dice una de las consignas promovidas en la campaña “Juguemos sin pantallas” (Universidad Nacional de Lanús). ¿Cuál es el límite entre la foto de un bebé que empieza a caminar o a hablar y la vivencia?
—Lo que el celular o las pantallas producen en estos casos es una pérdida de la sensibilidad humana. Se pierden esos registros sensibles que son tan importantes, que después van a formar parte del archivo de la memoria de ese ser humano. La palabra, el valor del lenguaje es fundamental para el ser humano, en el sentido en que conforma todo lo que tiene que ver con su exposición en el mundo. Si no hay palabras, si no hay gestos acompañados de las palabras, no hay registros de la sensibilidad, y eso es lo que están produciendo las pantallas. Creo que tenemos que ser muy conscientes de que cuando estamos disfrutando de un lugar, un paisaje, la mejor foto que nos llevamos es el afecto que se vive en ese momento único. Siempre habrá tiempo para un registro fotográfico. Es cierto que el celular siempre está a mano, en el bolsillo, entonces se puede hacer así: la primera vez que tu hijo camine, no le saques foto, sino después. Esa primera vez guardala como un momento único.

—¿Y cómo juega el cuidado por la privacidad de las niñas, niños, en las redes sociales?
—Cuando dije que era un virus, es porque está metido en los intersticios humanos de todos, en los vínculos, en las palabras, en los afectos. El mercado ha entregado el objeto ideal para satisfacer eso que siempre tiene que estar insatisfecho en el ser humano, que es el deseo. Hay que tener mucho cuidado con esas exposiciones. Lógicamente hay una globalización tan grande de estas cuestiones que el uso de las tecnologías y las redes hace que se produzcan como contagios masivos de sacar fotos y subirlas. Escribí un libro que se llama Las marcas de las infancias, y el primer subtítulo que tiene es “Registro de lo sensible”, donde registro historias de vida, como las de Víctor Heredia o Mercedes Sosa. Los recuerdos más lindos de sus vidas están ligados a situaciones que habían sido vivenciadas. Víctor Heredia habla de las largas charlas que tenía con su padre cuando iba caminando hasta llegar a la estación de tren. La palabra nunca se tiene que perder, el lenguaje nunca tiene que dejar de existir. Si nos obsesionamos con las pantallas, le damos menos lugar a las palabras. Y los niños necesitan de las palabras, porque son las que van forjando su ser interior.

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Un comentario

  1. Claudia Lucia Zárate

    16/02/2020 en 14:58

    Excelente nota del lic .Rocha Marcelo, vemos a diario en nuestra práctica terepeutica , como crece la demanda de transtornos del lenguaje, retraso en su adquisición, su articulación, TEL,etc la palabra , la mirada es fundante para su desarrollo ! Ojalá muchas familias lean la.nota ! Felicitaciónes! Lic en fonoaudiología Zárate Lucía mp1628

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